
«Damos el paso a la tarde de la vida sin estar
en absoluto preparados para ello; peor aún,
lo damos suponiendo de manera equivocada
que nuestras verdades e ideales nos servirán como hasta ahora.
Pero no podemos vivir la tarde de la vida según el programa
de la mañana; ya que lo que nos iba bien por la mañana
apenas nos servirá por la noche y lo que era cierto
por la mañana se habrá convertido por la noche
en una mentira…»
-Carl Jung («Las etapas de la vida»)
«Arrugas.
Olvidos.
No puedes recordar lo que hiciste ayer.
Encuentras tus gafas en la nevera.
La piel de tus muslos ha perdido su tersura.
Tienes el trasero demasiado blando.
La gente más joven te llama «señora» (o «señor»).
Solías poder compaginar muchas más cosas que ahora.
Ya no te reconoces al mirarte al espejo.
Los jóvenes te dan envidia.
No puedes creer que no valoraras la juventud cuando la tenías.
Ahora te sientes invisible.
No conoces los grupos musicales actuales.
Antes estabas en la onda, pero por lo visto ya no lo estás…
Si cualquiera de estas cosas te resulta familiar, bienvenido al territorio.
Quizá te iría bien utilizar unas capas frescas de clarividencia para que te ayuden a navegar en arenas movedizas.
Cada experiencia nueva te obliga a elegir, y envejecer no es una excepción.
Cómo la época en la que «ya no eres joven» se desplegará ante ti —la forma en que vivirás en el espacio de la edad madura y más allá de él— es una pregunta que sólo tú puedes responder.
Si eliges el camino de oponer la mínima resistencia —no en el sentido taoísta del no-actuar, sino motivado por la pereza—, entonces el peso de las circunstancias te acabará abrumando.
Envejecerás con poca elegancia o alegría.
Pero si reclamas otra posibilidad para ti, abrirás la puerta a algo definitivamente nuevo.
Al considerar que es posible que haya otro camino, harás que ocurra un milagro.
Allanarás otra senda, fabricarás unas nuevas sinapsis en tu cerebro y darás la bienvenida, física y espiritualmente, a unas nuevas energías que de lo contrario no habrían encontrado en ti un hogar que las acogiera.
Millones de personas estamos entrando en un espacio que nos hubiera gustado evitar, pero que no podemos seguir evitando.
Sin embargo, al observarlo con más detenimiento descubrimos que no es tan horrible como creíamos…, quizá sólo necesitamos volver a diseñarlo. Y entonces será en muchos sentidos un espacio nuevo.
La edad madura no es sin duda un territorio nuevo, lo que es nuevo es cómo muchas personas buscamos algo que trasciende las reglas prescritas culturalmente en torno a ella.
Podemos vivir nuestra vida motivados por las circunstancias o por una visión.
Y al llegar a la edad madura podemos forjarnos una nueva visión, una nueva forma de interpretarla, para trascender las limitadas formaciones mentales que han estado definiendo los parámetros de la edad madura durante generaciones.
Las circunstancias son las mismas, pero nuestra experiencia de ellas no.
Cada situación, la experimentamos en el contexto de la conversación que la rodea, tanto en nuestra cabeza como en nuestra cultura.
Y de una nueva conversación sobre el significado de la edad madura surgen nuevas esperanzas para quienes nos encontramos en ella.
Al hablar de esperanza no me estoy refiriendo necesariamente a esperar vivir más años, sino a esperar vivir con más alegría, con más sentido, con más pasión, con más lucidez.
A no sólo esperar vivir más años, sino también a vivirlos mejor.
Hace poco, en la fiesta de una boda a la que asistí, la persona que se sentaba a mi lado en la mesa, una estrella de cine ya octogenaria, me contó con varonil convicción que cuando le llegara la hora de dejar este mundo «se iría encantado para vivir la siguiente aventura». A él no le preocupaba lo que le ocurriera en el Más Allá porque lo aceptaba todo y punto. Parecía estar conectado a una corriente de la vida que era demasiado real como para detenerse alguna vez y a la que no se atrevería a cerrarse en el momento de su muerte.
Media hora más tarde lo vi bailando como Valentino con una mujer cincuenta años más joven que él. Al volver a la mesa le oí despotricar contra el gobierno como un resplandeciente titán al que le importaba un bledo que los demás estuvieran o no de acuerdo con él. A mí, más que haber llegado al final de su vida me pareció que había llegado a la cima. Y desde esa cima podía contemplar una nueva tierra extendiéndose a sus pies que no era menos real que el territorio que había dejado atrás.
¿Cómo viviríamos si no le tuviéramos miedo a la muerte?
¿Cómo viviríamos si nos sintiéramos autorizados tanto por nosotros mismos como por los demás para darle a la vida todo cuanto tenemos?
¿Sería entonces la edad madura la época de acabar con todo o la de empezar al fin?
¿La época de rendirse o la de reclamar lo que realmente queremos?
¿La época de pasar simplemente el rato o la de dejar de perder el tiempo?
Si deseamos envejecer con el piloto automático puesto, como una experiencia prescrita de antemano y prefabricada, en ese caso no es difícil: el statu quo ha dejado señales por todas partes.
Pero si deseamos crear algo nuevo para nosotros y para los que nos rodean, entonces es importante reconocer lo limitados y limitadores que son los pensamientos sobre la edad madura que siguen impregnando nuestra cultura.
Y para reconocerlo tenemos que abandonarlos.
Muchos de nuestros pensamientos sobre la edad madura están anticuados.
Son ideas que las generaciones anteriores nos han transmitido y que ya no encajan con quién somos o con lo que estamos haciendo en este mundo.
¡…por fin estamos listos para hacer algo radical! Sea cual sea la labor que hayamos venido a hacer a este mundo, ahora estamos impacientes por llevarla a cabo.
Pero a veces no estás seguro de «saberlo».
Y aunque lo sepas, puedes temer que sea demasiado tarde.
Te debates entre la excitante sensación de estar listo para empezar y el horrible pensamiento de que ya estás en decadencia.
Sin embargo, el peso de la mano de Dios supera el peso de nuestra historia personal.
Dios hace milagros en cualquier momento, en todos lados, para cualquiera, y lo último que podría frenarlo es que ahora tú tengas más años que antes.
Sea quien sea quien estés destinado a ser, sea lo que sea lo que esté codificado en tu alma que has de alcanzar, sea cual sea la lección que estés destinado a aprender, ahora es el momento de tomártelo en serio y de seguir avanzando.
Aquello que tiene el poder de determinar tu futuro no es lo que te ocurrió en el pasado, lo que establece el curso de tu probable futuro es cómo interpretas lo que te ocurrió y cómo aprendes de ello.
La vida no siempre se mueve (ni siquiera suele hacerlo) en un arco que progresa de manera lógica.
Cuando hemos llegado a los cuarenta, la mayoría hemos tropezado al menos en una o dos áreas importantes: el matrimonio o el divorcio, problemas con los hijos, con la profesión, con la situación económica, con una adicción o con cualquier otra cosa.
Pero en el viaje de la vida lo más importante no es haber caído o no, sino si hemos aprendido o no a levantarnos.
Todo el mundo se cae alguna vez, porque el mismo mundo en que vivimos surgió de una caída.
Es el que se levanta, y cómo lo hace, el que determina lo que ocurrirá a continuación.
A veces en la clase de aeróbic ya no puedes levantar tanto las piernas como antes, pero puedes levantar una ceja con una expresión conocedora que sólo los años de experiencia pueden darte.
En cierto modo, aquel levantamiento de cejas es más impresionante que levantar las piernas.
Esto es lo que la madurez te ofrece: una personalidad enriquecida.
Un conocimiento que sólo se puede adquirir, como mi padre decía, cuando «has pasado tanto buenos como malos momentos».
La nueva madurez es optimista, no se trata del ignorante optimismo de la juventud, en la que todo parece posible, sino más bien de un sabio optimismo agridulce que conservamos a pesar de saber que algunas cosas ya no son posibles.
Hemos perdido algunas cosas que hubiéramos preferido conservar, pero hemos ganado otras que no sabíamos que existieran.
Hemos «estado y actuado» en las suficientes áreas como para sentir que tenemos una cierta experiencia, no en el sentido de ser esto o aquello, sino en el de llevar una vida más responsable.
Algo ha terminado, es cierto, pero también está empezando algo nuevo.
En realidad, no es que tu juventud se haya acabado, sino que tu «prolongada» juventud ha sido interrumpida no como un sablazo que te dan al final de una fiesta, sino como la salvación de un gran sinsentido, como tu última oportunidad para enderezar tu vida.
La edad madura más que un viaje al fin de nuestra vida parece un viaje al sentido de nuestra vida.
Hemos añadido quince años a nuestra vida…, pero en el medio y no al final.
Debemos llamar esta etapa una nueva edad madura y reclamarla como tal, ya que realmente lo es.
Podemos bendecir y transformar la experiencia de la edad madura.
No te preocupes si sientes que ahora estás en la pendiente vital, porque el paisaje es distinto.
La colina ya no te bloquea la visión.
Podemos soltar la carga de sufrimiento sin procesar y adoptar la liviandad de un corazón más sabio y humilde.
Podemos ver la edad madura no como el fin, sino como el comienzo.
La nueva edad madura es una llamada del alma.
Al recordar mi juventud lo que más lamento es hasta qué punto la he desaprovechado.
Ahora al observar mi vida actual me doy cuenta de que no quiero caer en el mismo error.
No quiero perdérmela.
Tal como Bonnie Raitt cantaba como si nos lo es tuviera diciendo a todos nosotros:
«La vida se vuelve sumamente valiosa cuando ya nos queda menos tiempo para perder»
Mi juventud estuvo tan llena de milagros que simplemente en aquella época no pude verlos.
Pero siempre que siento la tentación de obsesionarme por las formas en que no supe apreciar mi juventud, recuerdo que el Autor que me las ofreció no ha dejado de hacer milagros en mi vida.
Envejecer, si tenemos la suerte de poder experimentarlo,
es inevitable,
y depende de nosotros mismo cómo lo hacemos: hacerlo de frente, llenar de amor algunas de sus consecuencias más temidas y experimentar los milagros que ello supone…»
-Marianne Williamson («La Edad de los Milagros»)
