Kamaladevi Chattopadhya

India, 1908.

En una pequeña aldea del estado de Maharashtra, el sol caía como un martillo sobre las casas de barro. Las mujeres hilaban, los niños corrían, los hombres trabajaban la tierra. Pero encima de todos, como una sombra enorme, estaba la mano del Imperio Británico.
Las telas indias —famosas en el mundo entero durante siglos— habían sido prohibidas en la práctica. Los británicos inundaban el país con algodón manufacturado en Manchester y obligaban a millones de indios a comprarlo, empobreciendo a los artesanos locales.
En ese contexto vivía Kamaladevi Chattopadhyay, una joven viuda de 14 años, inteligente, audaz, y mucho más fuerte de lo que su pequeña aldea era capaz de imaginar.
Un día, vio a un grupo de soldados quemar las telas hiladas por mujeres de la comunidad. Entre ellas estaba su tía, que veía cómo ardía el trabajo de semanas.
Kamaladevi apretó los puños.
—¿Por qué hacen esto? —preguntó a uno de los soldados.
—Porque está prohibido producir telas indias —respondió el hombre, sin remordimiento.
Ella levantó la barbilla.
—Prohibido no es imposible.
Aquella frase sería el comienzo de una revolución silenciosa.
Años después, ya adulta, viajó a una reunión política donde se discutía cómo seguir la lucha por la independencia. Había mayoría de hombres: profesores, abogados, líderes comunitarios. Ella parecía invisible.
El presidente de la reunión dijo:
—Necesitamos un símbolo de resistencia que todos puedan hacer.
Los hombres dieron ideas complicadas: marchas, discursos, tratados.
Kamaladevi levantó la mano.
—¿Y si dejamos de comprarles telas? —propuso.
—¿Y si recuperamos nuestro tejido? ¿Nuestro hilo? ¿Nuestra artesanía?
Algunos se le rieron en la cara.
—¡Es demasiado simple! —dijo uno.
—¡Eso no va a tumbar a un imperio! —dijo otro.
Pero en el fondo del salón, un hombre delgado con gafas redondas apoyó su idea:
Gandhi.
—La sencillez también es poder —dijo él—. A veces, un hilo une a un país más que un arma.
Kamaladevi sonrió en silencio.
Acababa de encontrar su misión.
Durante años recorrió aldeas enteras de India enseñando a mujeres a recuperar el tejido tradicional. Llevaba solo una rueca portátil y una determinación que contagiaba.
—¿Por qué vamos a hilar si no podemos vender? —preguntó una mujer.
Kamaladevi respondió:
—Porque cada hilo que hacemos debilita la economía del imperio. Porque cada prenda que producimos es una afirmación de libertad.
Y funcionó.
La producción local renació.
El boicot al algodón británico se volvió masivo.
Miles de aldeas dejaron de comprar telas importadas.
La economía británica empezó a tambalearse.

En 1930, durante la famosa Marcha de la Sal, Kamaladevi hizo algo que nadie esperaba.
Entró en una tienda legal británica, tomó un puñado de sal —producto monopolizado por el imperio— y lo levantó frente a los policías que se la llevaban.
—La sal del mar no pertenece a un rey —gritó.
Era la primera mujer arrestada por desobediencia civil en el movimiento de independencia.
Los británicos pensaban que podían intimidarla.
Se equivocaron.
En la cárcel organizó clases para las presas, escribió artículos clandestinos y convenció a docenas de mujeres de unirse al movimiento.
Cuando salió, Gandhi dijo:
—Si India algún día es libre, será con el hilo de Kamaladevi.
Y así fue
Después de la independencia, Kamaladevi no buscó cargos políticos ni honores.
Se dedicó a rescatar artesanías en peligro, a dar trabajo a mujeres pobres, a reconstruir industrias tradicionales que habían sido destruidas por el colonialismo.
Murió en 1988, sin riqueza, sin pompa, sin monumentos.
Pero con un legado que puede medirse en millones de vidas mejoradas.
La historia la recuerda como:
La mujer que derrotó a un imperio… girando una rueca.

-Ankor Inclán

(Más de su increible e inspiradora vida aqui: Kamaladevi Chattopadhya )

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