.el jardín de las caricias

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«Estas poesías, escritas en España, hacia el siglo X  por un árabe desconocido, fueron recientemente halladas en Tombuctú, en los archivos de la antigua Universidad de Sankoré.

«HABÍAMOS agotado las palabras de amor.
Así como el silencio reina entre las filas de dos ejércitos que se aperciben para batallar, el silencio se había impuesto entre nosotros.
Di la batalla de amor.
El ruido de los sables eran nuestros besos, el suspirar de los heridos era el jadeo de nuestros pechos, el estrépito de los carros estaba en nuestras arterias.
Y te arrojé lejos de mí, como un estandarte desgarrado.

CUANDO le imploro gracia, se contenta ella con sonreír bajando la vista.
¡Qué puedo esperar de un amor tan terrible!
Ella conoce el poder de su sonrisa.
Cómo esconderle, entonces, mi pasión?
Tú eres mi universo, con sus jardines y sus colinas, con sus fuentes y sus mieses.
Quisiera tener mil bocas, quisiera no tener nunca necesidad del sueño.
Sin embargo, ¿no soy el viajero que se aduerme cada tarde en la umbría perfumada?
Tú eres mi universo, con sus colinas y sus jardines, con sus fuentes y sus mieses.
Cuando tu aliento roza mis mejillas, pienso en las brisas del Hedjaz que han deshojado innumerables rosas.
Mis halcones adelgazan en sus alcándaras, mis caballos pierden el hábito del freno, el brillo de mis armas se empaña.
¡Qué importa, si el brillo de tus mejillas recuerda el sangriento corazón de las granadas, si tu vientre es más suave que el lomo de mis corceles, si tus besos son halcones insaciados!
Tendido sobre las blandas colinas de tu cuerpo, bebo en la fuente de tu boca, estrechando esas mieses que son mías.

TU cabellera, que es el estandarte de mi amor.
Tu frente, tibia y abombada como un pebetero.
Tus ojos, que están acostados en tu rostro.
Tus labios, puertas del Jardín.
Tus dientes, entre tus labios, como nieve sobre púrpura.
Tu lengua, que maduró para mi boca.
Tu cuello, columna de marfil.
Tu espalda, lisa como un pensamiento de niña.
Tus brazos, que serán dos llamas en torno de mi cuerpo.
Tus senos, que surgen para entregarse.
Tu vientre, atrio de mármol.
Tus piernas, juntas cual dos corderos asustados.
Tus pies, que franquearon el umbral de mi casa, y que colocó sobre mi frente con pasión.

ALTA y delgada, se había erguido con las manos en la nuca.
Cuando evoco su belleza, el corazón se me sube anudándoseme en la garganta.
Había bailado algunas de las danzas de su tribu: la danza del Sol, que era una danza vertiginosa; la danza de la Luna, que era una danza moderada; la danza de la Muerte, que era una danza inmóvil.  Pero no había bailado la danza del Amor. 

Primeramente, bailó con los ojos y con los parpados, cuyas pestañas eran alas. En el cesto de sus palmas su cabeza pesaba como un mundo.

Por fin, el éxtasis iluminó su rostro. Avanzó tres pasos, con el dorso arqueado, abiertas las manos, en una resolución apasionada. Y, de pronto, se irguió brindándonos sus manos que habían aprisionado el aroma de las rosas.

 Mi pierna apenas rozaba tu brazo, volviste levemente la cabeza y vi tu rostro.

Tus ojos estaban entre las pestañas como un arroyo de fuego entre las ramas.

Poco a poco amenguó mi timidez.

Adivinaste que no era tan sólo mi deseo el que vibraba contra tus carnes?

Mi corazón se acariciaba con el tuyo y mi alma con tu alma palpitante.

Así como un jinete sujeta los bríos del fogoso corcel, reprimía yo los impulsos que me echaban hacia tí; terminaba en imponderables rozamientos lo que comenzara en impetuoso contacto.

Prolongadas vibraciones hacían ondular tus espaldas.

El misterio y el peligro multiplicaban tu voluptuosa emoción.

Te dabas toda.

Y yo me digo con amargura que me procuraste esa embriaguez sin conocerme y que otro cualquiera hubiera podido gustarla.

 Al siguiente día de aquel día percibí tu perfume, y fue como si hubieras estado en mi habitación, como si no hubiese sido necesario más que pronunciar tu nombre, para que te arrojaras en mis brazos.

No osaba volver la vista. Parecíame verte sentada en mi lecho, esperándome
Al siguiente día de aquel en que tu perfume me recordara tu presencia de la víspera, noté, que el perfume no persistía más que en los pliegues escondidos. Esta vez, sí, te busqué en mi habitación. Al siguiente día, después, había desaparecido tu perfume y el recuerdo del día que creí inolvidable no estaba ya en mi corazón.

MI MANO, SELLO TEMBLOROSO, lo cubría por completo. Ella dijo: Mi cuerpo es tu oasis, y es el arroyo en que te sumerges cuando has andado por tu oasis. Está en mi vientre cual un pebetero escondido entre el musgo. Está en mi vientre como un pozo al que el sol hubiera entibiado el brocal. Está en mi vientre como una granada hendida, como una gruta llena de tesoros.

Mis senos son tus frascos arfilinos de perfume, y mis ojos son tus alhajas.

Mis orejas son tus conchas nacarinas y mis brazos tu collar.

El Deseo y el Placer, ardientes hermanos.

El Deseo, coronado de flores oscuras; el Placer, coronado de flores de vivo colorido.

El Deseo, con su mirada aguda, sus labios cerrados, sus manos que buscan.

 El Placer, con su mirada húmeda, sus labios abiertos, sus manos que poseen.

 Según disponga tus cabellos sobre tu frente, o me acerque o me aleje de tus ojos, es una nueva mujer la que respira echada sobre mi estera.

A menudo, acurrucándote junto a mi espalda, te haces la niñita afligida.

Entonces lanzas unos gemidos alternados que me turban más que todas las palabras de amor.

A menudo, erguida y bravía, te diviertes rechazándome. Entonces tus gestos malévolos me turban más que todas las caricias.

A menudo, inclinada sobre mi boca, murmuras palabras de amor sincero, pero esas palabras me turban menos que tu silencio cuando busco en ti los diez rostros cambiantes.

 EPITAFIO

Daulali reposa aquí. Murió en la tercera noche del mes de Djemazi-el-Aklrir, que es el mes funesto para las flores.

La amábamos.

Sus labios eran sabrosos y su alma tierna

Si su nombre te recuerda que también tú la acariciaste, evoca por dos esa felicidad pasada, pues en su eterno descanso los muertos no sueñan.»

-Franz Toussaint («El jardin de las caricias», Versión castellana de Roberto Gvibovrg)

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