al amor

«Amor no es justicia.
Amor no es deber.
Tampoco es un placer.
Pero misteriosamente contiene
todos estos elementos.»
-F.Liszt
 
 
No pasaron por encima de él sin tocarlo, ensimismados en su arte. Tampoco el amor pasó por sus vidas sin dejar huella, aunque al mirar atrás parezca siempre un espejismo. Del tímido recado adolescente al desasosiego de un adiós escrito a la luz de una vela, los textos que vienen a continuación lo demuestran…
 
La Signora che voi giá sapete
 
Milán, 7 de septiembre de 1772
Carissima sorella:
Spero che voi sorete stata dalla signora che voi giá sapete.
Vi prego se la vedete di farle di farle un complimento da parte mia.
Il vostro fedéle fratello»
-Amadeo Wolfgango Mozart
 
«Queridisima hermana:
Espero que haya estado en casa de la señora que usted ya sabe.
Le ruego que si la ve, la salude de mi parte. Su fiel hermano».
-Amadeo Wolfgango Mozart
 
Constanze
Atrás quedaba la infancia de trotamundos que reflejaba la carta anterior. Con 21 años, el Kapellmeister (maestro de capilla) de la corte arzobispal de Salzburgo partía junto a su madre hacia la capital francesa. Regresó casi año y medio después. Solo. Este largo viaje también le iba a revelar el amor: sería en la persona de la joven soprano Aloysia Weber, de quien se enamoró sin éxito. Pero su rechazo no fué obstáculo para establecer con ella  una profunda relación sentimental, de amistad y, finalmente, familiar, porque sería con su hermana Constanze con quien, en una sucesión de acontecimientos digna del mejor argumento operístico, se acabaría casando. Durante el trayecto realizó escala en diversas ciudades alemanas.
En Augsburgo, ciudad de donde procedía la línea paterna de la familia, intimó con su prima Basle. La festiva serie de cartas derivada de este otro despertar merece ser vista desde la perspectiva del humor. Centrémonos, pues en Constanze Weber.
Seis años menor que Wolfgang, le sobrevivirá en cincuenta.
Cuando en 1781 Mozart llega a Viena, se aloja en casa de los Weber, los cuales se habían trasladado allí a raíz del contrato de Aloysia en la ópera. Es entonces cuando empieza a salir con Constanze. El noviazgo culmina al año siguiente con una discreta boda celebrada en la catedral sin el consentimiento de Leopold, quien siempre consideró aquella relación catastrófica para su hijo. Éste se tendrá que emplear a fondo para dar vuelta a la situación y lograr la autorización del padre:
 
Viena, 7 de agosto de 1782
«Sólo me ruego que me perdone mi precipitada confianza en su amor paterno. Con esta franca confesión mía tiene usted una nueva prueba de mi amor a la verdad y horror a la mentira. Con la próxima posta mi querida esposa pedirá a su queridísimo y amadísimo papá político su bendición paterna, y a su querida cuñada que continúe dándole su preciosa amistad. (…) Cuando quedamos unidos, tanto mi mujer como yo comenzamos a llorar. Eso conmovió a todos, incluído el sacerdote, y todos lloraron, al ser testigos de nuestras almas conmovidas…»
 
A veces melancólicas y a veces hilarantes, la expresión directa de un afecto genuino es el denominador común de todas las cartas que envió Mozart a Constanze. Las de los últimos meses reflejan la tenaz angustia que le acompañó en su soledad de Viena. cuando recibía el misterioso y tal vez fatal emcargo del Requiem.
 
Budwitz, 8 de Abril de 1789
«(…) Esposa de mi corazón, ¿cómo estás? ¿Piensas en mi tan a menudo como yo en ti? Miro tu retrato constantemente y lloro, en parte de alegría, en parte de tristeza. Cuida de tu salud. ¡Adiós cariño, cuídate! No te preocupes por mí (…), nada me resulta incómodo, excepto tu ausencia, pero esto no se puede remediar. Te lo escribo con lágrimas en los ojos. Adiós. Te escribiré más, y más legiblemente, desde Praga, cuando no tenga que ir con tanta prisa. Adieu. Te beso millones de veces con todo mi corazón, y soy para siempre tu fiel hasta la muerte,
Mozart…»
 
23 de mayo de 1789
«(…) El jueves 28 iré a Dresde, donde pasaré la noche. El primero de junio, dormiré en Praga. ¿Y el 4?… El 4 con mi querida mujercita. Prepara tu delicado nido, porque mi amiguito realmente se lo ha ganado: se ha portado muy bien y sólo quiere poseerte a tí.
¿Me vendrás a esperar en la primera estación de la posta?
Llegaré a las cuatro de la tarde…»
 
Viena, 7 de julio de 1791
«(…) Y ahora no desearía más que tener arreglados mis asuntos para poder estar otra vez contigo.
¡No puedes imaginarte lo largo que se me ha hecho el tiempo, todo el tiempo sin ti! 
No puedo explicarte mis sentimientos, es una especie de vacío que me hace daño, una especie de ansia que nunca se ve satisfecha y por consiguiente nunca cesa; prosigue e incluso crece de día en día.
¡Cuando pienso que en Baden éramos como críos! Y en las horas tristes y aburridas que paso aquí. Ni siquiera mi trabajo me alegra, porque estaba acostumbrado hasta ahora a interrumpirlo y hablar contigo un poco, y ese placer, por desgracia, me es imposible.
Si voy al piano y canto algo, tengo que interrumpirme en seguida, mis sentimientos son demasiado fuerte. ¡Basta! Si acabase mis asuntos en esta hora, en la próxima ya no estaría aquí. (…)
eternamente tú,
Mozart…»
 
(Estas palabras de profundo abatimiento se vuelven aún más sobrecogedoras si sabemos que fueron escritas con sólo unos meses de vida por delante. En otras cartas de este mismo período, no obstante, Mozart recupera un tono más jovial gracias a la alegria que le produjo el estreno e inmediato éxito de La Flauta Mágica)
 

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