«Ni las nubes de hoy hartas de sol pueden lucir tales faldas.

Ni la mujer en la ambulancia

Cuyo rojo corazón brota a través de su abrigo tan sorpresivamente—

Un regalo, un regalo de amor,

Jamás solicitado

Por un cielo

Que en pálidas, flameantes llamas

Enciende su monóxido de carbono, por ojos

Que embotados se detienen bajo los sombreros hongos.

Oh Dios mío, ¿qué soy yo

Para que se abran esas bocas tardías

En un bosque de escarcha, en un amanecer de azulejos»

  «Colinas que caen hacia la blancura.

Gente o estrellas

Que me miran con tristeza, las decepciono.

El tren deja un trazo de aliento.

Oh lento

Caballo color de herrumbre,

Cascos, dolorosas campanas—

A lo largo de la mañana

La mañana se ha ido ennegreciendo,

Una flor abandonada.

Mis huesos contienen una quietud, los lejanos

Campos derriten mi corazón.

Amenazan

Con dejarme entrar a un cielo

Sin estrellas y sin padre, una lúgubre agua.»

– Sylvia Plath

Johann Weinmann Poppies

Los colores poéticos de Sylvia Plath

Cuando amaneció el 11 de febrero de 1963, en el 23 Fitzroy Road, barrio de Primrose Hill, Londres, Sylvia Plath ya había muerto.

Había metido la cabeza en el horno y encendido el gas mientras sus hijos dormían en sus habitaciones (antes de matarse, Sylvia había tomado la precaución de sellar los resquicios de la puerta de la cocina, para que hijos no fueran intoxicados).

Sylvia Plath había vivido poco más de tres años en ese departamento, en el que tiempo atrás había vivido otro gran poeta, W.B. Yeats; Lo había alquilado con su esposo, el también poeta Ted Hughes, de quien se había separado.

No fue, tampoco, su primer intento de suicidio.

Su breve e intensa vida, sus previos intentos de suicidio, sus tormentosos amores, hacen casi imposible que en el análisis de su poesía se resista la tentación de caer en lo psicológico.

Sylvia Plath tuvo una larga e intensa relación con la depresión.

Una teoría sobre su muerte indica que la combinación de un invierno especialmente frio, y de habérsele recetado los antidepresivos incorrectos, precipitó lo que venía gestándose desde hacía tiempo.

Tampoco ayudaba el hecho de que la primera y única novela de Sylvia, The Bell Jar (La campana de cristal) había sido recibida con indiferencia por parte de los críticos.

Apenas había sido publicada un mes antes del suicidio.

Sylvia Plath es abrupta, sarcástica, retadora, contundente.

Otras imágenes reflejan la fuerza de sus sentimientos; pero el color nos da pistas no –insisto- hacia su mente, sino hacia la intensidad de su vida en momentos en que ya había tomado la determinación final de terminarla.

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