.cartas de color de herrumbre-1-Jean Paul Sartre I

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 cartas de color de herrumbre1

«Sólo se posee del todo
lo que se ha pagado.
Hemos pagado muy caro
y seguiremos pagando…»
Albert Camus
Jean-Paul Sartre
Entramos en el aula de un colegio. Las paredes son irregulares y el polvo se acumula en los pliegues de la cal, figuras fantasmagóricas de hollín adornan el techo sobre la estufa de hierro, los pupites son arcaicos, están gastados y completamente rayados; en su interior, los niños guardaban los libros y los bocadillos; Jean-Paul Sartre guardaría en ellos los mapas y los artefactos que hacía servir para su trabajo como técnico de artillería: su equipo lanzaba globos y medía la dirección del viento a diferentes alturas para calcular su influencia sobre los proyectiles.
Las cartas que Sartre dirigió a Simone de Beauvoir no son necesariamente tristes, si no se relacionan con la guerra.
Jean-Paul Sartre nació en París en 1905, de madre católica y padre calvinista. La imposibilidad de que ambas versiones de la biblia fueran ciertas lo llevó al ateísmo. Estudió en la Escuela Normal Superior de París, donde obtuvo el título de filosofía en 1929, a la vez que Simone de Beauvoir, que sería su amiga y confidente durante toda su vida, de ahí los centenares de cartas que le envió, y que ella publicaría en varios volúmenes como Cartas al Castor, como él la llamaba.
Con el título en las manos, Sartre, que devoraba todo tipo de literatura, fué profesor de filosofía en varios liceos y estuvo como becario en el Instituto Francés de Berlín, donde asimiló las ideas de Heidegger. En 1938 publicó su primera novela La Náusea; en 1939 fué alistado; entre 1940 y 1941 estuvo en un campo de prisioneros,y, una vez liberado, colaboró con la resistencia francesa. Después de la guerra inició su carrera como filósofo. En 1943 publicó El Ser y la Nada, y Las Moscas. En 1946 fundó, con Simone de Beauvoir, la revista Les Temps Modernes, en las que defendía sus ideas izquierdistas y el existencialismo, corriente filosófica a la que dió cuerpo con sus ideas. En 1960 inició una nueva etapa en su pensamiento con la Crítica de la Razón Dialéctica, obra en la que criticaba el marxismo -como criticaría también el capitalismo- y proponía la evolución colectiva contra las influencias alienantes de la sociedad moderna. En 1964 le otorgaron el Premio Novel, pero lo rechazó alegando que comprometía todo lo que había dicho en sus escritos.
El primer fragmento, escrito en 1926 cuando sólo tenía veintiún años, está dirigido a Simone Jolivet, y no es más que una curiosidad:
«(…) Escribí mi primera novela a los ocho años.(…) Muy pronto me sentí a disgusto conmigo mismo y mi primera construcción auténtica fué mi propio carácter.(…) Para adquirir voluntad utilicé el método de los actos gratuitos (…) mi primer acto gratuito fué arrojar a las ruedas de un tranvía de La Rochelle un sombrero que deseaba desde hace quince días y que mi madre acababa por fin de comprarme. Fué una idiotez, pero tenía catorce años…»
Sartre era un escritor compulsivo que no podía parar. Hay una nueva carta que tiene 28 páginas y fué escrita en 1936. Sartre cuenta ya 31 años, es un hombre hecho y derecho a punto de enfrentarse a La Náusea. Pertenece a sus vacaciones en Italia con Simone, y va dirigida a su amiga Olga, a la que se dirige como Iaroslaw. No es más que un relato de un viajero que no pretende escribir literatura, sino contar unos hechos, en este caso la miseria de una ciudad como Nápoles, que siempre ha tenido fama de ser diferente, algo especial en el conjunto de Italia.
La primera frase resaltada está separada de las demás:
«…Llegamos a Nápoles un sábado al mediodía, después de un viaje sin historia…»
«Mi querida Iaroslaw, temo que esta carta vaya a aburrirla un poco (…) No obstante, le hablaré de un tirón y de una vez de esas callecitas que constituyen más o menos las tres cuartas partes de Nápoles.
(…) Como es natural, ahora tendría que hablarle de las gentes que hay en todas estas calles, los napolitanos. Tal vez sean las únicas de Europa de las que un extranjero pueda decir algo aunque no pase más de ocho días en la ciudad, porque son las únicas a las que se ve vivir de punta a punta. Supongo que hoy en día para hacer el amor se esconden: hoy en día, bajo el reino de la austeridad fascista; pero hace veinte años debían hacerlo en los umbrales, o bien en sus enormes camas con las puertas abiertas de par en par. Que generosos nos parecieron en su impudor, el día que llegamos, en comparación con los romanos. Por desgracia, no son guapos ni agradables, y el espectáculo de su intimidad es un tanto repugnante. De lejos parecen espléndidos, porque visten unos harapos estrepitosos.
(…) Resulta trágico inclusive si se piensa que a finales de siglo pasado toda esta población fué devastada por el cólera. Fué en estas circunstancias cuando abrieron el Corso Umberto para dar un poco de aire a la ciudad, y se tomaron diversas medidas sanitarias. Pero la impresión es que todo eso no impediría nuevos estragos, que todas estas gentes están condenadas a la epidemia, que el destino de Nápoles, como diría Aron, el sentido de todo este hormigueo humano es la peste, el cólera, la difteria. Y este fondo trágico es lo que confiere a todas las hermosas calles de que le hablé su profunda significación y profundidad…»
La descripción que sigue de Nápoles no tiene desperdicio, tanto más cuanto que el fascismo acabará con las callejuelas que tanto le gustan a Sartre para dar lugar a una ciudad de calles perpendiculares y amplias:
«…Y así es una calle de Nápoles: un boquete fresco y lleno de olores repugnantes, con agujeros sombríos a derecha e izquierda, un boquete hormigueante de gentes que se agitan y remueven (…), con una multitud de objetos por encima de la gente, que avanzan y cuelgan y se balancean y cuyos movimientos repiten en los pisos superiores los movimientos de la gente en la calle…»
Sartre se refiere al vals formado por el viento y la ropa colgada de «todos los balcones verde claro avanzando sobre la calle».
Subyugado por la belleza de los edificios dice:
«…Las casas son en general de un bello color rosa claro, de un verdadero rosa de caramelo, pero enmugrecido, desconchado, agrietado, resquebrajado por todas partes. (…) Sobre este fondo rosado y verde claro se despliega no obstante una multitud de matices, debido a todas las cosas que cuelgan (…), que viven y se agitan suavemente en todos los pisos (…) encima y debajo de todos los balcones hay parras enlazándose a los barrotes, formando pequeñas bóvedas, corriendo entre dos pisos (…) Y también a causa de la ropa colgada. En todas las calles, en todos los pisos, la ropa se seca afuera (…) uno acaba teniendo la impresión de estar andando por una calle cubierta por un lienzo multicolor…»
Selección de Teodoro Gómez Cordero
Transcripción de Gabi

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