.cartas a la Europa Interior-2-Kafka

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Franz Kafka y Milena Jesenská
Franz Kafka escapaba de su casa en el centro de la ciudad de Praga, asediada por el ruido de los tranvías y los carros, pasaba junto al cementerio judío, cruzaba el puente Carlos, subía por las empinadas calles de piedra y de broce viejo, alcanzaba los jardines y entraba por la puerta posterior del recinto del castillo, buscando la callejuela a la que se accedía por unas escaleras escondidas. Entraba en la casa, subía al piso de arriba, encendía una vela o una lámpara de petróleo y, en el más absoluto silencio, sólo perturbado por sus propias toses de enfermo, escribía hasta la madrugadam probablemente La metamorfosis, que una traducción más cuidadosa ha convertido en La transformación.
El gran escritor nunca fué un hombre de carácter. Su padre le amedrentaba; era tal la presión en su casa que nunca se atrevió a fundar una familia, y varias veces renunció a llevar adelante unas relaciones prometedoras.
Franz Kafka nació en 1883 en Praga, después de la reconstrucción del barrio judío, en uno de cuyos palacetes nuevos se instaló su familia, que había progresado desde la venta ambulante a tener un comercio de cierta importancia. A Franz nunca le gustó el comercio; trabajó de funcionario y ejerció de escritor; por lo que nunca obtuvo el reconocimiento que hubiera deseado de su familia.
Su primera novia se llamaba Felice. Vivía y trabajaba en Berlín. Le escribió más de 500 cartas en los seis años que duró la relación, pero le bastó comprometerse para deshacer el noviazgo.
Después se prometió con Julie Wohryzek, la hija de un zapatero. Duró un año.
Más tarde empezó a carterase con Milena Jesenská, que había conocido en un grupo de escritores de Praga; ésta había traducido incluso algunas obras de Kafka al checo. Milena estaba casada con un periodista venido a menos, Ernst Polack, con el que se fué a vivir a Viena.
En Viena, Milena se sentía sola y desgraciada. Al parecer, su marido era un periodista demasiado crítico, lo cual, agravado por ser judío, le obligó a dejar el trabajo. Después, se implicó demasiado en las reuniones sociales de los nuevos filósofos, y tuvo varias amigas con las que engañaba a Milena. Para colmo, eran muy pobres, y ella hacía traducciones al checo para ganar algún dinero.
En 1920, Milena leyó la primera obra de Kafka; le gustó mucho y empezó a traducir sus obras. Su relación empezó ese año en el sanatorio de Meran, donde estaba internado Kafka a causa de la tuberculosis. Milena tenía 24 años y enseguida empezaron a cartearse. Ella le pedía que fuera a verla a Viena. Por fin, él cedió y pasó cuatro días maravillosos en la ciudad de los palacios. Se siguieron escribiendo. Más adelante, Milena fué a verle a Praga, pero su relación fué sobre todo epistolar:
De Kafka a Milena. Primavera de 1920.
«…Las cartas más bonitas que me escribes (es difícil elegir, porque todas son, sin excepción, lo mejor que me ha sucedido en esta vida) son aquellas en las que justificas «mi miedo» y a la vez, tratas de explicarme que no he de tenerlo.
(…) Porque te quiero (y te quiero, tonta, como el mar quiere a cada una de las piedrecillas que hay en el fondo, y, de la misma forma, te cubro con mi amor… y a tu lado soy una de aquellas piedrecillas, si el cielo lo permite), quiero al mundo entero, y tu hombro izquierdo pertenece a él, no, es el derecho el que beso primero cuando me apetece (y tu, de buen grado, te abres la blusa).
Hay pocas cosas seguras, pero ésta es una: que nunca viviremos juntos en la misma casa, cuerpo contra cuerpo, ante la misma mesa, nunca, ni siquiera en la misma ciudad. (…)
(…) ¿Te asusta la idea de la muerte? Yo sólo tengo un miedo terrible al dolor. Es una mala señal. Querer la muerte, pero no el dolor, es una mala señal. Por lo demás, uno puede hacer frente a la muerte. Uno ha sido enviado en realidad como la paloma bíblica, no ha encontrado ninguna rama verde y vuelve a deslizarse dentro del arca oscura.
No, Milena, la posibilidad de compartir nuestra vida, que creímos tener en Viena, ya no existe, se ha esfumado; tampoco existía en ese entonces, yo me había asomado por encima de mi cerca, me mantenía allí arriba sostenido solamente por las manos, pero luego, naturalmente, me caí, con las manos laceradas.
Toda la desdicha de mi vida (…) proviene por así decirlo de las cartas o de la posibilidad de escribirlas. Las personas casi nunca me han traicionado, pero las cartas siempre; y en verdad, no las ajenas, sino justamente las mías (…) La sencilla posibilidad de escribir cartas debe de haber provocado -desde un punto de vista meramente teórico- una terrible desintegración de almas en el mundo. Es en efecto una conversación con fantasmas (…) Escribir cartas, sin embargo, significa desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan ávidamente. Los besos de las cartas nunca llegan a su destino, se los beben los fantasmas del camino.
(…) no puedo seguir escribieno estas cartas (…) El malvado hechicero del «escribir cartas» me aferra y me destruye las noches, que por otra parte ya suelen destruirse de por sí, más violentamente que nunca. Tengo que cesar, no puedo escribir más. Ah, su insomnio es muy distinto del mío. Por favor, no nos escribamos más…»
Kafka decidió, como es evidente, dejar de escribir cartas. Se sentía demasiado enfermo. Milena sufrió de golpe, que se sumó al fracaso emocional que ella había tenido con su padre. Cuando estaban en plenas relaciones, Kafka, para demostrarle que entendía sus problemas con su progenitor, le leyó la Carta al padre, pero Kafka era un hombre muy alejado de los problemas femeninos.
Las cartas de Milena que aparecen son las dirigidas a Max Brod, amigo íntimo de Kafka y Milena, además de escritor. A Brod le debemos que las obras de Kafka no acabaran en el fuego, tal como era el deseo de este último.
La carta que tenemos ante nosotros es sencillamente deliciosa. Habla del autor de El Proceso:
«(…) Si, el mundo, para él, es y será siempremisterioso, un secreto místico. Algo que no es capaz de comprender, pero que admira, con un respeto ingenuo y sincero porque está «organizado». Cuando le explico que mi hombre me es infiel centenares de veces al año y que nos tiene, a mí y a muchas mujeres, como embrujadas, se le ilumina la cara con la misma veneración que cuando habla de su director, que es un hombre excelente porque escribe muy deprisa a máquina, o cuando habla de su prometida, que era muy organizada…»
Después de que Kafka le dijese que todo había terminado, Milena le escribió dos cartas a su amigo Max Brod dignas de pertenecer a esta antología de cartas tristes:
«Estimado doctor, perdone que no le escriba en alemán, pero no me siento con fuerzas. (…) Ya no puedo pensar ni expresarme, el cerebro no me funciona, no sé nada, no siento nada, no entiendo nada. Me da la impresión de que estos meses me ha pasado una cosa terrible, pero no sé qué es. No sé absolutamente nada del mundo que me rodea, la única sensación que tengo es la de que me mataría si con eso pudiese, de alguna manera, volver a ser consciente de lo que he perdido.
(…) Sólo sé que tengo en las manos la carta que Franz me ha enviado desde los Tatra, un ruego angustioso que, de hecho, es una orden: «Nada de escribirnos y hemos de evitar vernos. Esta petición es lo único que me puede tranquilizar, lo único que me permitirá seguir viviendo, ya que cualquier otra cosa me destruiría.»
(…) Quiero saber si Franz ha padecido y padece conmigo como con otras mujeres, si le he empeorado la enfermedad, también si se ha tenido que refugiar en ella para huir de mí y, por lo tanto, si he de desaparecer de su vida, si tengo la culpa o es una consecuencia de su carácter…»
Después de esto, Milena estuvo dos años yendo con frecuencia a la oficina de correos para ver si Kafka le había enviado alguna carta. Y empezó a ir a diario. En la segunda carta dirigida a Max Brod, después de que éste le diera sus buenos consejos, Milena recuerda aquellos maravillosos cuatro días en que Kafka y ella estuvieron juntos en Viena:
» Le agradezco todas las atenciones que ha tenido conmigo. Ya vuelvo a estar un poco más centrada y puedo pensar otra vez, pero no por eso estoy mejor. Desde luego, no volveré a escribir a Franz (…) ¿Cómo he podido ser tan vanidosa y hacerle daño cuando no tenía fuerzas para ayudarlo?
Conozco su miedo hasta la médula. Ya existía antes de mí, antes de que me conociese. (…) Sé con certeza que ningún sanatorio logrará curarlo. (…) Y no es sólo miedo de mí, también es miedo de todo aquello que vive con audacia, por ejemplo, la carne. La carne está tan al descubierto que no soporta verla. Y eso era lo que intentaba vencer entonces. Cuando se daba cuenta de este miedo me miraba a los ojos y esperábamos, como si no pudiésemos respirar o como si nos doliesen los pies, y poco después, le pasaba. Le hice subir a los montes en las afueras de Viena y yo corría delante suyo porque él caminaba muy despacio, siempre detrás de mí; cuando cierro los ojos, sólo veo su camisa blanca y su cuello enrojecido por el sol, y cómo se esforzaba. (…) no tosió ni una sola vez…»
Sólo por el párrafo que sigue, nos sentimos abstraídos por la nobleza de estos pensamientos…:
«(…) Si hubiese tenido la fuerza suficiente como para irme con él, sé que Franz hubiera tenido una vida feliz, pero de eso, de todo eso, me doy cuenta ahora. Entonces era una mujer normal, como cualquier otra, una mujer que seguía el dictado de sus instintos. Y, precisamente, el miedo le viene de eso. Tenía razón. ¿Cómo habría podido sentir él nada que no fuera auténtico? Sabía cincuenta mil veces más del mundo que cualquier otro hombre. El miedo tenía su razón de ser. Usted se equivoca, a Franz no se le ocurrirá escribirme porque, con el miedo que le domina, no hay nada que me pueda escribir, no hay una sola palabra que me pueda decir. Sé que me quiere porque es demasiado bueno y tímido para dejar de quererme. Se sentiría culpable. De hecho, ya considera que es el débil y el culpable. Y, por eso, no encontrará en este mundo otro hombre que tenga su fortaleza, es decir, la indiscutible necesidad de plenitud, pureza y verdad. Sí, es eso, sé con la mayor certeza posible que se trata de eso. Pero no puedo ser consciente del todo, y cuando lo haga, será terrible. Corro por los callejones, me paso noches enteras sentada delante de la ventana y, a menudo, me vienen a la cabeza pensamientos que son como las chispas que se producen al afilar un cuchillo, y el corazón me pende de un hilo, ¿sabe?, de un hilo delgadísimo que se rompe con un dolor tan agudo y estremecedor…»
Franz Kafka
Selección de Teodoro Gómez Cordero
Transcripción de Gabi

2 Replies to “.cartas a la Europa Interior-2-Kafka”

    1. Las emociones más profundas del ser humano son motivación de la creaciones más conmovedoras.
      Creo estas cartas son un viaje a través de la melancolía, la desazón y el dolor, y que dan fé y testimonio que a pesar de haber logrado prestigio algunos o posición social otros, ellos sufrieron como cualquiera de nosotros.
      También hay otras cartas hermosas de canto a la vida, lo que significa que nuestra existencia transita por distintas estaciones…

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