Vuelo Nocturno by MikkoLagerstedt-VII

Vuelo Nocturno by MikkoLagerstedt-VII (1)

Vuelo Nocturno by MikkoLagerstedt-VII (2)

«Una hora más tarde el «radio» del correo de Patagonia se sintió
suavemente levantado, como si le tirasen de un hombro. Miró a su alrededor;
pesadas nubes oscurecían las estrellas. Se inclinó hacia tierra: buscaba las
luces de las ciudades, tan semejantes al brillo de las luciérnagas ocultas en la
hierba, pero nada relucía en aquella hierba negra.
Previendo una noche difícil, sintióse displicente: marchas, contramarchas,
territorios ganados que es preciso luego ceder. No comprendía la táctica del
piloto; le parecía que iban a dar contra la espesura de la noche, como contra
un muro.
Descubría ahora, frente a ellos, un fulgor imperceptible sobre la línea del
horizonte: un resplandor de fragua. El «radio» tocó en el hombro a Fabien,
pero éste no se inmutó.
Los primeros remolinos de la lejana tormenta atacaban el avión.
Suavemente levantadas, las masas metálicas pesaban contra la carne misma
del «radio»; luego parecían desvanecerse, fundirse, y, en la noche, durante
algunos segundos, flotó solo. Entonces se agarró con sus dos manos a los
largueros de acero.
Y como no distinguía otra cosa que la bombilla roja de la carlinga, se
estremeció al sentirse descender en el corazón de la noche, sin ninguna
ayuda, bajo la sola protección de una pequeña lámpara de minero. No osó
molestar al piloto para conocer lo que decidiera y, con las manos apretadas
sobre el acero, inclinado hacia su ca-marada, miraba la sombría nuca de éste.
Sólo la cabeza y unos hombros inmóviles se destacaban en la débil
claridad. Aquel cuerpo no era más que una masa oscura, algo ladeada a la
izquierda, con la faz vuelta a la tempestad, lavada sin duda por cada fulgor.
Pero el «radio» no veía nada de aquel rostro. Todos los sentimientos que en
él se agolpaban para afrontar una tempestad: aquel gesto, aquella cólera,
todo lo que de esencial se intercambiaba entre aquel rostro blanquecino y los
breves resplandores que surgían allá, en lo hondo, permanecía para él impenetrable.
Adivinaba, sin embargo, la potencia concentrada en la inmovilidad de
aquella sombra: y la estimaba. Sin duda, lo arrastraba hacia la tormenta, pero
también lo cubría. Sin duda, aquellas manos, cerradas sobre los mandos,
gravitaban ya sobre la tempestad como sobre el cuello de una bestia, pero los
hombros, cargados de fuerza, continuaban inmóviles: en ellos se adivinaba
una profunda reserva.
El «radio» pensó que, en definitiva, el piloto era el responsable. Y ahora,
en la grupa del avión, galopando hacia el incendio, saboreaba todo lo que
aquella oscura figura, allí, delante suyo, expresaba de material y de fuerte,
todo lo que expresaba de perdurable.
A la izquierda, débil como un faro en eclipse, un nuevo fuego se alumbró.
El «radio» retuvo un gesto para tocar la espalda de Fabien y prevenirle;
pero le vio volver lentamente la cabeza, y mantener su rostro, por algunos
instantes, frente al nuevo enemigo; luego, lentamente, tomar de nuevo su
posición primitiva. Los hombros seguían inmóviles, y la nuca apoyada sobre
el cuero…»

-Antoine de Saint-Exupéry

 

Deja un comentario