«En el terreno contiguo al Jardín habían crecido hermosas parras que a su tiempo fueron dando frutos.
Los racimos de uva negra, rosada y blanca, colgaban con abundancia en pequeñas hileras, entre una tupida vegetación.
A su tiempo fueron cosechadas por las familias y sus amigos, que dieron generosamente parte de su cosecha a los más cercanos.
Hubo fiestas de la vid, se prepararon vinos naturales, otros fermentados y cuando eran bebidos podían volverse a sentir el largo trabajo del sol, los elementos y la fertilidad de la tierra; algo de ellos estaba en el fruto y ahora en la bebida de ese vino estival.
Más allá, los lagares donde los campesinos pisaban con ruidosa algarabía el fruto para convertirlo en mosto y en caldo.
Era la celebración de la vida, con su muerte y nacimiento, con su pasión y su fulgor, y nadie podía negar que esto había ocurrido y que seguiría ocurriendo.
Todo provenía de una fuente generosa y se sucedía en el ciclo de las estaciones.
Era un mundo vasto de energías y relaciones donde la tierra se había convertido en uva y ésta ahora se transformaba en vinos jóvenes y vigorosos que alegraban el corazón o que lo hacían más ligero, pues unos lloraban y otros reían.
Y así estábamos muchos para aprender nuestro lugar en la sinfonía de la creación, hasta que nuestro ser descubriera la sonrisa que descansaba como un hilo entre esos dos mundos, pero que tenía más hermandad con el cielo de celeste ozono, iluminado por la luz de los astros en su transformación y peremnidad.
Cuando hubiese pasado la estación habría vinos nuevos y otros para añejar y la uva continuaría convertida en un nuevo estado.
Y aún más allá de eso podría prolongarse como pasas de uva, resecándose en las ramas y concentrando tanta azúcar y más vigor que en sus tiempos mozos, cuando era desabrida y agria.
La dulzura de esta uva pasa es la vejez del fruto de la vida y no sólo es alimento sino también medicina.
Al regresar al Jardín del Presente esta idea se concentró y se convirtió en otra cosa, abriendo una puerta a la presencia de la noche, y es que desde niños vamos envejeciendo como la vida.
¿Lo haremos dentro del camino, para beneficio de nuestro ser o huiremos dándole la espalda a la verdad, sin haber nacido…»
-Awankana
Hermoso y sencillo, como la vida
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Asi es Querida!
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