© Fondation Henri Cartier-Bresson / Magnum Photos 

En algunas conversaciones es posible ver cómo va floreciendo el conocimiento compartido en el mismo acto en que sucede (¿casi como un instante decisivo?).

Como en esta charla entre John Berger y Henri Cartier- Bresson, dos sembradores de instantes luminosos.

– Quiero preguntarte algo, digo, por favor sé paciente.

– ¿Paciente yo? Soy impaciente. No puedo evitarlo.

– El instante de tomar una fotografía, insisto, «el momento decisivo», como lo has llamado, no puede ser calculado ni predecido ni pensado. Está bien. Pero puede perderse fácilmente, ¿no es cierto?

-Por supuesto, y para siempre. (Sonríe).

-¿Y qué es lo que indica cuál es esa decisiva fracción de segundo?

– Prefiero hablar de dibujo. Dibujar es una forma de meditación. En un dibujo añades línea tras línea, pedazo a pedazo, pero nunca estás seguro de cómo será el todo. Un dibujo es siempre un viaje inacabado hacia un todo…

-Muy bien, replico, pero tomar una fotografía es lo opuesto. Cuando adviene, sientes el momento de un todo sin siquiera saber sus partes. La pregunta que quiero hacerte es: ¿esta sensación proviene de un afilado estado de alerta de todos tus sentidos, una especie de sexto sentido?

– ¡Del tercer ojo!, interviene.

– ¿O es un mensaje que proviene de lo que está frente a ti? Ríe entre dientes (como las liebres en los cuentos populares) y de un salto se aleja para buscar algo. Regresa alargándome una fotocopia.

– Aquí está mi respuesta, escrita por Einstein. La cita ha sido copiada por su puño y letra. Leo las palabras. Están tomadas de una carta de Einstein, dirigida a la esposa del físico Max Born en octubre de 1944: «Tengo tal sentimiento de solidaridad con todo lo que vive que no me parece importante saber dónde comienza o termina lo individual….»

-Tomado libro «Fotocopias», de John Berger, 2006)

“Soy un ojo. Un ojo mecánico. Yo, la máquina, te muestro un mundo como solo yo puedo verlo. Me libero por hoy y para siempre de la inmovilidad humana. Estoy en constante movimiento Me acerco y me alejo de los objetos. Me arrastro debajo de ellos. Me muevo junto a la boca de un caballo corriendo. Caigo y me levanto con los cuerpos que se caen y se elevan. Este soy yo, la máquina, maniobrando en los movimientos caóticos, registrando un movimiento tras otro en las combinaciones más complejas.

Liberado de los límites del tiempo y el espacio, coordino todos y cada uno de los puntos del universo, donde quiera que estén. Mi camino conduce a la creación de una nueva percepción del mundo. Por lo tanto, te explico de una manera nueva el mundo desconocido para ti”.

Para Berger lo importante no es ver, sino cómo vemos las cosas, y que, desde la aparición de la fotografía, es el ojo de la cámara el que modifica el sentido de lo que vemos. Lo importante para él son los modos de mirar.

Lo que trata de mostrar es que mirar es un acto consciente, un acto político, que exige un tempo lento, y que la mirada se altera por la experiencia directa de quien observa, y por el contexto social en el que se inscribe la imagen.

Es fundamentalmente un hombre libre y su rechazo al mercado del arte se encuentra precisamente ahí. Ama los errores de los pintores que él sabe detectar porque posee el buen ojo del pintor.

Escribe con la misma intensidad de las grandes y las pequeñas cosas, con mirada de pintor, considera que se  debe hablar con el mismo rigor y seriedad del aspecto de una rama de ciruelas moradas en su jardín de Quincy como de una obra de Boticelli.

Como Pablo Picasso, él no busca, encuentra. Sale a buscar, y en ese deambular como flaneûr es donde encuentra sus hallazgos geniales, donde se produce la experiencia, cuando la mirada tiene lugar. Y la experiencia se puede producir al contemplar la luz atravesando el visillo de una ventana, o  un caracol junto a una rama de ciruelas, o una imagen fotográfica.

La fotografía tiene para Berger, una intrínseca relación con el tiempo. Siempre que miramos una imagen fotográfica nos enfrentamos a dos tiempos diferentes. El del momento en que se hace la fotografía y el que se contempla. Una incisión entre el momento registrado y el momento de mirar.

© Fondation Henri Cartier-Bresson / Magnum Photos 

Testigo clave de la historia del siglo XX, el fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson fue conocido como el “ojo del siglo”. Pintor, dibujante, cineasta, antropólogo y humanista, nació el 22 de agosto de 1908 en Chanteloup-en-Brie,  en el norte de Francia y, desde muy pequeño, despuntó por su creatividad y su sentido artístico, razón por la que dejó el negocio textil familiar para formarse en París.

Observador paciente y silencioso, pero al mismo tiempo ágil y expeditivo, el artista captaba escenas de personas y de acontecimientos con una capacidad sorprendente para capturar el “instante decisivo”. Hablamos de esos momentos efímeros en los que vemos la flexión de las piernas de un hombre cuando va a saltar, o la cabeza de una mujer tapada por una cortina a causa del viento.

«Instante decisivo»: En 1952, Cartier-Bresson publicó su monografía Images à la sauvette (literalmente, Imágenes a hurtadillas), editada simultáneamente en inglés con el título The Decisive Moment. Trasladar la imagen resultante a otra fija, como es el caso de la fotografía, fue una de las mayores preocupaciones del artista, que lo capturó a través de lo que se conoce como el “instante decisivo”. Ese momento exacto en el que vemos la flexión de las piernas de un hombre cuando va a saltar, o la cabeza de una mujer tapada por una cortina a causa del viento. Segundos después, el hombre volverá a apoyar sus piernas en el suelo, otra ráfaga de viento desvelará la cabeza de la mujer, y el movimiento, será ya otro.

Cartier-Bresson siempre ha sido célebre por sus fotografías callejeras. Con su lema «Pillar la vida en el momento», reflejó la omnipresencia de carteles publicitarios y de pasquines y eslóganes políticos en el espacio público. Le interesaba especialmente situar a las personas en yuxtaposición con tales signos visuales, creando a menudo escenas casi surrealistas. Además, exploró el fenómeno del consumismo global, evidente por ejemplo en las escenas de transeúntes fascinados ante los artículos expuestos en escaparates.

Aunque el centro de interés de la fotografía de Cartier-Bresson fue siempre el ser humano, en ocasiones también fijó su atención en motivos arquitectónicos. En la década de 1960 documentó los cambios en la periferia de París, en un momento de expansión de la ciudad y retroceso de las zonas agrícolas. Los trabajadores inmigrantes solían vivir en conjuntos habitacionales modernos y, frente a esa arquitectura desangelada y monótona, Cartier-Bresson captaba las vidas anónimas en las ciudades dormitorio de los suburbios.

Las personas fueron siempre el centro de las fotografías de Cartier-Bresson. Realizaba sus retratos permaneciendo en un segundo plano, observando, esperando al «instante decisivo» que revelase la personalidad de su modelo. Completó su primera gran serie de retratos de artistas y escritores tras escapar del campo de prisioneros alemán. Son imágenes íntimas que nos permiten captar la vida interior de los modelos. En estas composiciones, las figuras ocupan solo una pequeña parte en comparación con el fondo narrativo.

© Fondation Henri Cartier-Bresson / Magnum Photos 

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