Rivière medita. No conserva ya ninguna esperanza: esa tripulación
naufragará en algún lugar, esta noche.
Rivière se acuerda de una visión que había impresionado su infancia: se
vaciaba un estanque para encontrar un cuerpo. No se encontrará nada
tampoco, antes de que esta masa de oscuridad haya desalojado la superficie
de la tierra, antes de que asciendan al día esas playas, esas llanuras, esos
trigales. Sencillos labradores descubrirán tal vez a dos muchachos con el
codo plegado sobre la faz, durmiendo, al parecer, varados sobre la hierba y
el oro de un fondo apacible. Pero la noche les habrá ahogado.
Rivière piensa en los tesoros sepultados en las profundidades de la noche
cual en mares fabulosos… Esos manzanos nocturnos que esperan el día con
todas sus flores, flores que no sirven aún. La noche es rica, colmada de
perfumes, de corderos adormecidos, y de flores que no tienen todavía color.
Poco a poco ascenderán hacia el día los gruesos surcos, los bosques
mojados, la alfalfa fresca. Pero, en medio de las colinas, ahora inofensivas,
de las praderas y de los corderos, en la sabiduría del mundo, dos muchachos
parecían dormir. Y alguna cosa habrá pasado del mundo visible al otro.
Rivière sabe que la mujer de Fabien es inquieta y tierna: este amor apenas
le fue prestado, cual un juguete a un niño pobre.
Rivière piensa en la mano de Fabien, que por algunos minutos posee aún
su destino en los mandos. Esa mano que ha acariciado. Esa mano que se ha
posado sobre un rostro, y ha cambiado ese rostro. Esa mano que ha sido
milagrosa.
Fabien anda errante sobre el esplendor de un mar de nubes: la noche; pero,
más abajo, está la eternidad. Marcha perdido entre las constelaciones que
habita solo. Tiene aún el mundo en sus manos, y le inclina contra su pecho.
Aprieta sobre el volante el peso de una a otra estrella, el inútil tesoro, que
será preciso entregar…
Rivière piensa que una estación de radio lo escucha aún. Sólo una onda
musical, sólo una modulación une aún a Fabien con el mundo. Ni una queja.
Ni un grito. Sino la nota más pura que jamás haya dado la desesperanza.
-Antoine de Saint-Exupéry
Qué maravilloso! Gracias Gabi
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Que lindo que te haya gustado Olga querida!
Un abrazo!
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