
Masha Ivashintsova hizo miles de fotografías a lo largo de su vida. En los años 70 y 80 captó todo tipo de escenas en su ciudad, Leningrado, pero muy pocas vieron la luz.
¿La Vivian Maier rusa tal vez?
Esta mujer rusa guardaba los negativos en el ático de su casa. Murió en el año 2000 y también la memoria de esas imágenes. Hasta ahora.
Su hija, Asya Ivashintsova-Melkumyan, los encontró en 2017 en el ático de la antigua casa de su madre.
«Para ella, hacer fotografías era un proceso natural. Era como respirar, algo insignificante. Creo que nunca vio la fotografía como algo serio. Siempre pensó que no era suficientemente buena», dice la hija de la fotógrafa.
Nunca reveló los negativos, pero su hija ha abierto una página web y una cuenta de Instagram en la que comparte las imágenes. Medios de comunicación de todo el mundo se han hecho eco de la noticia y la cuenta de Instagram ha alcanzado 11.000 seguidores.

Son escenas de la vida en Leningrado durante la Unión Soviética. También hay fotos de otros lugares, pero la mayoría son de la ciudad a orillas del mar Báltico. Mientras los negativos de la fotógrafa acumulaban polvo en su casa, ha cambiado el nombre de su país y el de su ciudad. Ahora es San Petersburgo.
«Mi madre estaba muy metida en el movimiento underground de la poesía y la fotografía en Leningrado de los años 60 a los 80″, cuenta su hija.

Cuando se encontró con los negativos de su madre, nacida en 1942, Asya asegura que se sintió mal:
«Me recordó su muerte en el año 2000. Al principio me despertó rechazo, me recordó la fragilidad de mi madre. Le faltaba confianza y una voz interior».
Hizo la mayoría de las fotografías con una Leica IIIc y una Rolleiflex
«Casi nadie pudo apreciar los frutos de su pasión, la fotografía. Hay imágenes de nuestra casa, de la familia, de amigos… Pero la fotografía de mi madre abordaba muchos temas. Ella sentía mucha curiosidad por todo. Creo que la cámara era una forma de espiar al mundo», añade.
Entre las imágenes hay retratos, animales, estatuas, niños, ancianos, juguetes….

Según explica su hija, Masha nunca se dedicó profesionalmente a la fotografía. Fue bailarina, trabajó en una librería y hasta se dedicó a reparar ascensores. Murió a los 58 años tras sufrir un cáncer.
«Veo a mi madre como un genio, pero ella nunca se vio así y nunca dejó que nadie la viera de esa forma. Publicar estas fotografías es un esfuerzo por lograr el reconocimiento que se merecía», añade.
Asya cree que toda la atención que están recibiendo las fotografías habría asustado a su madre, «igual que a mí; es algo impresionante. Pero estoy segura de que habría agradecido mucho todo el aprecio que está llegando de todas partes del mundo».
Estas son algunas de las imágenes de Masha Ivashintsova, cortesía de su hija.







Masha Ivashintsova webpage: http://mashaivashintsova.com/ IG: https://www.instagram.com/masha_ivashintsova/
«En nuestro interior, como le sucedió a esta mujer rusa, podemos guardar tesoros de gran valor que no mostramos por creer que no están a la altura.
Los escondemos a los demás, pero sobre todo a nosotros mismos, por sentirlos inapropiados, indignos, o incluso algo peor.
Muchas veces no es en el ático (como en la noticia) ni en el trastero de nuestra casa donde escondemos el tesoro, sino en esa parte de nosotros que resulta imposible de observar directamente (inconsciente personal, colectivo, o como queramos llamarlo), un espacio al que se accede en sueños, o cuando damos un paseo por el parque en solitario.
Es posible que -aunque ya lo tengamos identificado- nos dé terror abrir el baúl de nuestros miedos atávicos, por lo que podamos encontrar allí dentro. Por esa misma razón mantenemos ocultos a nuestros personajes interiores que resultan excesivamente originales o creativos. Intentamos ser y parecer “normales” cuando en realidad no existe nada que sea “normal”.
Vivimos obsesionados por que todo encaje en nuestro pequeño mundo cuadriculado, cuando hay muchas cosas que son imposibles de encajar porque escapan a cualquier razonamiento.
No hay caminos organizados para acceder al «trastero personal», pero si aprovechamos aquellos raros momentos en los que la puerta esté abierta es probable que podamos aprender muchas cosas de lo que allí encontremos.»
– Paco Bou
