.cartas de «A» para «X»

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"No es juguete del Tiempo amor…
Amor no muda con sus horas y semanas,
sino hasta el borde del abismo aguanta y puja
Si todo esto es error y contra mí probado,
yo nunca he escrito, y nunca ningún hombre amado."
-Shakespeare, Soneto 116
John Berger Portrait © Jean Mohr, Musée de l’Elysée, Lausanne

«El año pasado, cuando se abrió la nueva cárcel de alta seguridad construida en uno de los cerros
que se extienden hacia el norte de la ciudad de Suse, la antigua, emplazada en un edificio del centro,
quedó abandonada.
El último ocupante de la celda número 73 de la antigua cárcel había pegado encima del catre
reglamentario una especie de casilleros hechos con cartones de Marlboro unidos entre sí y fijados
sólidamente a la pared con cinta adhesiva.

En cada casillero cabían varias barajas.

En tres de ellos se encontraron unos paquetes de cartas manuscritas.
La única luz natural que entraba en la celda era la de un pequeño ventanuco circular, inaccesible,
situado en lo más alto de uno de los muros. La celda medía dos metros y medio por tres, y tenía
cuatro metros de altura.
Un largo corredor con ventanas enrejadas y cristales opacos conectaba las celdas de esta ala de
la antigua cárcel con una sala de usos comunes que parecía un búnker y contaba con unos infiernillos
básicos para cocinar, un grifo, un televisor, bancos, mesas y una plataforma elevada para los guardias
armados que vigilaban permanentemente.
El último preso que habitó la celda número 73, acusado y condenado a dos cadenas perpetuas, era conocido con el nombre de Xavier. Las cartas encontradas en los casilleros iban dirigidas a él.
Al leerlas queda claro que no estaban ordenadas cronológicamente.

A’ida, (si es este su verdadero nombre), no fechaba las cartas con el año, solo con el día y el mes.

Es evidente que la correspondencia se mantuvo durante muchos años. (…)
Hay algunas cartas que A’ida no llegó a enviar. Da la impresión de que a veces empezaba una carta sabiendo desde el principio que no la enviaría; en otras ocasiones, la urgencia de lo que tenía que contar le llevaba a escribir cosas que luego, pensándolo bien, decidía que era mejor guardar para sí.
Cómo llegaron a mi posesión esas cartas, tanto las enviadas como las no enviadas, es algo que,
de momento, debe mantenerse en secreto, pues explicarlo podría poner en peligro a otras personas.
Las cartas no enviadas están escritas en el mismo papel azulado de las enviadas. Las coloqué en
los paquetes en los que me pareció que encajaban. Pero cada cual puede cambiarlas según su
parecer.
Dondequiera que se encuentren hoy A’ida y Xavier, vivos o muertos, que Dios guarde sus sombras.»
-John Berger, 2008

Primer paquete de cartas
El paquete está atado con una tira de tela en la que, escritas con un tipo de tinta que emborrona
parcialmente el algodón, se leen las siguientes palabras:
«El universo no se parece a una máquina, sino a un cerebro humano. La vida es un relato contado
en este instante. La realidad primera es un relato. Lo sé porque soy mecánico.»

«Guapo mío:
Cuando era pequeña coleccionaba plumas de aves. Llegué a tener doscientas. De veintisiete
especies distintas. Tenía un sobre para cada pájaro. Nunca hablamos de nuestra infancia, ¿verdad? Es
una de las cosas que espero que podamos hacer algún día. La gente suele hablar de su infancia cuando se enamora, pero nosotros no lo hicimos. ¿Por qué crees tú que fue así? Yo creo que lo sé, pero no encuentro las palabras. Las encontraré cuando salgas. Fue por esta colección de plumas, de plumas de pájaro, por lo que empecé a interesarme por los ángeles. Aprendí de los querubines, de los serafines, de los ángeles caídos y de los mensajeros. Cada categoría de ángel tenía alas diferentes, una manera diferente de plegarlas cuando no estaban volando y, claro, plumas diferentes.
Cada vez que acariciaba una de mis plumas de pájaro, pensaba en un deseo. Para cuando estaba estudiando farmacia en Tarsa, los ángeles y yo ya nos habíamos separado. Pero últimamente he
estado pensando algo al respecto; un día te lo contaré en una carta.
Hace mucho tiempo creía que lo más próximo a lo eterno era esa sensación de beatitud que nos invade después de hacer el amor. Pero hoy diría que es escuchar un tipo de rumor particular, un rumor callejero, que empieza en el futuro, cuando las calles estén pavimentadas, cuando las armas se puedan quedar guardadas en casa y los padres puedan enseñar aritmética a sus hijos.
Tu A’ida»

/

«Mi guapo:
Gracias por el huerto de jazmín que de alguna manera me has hecho llegar. Me tumbo en ese huerto.
Se me ocurrió una idea mientras me duchaba: todas las penas, en un momento dado, resbalan y caen en la palabra NO, y luego siguen su camino. Del mismo modo, todos los placeres resbalan en la palabra SÍ, antes de continuar por el suyo.
A ti te digo SÍ; a lo que nos ha tocado vivir le digo NO. Sin embargo, me siento orgullosa de nuestra vida; orgullosa de lo que hemos hecho, orgullosa de nosotros. Y cuando pienso así me transformo en una tercera persona que ni soy yo ni eres tú, y tú te conviertes en la misma tercera persona, al margen de que digamos sí o digamos no.
Como hoy es mi cumpleaños, repito una y otra vez: SÍ. Me miro en el espejo. Estoy de pie, con el cabello suelto, y digo sí. Noto la suavidad de mi piel y la oscuridad de mi vello, y digo sí. Recuerdo haber leído que el amante compara la parte superior del cuerpo de su amada con el alcanfor, la cintura con el ámbar, y la parte inferior con el almizcle, y digo sí.
Mis miembros anhelan que los veas; están hartos de que solo los vea yo. A veces se enfadan conmigo por esto. Se insinúan, moviéndose sinuosos, insinúan que tengo yo la culpa de que no estés con ellos, y cuanto más se mueven, cuando están de este humor, más insisten en que no pueden perdonarme, en que nunca me lo perdonarán. Pero ¿quién os creéis que sois?, les pregunto, furiosa.
Somos la felicidad, responden.
Cierro los ojos y les digo que recuerden la cárcel y lo que es ir de un lado al otro de la celda, sentarse, quedarse en pie, agacharse, dormir en ella. Y durante un rato, lo recuerdan conmigo. En la cárcel se despoja al cuerpo de su reino. Le es confiscado al entrar, al igual que el resto de los efectos personales. Y cuando te ponen en libertad, cuando te entregan el reloj, la cartera, las pulseras, la lima de uñas, el reino no aparece, y hay que recuperarlo poco a poco, provincia a provincia.
Abro los ojos y vuelvo a mirar al espejo. Como no están en la cárcel, mis miembros quieren tentarte y ofrecerte su felicidad.
Sí, sí, sí. Cada sí es uno de los platos que voy a preparar para los amigos que he invitado. Picaré las verduras, meteré la carne en las brochetas, haré pasta para rebozar, batiré huevos, machacaré garbanzos, prepararé la masa de las tortitas, pelaré los ajos, picaré la menta, sacudiré la molokhiyya.
Quiero que mis invitados crean que todos los platos han bajado, llenos, del cielo. Sí.
Muchos platos, muchos síes. Así sonreiré, confiada, cuando esta noche me pregunten por ti, y pensaré en la abubilla, que trajo noticias de la Reina de Saba y construye sus nidos en las ruinas.
Sí, ha salido el sol y acaba de levantarse el viento, con lo que ya somos tres. ¿Ves, amor mío, el eucalipto que está en el otro extremo de la explanada? Si me pongo de puntillas en la puerta de delante —por fin me he vestido y llevo una falda blanca larga, vaporosa— lo veo: se inclina, se inclina mucho con la fuerza del viento, y casi está bailando. Todavía se le desprende la corteza en esos trozos largos y curvos con los que tú decías que se podía construir una canoa. Me equivocaba.
¡El eucalipto está bailando! De sus ramas verdes se han desplegado velas, continentes de hojas que siguen el balanceo de la más femenina de las mujeres. Un auténtico gozo. Este eucalipto ukelele. ¡Qué caderas! Mi cumpleaños.
Luego, mientras preparo nuestro festín, soy yo la que baila, mientras barro y pongo los manteles y coloco las sillas y extiendo la masa y guiso las setas y corto las piñas sin quitarles la monda y coloco floreros y le doy la vuelta a la carne y limpio los vasos, mientras lo hago todo, bailo. Sí, sí, sí… van a venir muchos amigos.
Ya se ha ido el último invitado, y tu huertecito de jazmín en el alféizar de la ventana anuncia las primeras luces. Fuera, los pájaros cantan lo más alto que pueden. Llenan el silencio, el silencio que los muertos dejan tras ellos. Tan insoportable a veces ese silencio. El silencio de Amitara, de Zakarias, de Susan, de Victor, de Emil, de Yaha, de César.
Es un silencio revestido de ternura, sin embargo; te lo aseguro. Y si lo pones en duda, recuerda cómo era tocar el interior de uno de los nidos que están construyendo los pájaros. Su suavidad y su blandura son el resultado de innumerables incursiones y refriegas, y también de una habilidad, aprendida con el tiempo, para construir solo con lo que es flexible, resistente y fuerte. Toca uno…
Yo espero un momento para tocarte. Luego dormiremos. El sueño es la primera casa, una casa sin techo, ni paredes ni cama. Estos vendrán después, inspirados por el sueño. Esta noche, después de mi cumpleaños, te llevo, amor mío, a la primera casa. La deslizaré bajo la puerta monstruosa, y me encontrarás dentro.
Tu A’ida.»

«No hay historia muda.

Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la
mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca.

El tiempo que fue sigue latiendo, vivo,
dentro del tiempo que es».
-Eduardo Galeano

«Tú, en tu cárcel, no puedes cubrir distancias, salvo las mínimas que repites cada día. Pero piensas, y con tu pensamiento atraviesas el mundo. Yo puedo ir a donde quiera, cubrir distancias es una parte de mi vida. Tu pensamiento y mis viajes son casi la misma cosa. El pensamiento y la extensión son partes de un solo paño. Una única trama.
Con la mente, tú y yo buscamos una manera de salir de nuestros días, que son con tanta frecuencia oscuros; intentamos encontrar lo que hay de infinito en cada minuto.
Por eso tengo que decírtelo. En la cárcel, suelen aparecer ángeles en los sueños. Los ángeles son
los polos opuestos del personal penitenciario, aunque en ambos campos los hay buenos y malos. Para
ser completamente consciente de los ángeles tienes que saber cómo son los guardias. Fuera de los
penales, la gente olvida la existencia de ambos.
La mente es la consecuencia de la lectura continua de lo que acontece en el cuerpo, y entre lo que
acontece se encuentran todas las percepciones de los sentidos: lo que vemos, lo que oímos, lo que
tocamos, lo que olemos y lo que degustamos. Lamo una cucharada de miel y bebo un té caliente; hace
frío esta noche. Tú, en tu celda, acabas de meter la cabeza bajo las mantas.
Hoy ha caído la primera nieve, y el aire era muy frío, de modo que ha cubierto cada rama, cada ramita de los frutales de la ladera de enfrente. Todos y cada uno de los detalles de todos los árboles estaban dibujados en blanco. Y esta noche te envío esta blanca decoración de tracería, como si fuera un ángel. Lo que nos rodea forma también parte del mismo paño. Tápate con él la cabeza y que las palabras que vienen a mí cuando voy hacia ti te arropen.
La mente lee y transforma en imágenes los sucesos que el cuerpo percibe. Sin mente, no hay imágenes, amor mío.
Toda la naturaleza es un filtro revelador para la inteligencia que ha pasado por él. Nuestros cuerpos forman parte del mismo filtro, y de nuestros cuerpos proceden las mentes con las que leemos lo que se nos revela. Me estoy quitando la ropa para contártelo.
A.»

Mi deseo es mi maquillaje
cuando te veo, me brillan los ojos.
Tu A.

«¡Ojalá, guapo mío, estuviéramos el uno en los brazos del otro!
¿Es algo que hice hace mucho tiempo? ¿O es algo que quería hacer y todavía no he hecho? Igual da. El caso es que en algún momento pensé en poner mi mano en una carta, dibujar su contorno y enviártela. Un poco después de cuando fuera que lo pensara, me topé con un libro en el que enseñaban a dibujar manos y lo abrí y lo vi página a página. Decidí comprármelo. Se parecía a la historia de nuestra vida. Todas las historias son también historias de manos, manos que agarran, que sopesan, que señalan, que unen, que amasan, que enhebran, que acarician; manos abandonadas en el sueño, manos que cortan, que comen, que limpian, que tocan música, que rascan, que asen, que pelan, que se aferran, que aprietan un gatillo, que se cruzan. En cada página del libro hay un delicado dibujo de manos ejecutando una acción específica. Te voy a copiar una. Te estoy escribiendo.

Y me miro las manos, que quieren tocarte, y me parecen obsoletas, porque hace tanto que no te acarician.

Cuando tengo una carta tuya entre las manos, lo primero que siento es tu calor. La misma calidez de tu voz cuando cantas. Me dan ganas de apretarme contra ella, pero no lo hago, porque, si espero, ese calor me envolverá. Después, cuando vuelvo a leerla, envuelta en tu calor, las palabras que has escrito pertenecen ya a un pasado remoto, y así las miramos juntos desde lejos. Y estamos en el futuro. No aquel del que apenas sabemos nada. Estamos en un futuro que ya ha comenzado. Estamos en un futuro que tiene nuestros nombres. Dame la mano. Beso las cicatrices que entrecruzan tu muñeca.
Todas las noches te reconstruyo, hueso a hueso. Delicadamente.

Good night. Te alcanzo en sueños…
Tu A’ida.»

-John Berger («De A para X», Una historia en cartas)


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