A lo largo de toda su vida, Satie llevó en los bolsillos unos cuadernitos de música (los que suelen emplear los escolares) en los que iba anotando, sin orden ni concierto, sus ideas musicales y las reflexiones sobre el mundo que le rodeaba.

Satie, que prefería presentarse como un «hombre del género de Adán (del paraíso)», enriqueció sin embargo su parentela espiritual al alinearse junto a Edgar Allan Poe: «Mi humor», decía, «recuerda al de Cromwell. Debo también mucho a Cristóbal Colón, ya que el espíritu americano me ha tirado de la manga en algunas ocasiones y he sentido, con alegría, su picadura irónica mente helada.»

Erik Satie by Man Ray 1922
Erik Satie by Man Ray 1922

Al compararse un día con Stravinsky, el «espléndido pájaro», Satie dijo que él era más bien «un pez». Lo que sí puede asegurarse es que vivió en la música como pez en el agua. Todos sus placeres, sus descubrimientos, sus diversiones, sus recuerdos más queridos, se los debía sin lugar a dudas a la música.
Y sin embargo no es frecuente encontrar compositores que, como él, se hayan interesado por todas las demás formas de creatividad—la pintura en particular: Man Ray decía de él que era «el único músico con ojos»— , ni que hayan reflexionado tanto sobre la relación que la música puede establecer con las palabras. Tal vez sea incluso el compositor que más ha meditado sobre los límites de la comunicación musical, establecidos para empezar por la existencia de los «sordos», y sobre los malentendidos que se siguen del sentido propio de esta palabra.

«El Bohemio, poeta de Montmartre» (Retrato del compositor Erik Satie). 1891 Autor: Ramón Casas


I . DE UN NAVÍO
A merced

de las olas.
Una ligera bruma.
Otra.
Ráfaga de aire fresco
Melancolía marítima.
Ligera bruma.
Un nuevo cabeceo amable.
Débiles olas.
El capitán dice: «Un viaje estupendo.»
El navio se burla.
Paisaje a lo lejos.
Ligera brisa.
Ligera bruma de cortesía,
para arribar.


I I . DE UNA LINTERNA
No encienda todavía: hay tiempo.
Ya puede encender, si quiere.
Alumbre un poco delante de usted.
Su mano ante la luz.
Aparte la mano
y métasela en el bolsillo.
¡Chitón! Espere.
Apague.

Sale de mañana.
Llueve.
El sol está entre las nubes.
Suave ronroneo. ¡Un peñasco precioso!
Qué buena vida.
Regresa de noche.
Llueve.
Ya no hace sol.
¡Y ojalá no salga nunca más!
Suave ronroneo burlón.
Pues sí que era un peñasco precioso. Y muy
viscoso.
No me haga reír, brizna de musgo:
me hace cosquillas.
No tengo tabaco. Menos mal que no fumo.

/

Huraño y malhumorado
(escrito por la mañana, en ayunas)

/

Es mi corazón el que así se columpia.
No le da vértigo.
Qué pequeños son sus pies.
¿Querrá volver a mi pecho?

 

/

FALSO NOCTURNO
La noche es silenciosa.
La melancolía es enorme.
El fuego fatuo perturba el tranquilo paisaje.
¡Qué pelma!
Es el viejo fuego fatuo
que tanto necesitaba venir.
Volvamos a nuestro ensueño, por favor.

-Erik Satie

 

Aunque Satie sin duda variaba sus respuestas según el nivel social del interlocutor en cuestión, y aunque algunos de sus estallidos puedan atribuirse a la bebida, a su extraña lógica o al fastidio de ser distraído del trabajo que tenía entre manos, existe una explicación más probable para esta aparente excentricidad. 

Una investigación de Sarah Nichols sugiere que muchos de los trazos conflictivos en su extraña personalidad encajan con el cuadro de un alto nivel de dislexia, y que en esto tuvo muchos y distinguidos predecesores artísticos, desde Lewis Carroll y Hans Christian Andersen hasta Rodin (a todos los cuales él admiraba).
Satie estaba fascinado con sus propios procesos mentales y los exploraba deliberadamente, como lo hacía Lewis Carroll.
Típicamente, su inteligencia excepcional y un enfoque lógico distinto frustraban fácilmente lo que él veía como una inadecuación de los demás (de los críticos de música en particular), y esto lo conducía a sus frecuentes “estallidos”.

Experimentaba períodos de alegría exaltada junto a otros de una timidez casi embarazosa; era antiautoritario y se veía a sí mismo como alguien “muy joven en una época muy vieja”;era sensible con el prójimo, pero superficial cuando se veía amenazado de alguna manera.

Le gustaba hacer bromas, pero odiaba cuando la broma se volvía en su contra, tal como lo descubrió PierreBertin al remedarlo durante la representación de Lepiege de Méduse.

Su dislexia le brindó un acercamiento espacial a la música (lo que explica su fascinación con el cubismo y la escultura) y lo atrajo al pensamiento transformacional, a la magia y a las potencialidades de la reflexión formal.

Eran características de él las enumeraciones obsesivas (a menudo de una naturaleza fantástica que encontraba extremadamente divertida), y como muchos disléxicos su frustración durante los primeros estudios se reflejó en repetidos informes acerca de su pereza y su escasa habilidad para leer música con cierto nivel de adecuación en el Conservatorio de París.

Su rechazo a tocar e incluso a discutir su música en público es un síntoma de todo esto.

El éxito llegó gradualmente para Satie y no comenzó sino cuando ya tenía 45 años.

El mes de agosto de 1918 fue, uno de los más trágicos en la vida de Satie.

Estaba absolutamente sin un centavo.
 
«Chere Valentine,
Esto es demasiado sufrimiento. Me siento maldito. Esta vida de mendigo me desagrada.
En realidad estoy buscando trabajo, por más pequeño que sea. Me cago en el arte; me ha traído demasiados problemas. El artista es un sodomita de la vida, si puedo expresarlo en estos términos.
Perdona estas descripciones verdaderas; pero son verdaderas.
Les estoy escribiendo a todos. Nadie me contesta, ni siquiera una palabra amiga. ¡Cielos!
Tú, mi querida Valentine, siempre has sido buena con tu viejo amigo. Por favor, te imploro, ¿sería posible tratar de encontrar algo con lo que tu viejo amigo pueda ganarse la vida ?
No me importa dónde. Las tareas más serviles no estarán por debajo de mis posibilidades, te lo prometo.
Fíjate qué puedes hacer lo más pronto posible; estoy con la soga al cuello y no puedo seguir esperando.Hace ya un mes o más que no escribo una sola nota.
Ya no tengo ideas, ni quiero tenerlas. ¿Entonces?
Tu viejo amigo,
-Erik Satie»


«Fui incapaz de ayudarlo en ese momento , pero me puse en contacto con un amigo a quien le pedí que asistiera al compositor.
Le envió a Satie 1000 francos en forma anónima.»

-Valentine Hugo

 

El concepto de “niño triste” aparece a menudo cuando se lo recuerda, y no cabe duda alguna de que su vida, de una sostenida pobreza y abnegación voluntarias en virtud  de los intereses de suerte, no fue demasiado envidiable.

Gran parte de ésta transcurrió a pie, yendo y viniendo de su hermético aislamiento en el sórdido suburbio de Arcueil a las luces y atracciones de París.

Su único y verdadero deleite consistía en detenerse a tomar en sus cafés favoritos en route, y no sorprende que, a pesar de su robusta salud, haya muerto de cirrosis hepática a la relativamente temprana edad de 59 años.

Cuando, después de su muerte en 1925, sus amigos finalmente entraron por primera vez al miserable cuarto, fue como si hubieran “ ingresado en su cerebro” , ya que Satie nunca había tirado (ni limpiado) nada durante más de un cuarto de siglo.

El principal misterio que prevalece es cómo emergía de ese cuarto todos los días impecablemente vestido – “como un actor que irrumpe en escena” – y cómo los manuscritos que copiaba allí se conservaban, al igual que Satie, tan virginales.

Se ha especulado con que vivía una suerte de doble existencia; incluso, con que tenía una amante lavandera.


Satie encontró irresistibles los atractivos de la vida bohemia en Montmartre. Fue en estos círculos, completamente diferentes de aquellos en donde había crecido, que Satie, hasta ese entonces tímido y reservado, dio rienda suelta a la alegría desenfadada que llevaba en su interior; el contraste que se produjo entre esta vida libre y desprejuiciada y su propia rectitud burguesa le demostró la estupidez de ciertos pre conceptos y la hipocresía de ciertas convenciones y despertó en él un sentimiento de desconfianza hacia los lugares comunes y las ideas vulgares, la jactancia superficial y las reputaciones exageradas.

Dejó de lado todo lo que amaba a fuerza de costumbre; se dedicó con entusiasmo a rescatar la belleza del esfuerzo libre , atrevido y sin límites, que no se pone trabas a sí mismo con reglas o métodos y que no reconoce otra crítica más que la propia; admiró a aquellos que le enseñaban la forma en que había que hacerlo y a aquellos que, despreocupados del presente o de las dificultades futuras, la cabeza en alto, con los bolsillos vacíos y con espíritu lánguido, se hundía  alegre y salvajemente en la búsqueda de su ideal.

Impulsivo por naturaleza, se entregó a ellos por completo, y a medida que se fue forjando dentro de estos cánones, rompió con todas las formas de cortesía de su primera educación en una apuesta por ser más parecido a ellos.
Un día tomó su ropa, la enrolló hasta hacerla un ovillo , se sentó sobre ella, la arrastró por el piso, la pisoteó y la empapó con toda clase de líquidos hasta que quedó convertida en harapos, abolló su sombrero, rompió sus zapatos, rasgó su corbata en jirones reemplazó su fin a ropa blanca  por unas espantosas camisas de franela de algodón.
Dejó de arreglarse la barba y se dejó el pelo largo.
Al  mismo tiempo fraguó para sí un estilo artístico personal.

Su educación musical era decididamente incompleta, pero reunió todo su saber y a partir de entonces fabricó de su propio cuño una fórmula , a saber, que todas las otras técnicas no existían y que además constituían un obstáculo para la verdadera expresión musical. Adoptó la pose de un hombre que al conocer únicamente trece letras del alfabeto, decide crear una nueva literatura sólo con ellas, en lugar de admitir sus propias limitaciones.

Semejante audacia no tuvo paralelos en su época, pero la convirtió en la marca personal para triunfar con su sistema.

Se sucedieron discusiones apasionadas; algunos decían que era una obra maestra, otros que se trataba de una patraña de pésimo gusto.

Una noche en el Clou , Satie interpretó su partitura en el piano. Las opiniones se encontraban divididas.

Suscitaba la más rotunda aprobación y el más violento rechazo. A aquellos que la juzgaban incomprensible, Satie contestaba categóricamente que no eran sino unos ignorantes burgueses, que insistiría ante la Ópera para que fuera producida y que demostraría que él tenía razón y que el resto estaba equivocado.

“ En todo caso —agregaba con total seriedad—, soy por lejos superior a ustedes, pero mi bien conocida modestia me impide decirlo .”

En el medio del tumulto que se producía con esta frase, un hombre permanecía impasible. Por debajo de su obstinada, voluminosa frente, dos ojitos oscuros brillaban como carbunclos; cruzado de brazos, sonreía en silencio bajo su barba de fauno.
Era Claude Debussy. 

Había comprendido de inmediato que por debajo de la actuación escandalosa de Satie yacía cierto caudal de seriedad, de audacia y de sensibilidad.

Él apreciaba la calidad de su espíritu agitado e inquieto , ansioso de contrastes y descubrimientos, en la búsqueda de su verdadera naturaleza aun cuando se riera de ella. 

Fue el primero en defender a Satie. Con sobriedad, sin excitación o auto complacencia y con la autoridad que imponía su propia persona, explicó la extraña impronta de la personalidad musical de Satie y las expectativas que tendría en el futuro.

Ese fue el comienzo de una amistad que nunca falló y que resultó beneficiosa para ambos.

 De parte de Debussy, Satie contaba con un consejero invalorable y con el tipo de apoyo que iba directo a su corazón; y Debussy extrajo de Satie esas innovaciones que, insertadas en su profundo conocimiento de la música, constituyeron su segundo estilo , el de Pelléas et Mélisande.

Poco después Satie heredó esa suma de 7000 francos. Era una fortuna . No sabía qué hacer con ella.
Pagó sus deudas y encargó siete trajes de terciopelo gris, con sombreros que hicieran juego, y que resultaron la sensación de Montmartre .

Dondequiera que estuvieses, estabas seguro de verlo en cuanto ponía un pie en la calle. Desde la rué Caulaincourt hasta la avenida Trudaine, desde la plaza de Clichy hasta el boulevard Barbes, su silueta pronto se convirtió en una visión familiar.
Depositó el resto de la suma en una rama de la Société Genérale, donde pronto se convirtió en el mejor cliente , pues llegó a sacar dinero todos los días, a veces incluso dos veces por día, según el estado de su prodigalidad.

Era el alma del altruismo con sus amigos; ofrecía comidas gratis en los restaurantes y constituía el centro de la velada en la brasserie. Como sus propinas eran suntuosas, los camareros lo trataban con el más alto respeto.

Satie no tocaba el piano con frecuencia.
El estado en que fue encontrado su piano al morir (el instrumento fue luego adquirido por Braque) demuestra que Satie no lo utilizaba nunca.
Me sorprende que una música tan íntimamente pianística pueda haber sido concebida lejos de un teclado; salvo que Satie, misterioso como siempre, probara estas preciosas obras en algún piano desconocido de Arcueil.

Hasta su muerte, Satie siguió siendo un niño.

Por cierto había visto la vida dura, desagradable- pero siempre se mantenía en las profundidades de su corazón la poesía de los sueños felices de su juventud .

Era la poesía lo que con más celo trataba de ocultar, a causa de la reserva que ya he mencionado.
Pero deberíamos sentirnos agradecidos de que de tanto en tanto se manifestara a pesar de sus esfuerzos: a veces se la podía ver en sus ojos, e incluso se la podía encontrar, sana y salva, en su música.
También existía silenciosamente en su pasión por el orden y en las ligeramente pueriles obsesiones que tenía. Nunca superó al niño que hacía mucho tiempo se llenó de entusiasmo con las deliciosas, irónicas y tiernas historias de Hans Christian Andersen.
En sus últimos años, los cuentos de Andersen eran su libro de cabecera.

La música de Satie, cuando se la desnuda, es espiritual, principalmente mediante una técnica que está lejos de ser indigente por naturaleza, pero que voluntariamente se casa con la pobreza. Piense en este desdén como efecto. No existe nada más sincero en él que ese espíritu de renuncia.

Su extraño modo  de vida debe haber escandalizado al establishment, ¿pero acaso no vivió él de una forma a tal que escapaba a todo compromiso?
El querido Satie era movido por su bondad natural y por su instintiva sed de justicia , y si perteneció a algún partido político fue porque tenía la esperanza de encontrar en él la caridad que residía en su persona.

No era un hombre al que se pudiera engañar. Nació cristiano y murió cristiano , dedicando la broma de sus últimos momentos a sus compañeros de izquierda.

Satie era muy tranquilo y discreto, solía hablar en voz baja.
No decía cosas de gran importancia. Cuando hablaba, siempre ponía la mano sobre su boca, no para ocultar los dientes sino probablemente en virtud de alguna clase de timidez. Creo que era otra forma de esconderse, porque no le gustaba abrir su corazón a la gente. Decía frases cortas con mucha lentitud , sonriendo y cerrando los ojos apenas, con una mirada cómplice.

-Robert Orledge («El Mundo de Satie»)

 

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