Henri Cartier-Bresson-HENRY mILLER

©Henri Cartier-Bresson – Henry Miller en Big Sur

«Knut Hamsun afirmó una vez, en respuesta a un cuestionario, que escribía para matar el tiempo.
Pienso que aun si hubiera sido sincero en su afirmación, se estaba engañando.
El acto de escribir,como la vida misma, es un viaje de descubrimiento.
Es una aventura metafísica, esto es, un camino para acercarse de un modo indirecto a la vida, para adquirir una visión del universo, no parcial, sino total.
El escritor vive entre los mundos más altos y los más bajos, toma el sendero procurando convertirse,con el tiempo, en el sendero mismo.
Comencé en el caos y la oscuridad más abso­luta, en un pantano de ideas, emociones y experiencias.
Incluso ahora no me considero un escritor en el sentido habitual de la palabra.
Soy un hombre que cuenta la historia de su vida, un proceso que cada vez se revela más y más intermi­nable a medida que avanzo.
Como la evolución del mundo, no tiene fin.
Es un mostrar el reverso de las cosas, un viaje a través de X dimensiones, con el resultado de que en algún momento del ca­mino uno descubre que lo que se tiene que con­tar en ningún momento es tan importante como el acto mismo de contar; se trata de una característica propia de cualquier arte, que le otorga un matiz metafísico, lo saca del tiem­po y del espacio, y lo integra al proceso cósmico general.
Es lo que el arte tiene de “terapéutico”, esto es, su significado, su ca­rencia de propósito y de límites.
Casi desde el mismo comien­zo fui plenamente consciente de que no hay fin.
Nunca aspiro a abarcar el todo, sino a dar, en cada fragmento, en cada trabajo, el sentimiento del todo a medida que avanzo, pues excavo cada vez más profundamente en la vida, cada vez más y más en el pasado y en el fu­turo.
Y en esta excavación sin límite crece una certeza que es más grande que una fe o una creencia.
Cada vez soy más indiferente a mi pro­pio destino como escritor y estoy cada vez más seguro de mi destino como hombre.
Comencé examinando concienzudamente el estilo y la técnica de aquellos que una vez admiré y adoré: Nietzsche, Dostoievski, Hamsun, incluso Thomas Mann, a quien hoy descalifico por ser un habilidoso inventor, un ladrillero, un asno inspirado, un caballo de tiro.
Imité cada estilo con la esperanza de encontrar la clave del corrosivo secreto de la escritura.
Al final llegué a un punto muerto, y me encontré en una desesperación que pocos hombres han conocido, pues en mí no había divorcio entre el escritor y el hombre: fracasar como escritor significaba fracasar como hombre.
Y fracasé.
Me di cuenta de que no era nada, menos que nada, era una cifra negativa.
Fue en este punto, en medio del Mar Muerto de los Sargazos,por decirlo así, que comencé realmente a escribir.
Comencé de la nada, tirándolo todo por la borda, incluso aquellos que más quise, y tan pronto escuché mi propia voz, me sentí hechizado.
El hecho de que se trataba de una voz distinta, inconfundible y única me dio fuerzas.
No me importaba si lo que escribía iba a ser considerado malo.
Bien y mal fueron palabras que salieron de mi vocabulario.
Me sumergí con todas mis fuerzas en el reino de la estética,del arte, que no tiene moral, ni ética, ni es utilitarista.
Mi propia vida se convirtió en una obra de arte.
Había encontrado una voz, de nuevo era completo.
La experiencia fue muy similar a la que se lee sobre las vidas de los iniciados Zen.
Mi rotundo fracaso fue como la recapitulación de la experiencia de mis antepasados: Tuve que pudrirme con el conocimiento, descubrir la futilidad de todo, aplastarlo todo, aumentar mi desesperación, luego hacerme humilde, y cortar de un tajo con todo aquello que no necesitaba, en aras de recobrar mi autenticidad.
Tuve que llegar al borde y luego saltar al vacío.
Hablo aquí de Realidad, pero sé que no se puede acceder a ella, por lo menos mediante la escritura.
(…)
Soy príncipe y pirata al mismo tiempo.
Soy el signo de igualdad, la contraparte espiritual del signo Libra que fue acuñado en el Zodíaco original cuando se separó Virgo de Escorpión.
Me di cuenta de que en el mundo hay lugar para todos; grandes profundidades interespaciales, grandes universos interiores, grandes islas de reparación esperan a quien se encuentra a sí mismo.
En la superficie, donde las batallas históricas hacen estragos, donde todo es interpretado en términos de dinero y poder, puede haber multitudes, pero la vida sólo comienza cuando uno se sustrae, cuando uno cesa de luchar,cuando uno se sumerge y deja de ser visible.
Ahora me da igual escribir o no escribir, ya no hay ninguna compulsión, ningún aspecto terapéutico en ello.
Cualquier cosa que hago es por pura alegría: doy mis frutos como un árbol maduro.
Lo que el lector común o el crítico hagan con ellos no me interesa.
(…)
El Paraíso está en cualquier lugar y en cualquier camino, y si uno avanza lo suficiente, llega a él.
Cada hombre tiene su propio destino, el único imperativo que tiene es seguirlo,aceptarlo, sin importar a dónde lo conduzca.
No tengo la menor idea de cómo serán mis próximos libros, ni siquiera el siguiente.
Mis cartas de viaje y planes son las peores guías: me deshago de ellos a mi antojo, invento, desvirtúo, deformo, miento, amplío, exagero, confundo y desconcierto al vaivén de mi estado de ánimo.
Sólo obedezco a mis instintos e intuiciones.
No sé nada de antemano.
Tengo fe en el hombre que escribe, que soy yo, el escritor.
Para el hombre que es puro en su corazón, pienso que todo es tan claro como el sonido de una campana, incluso los escritos más esotéricos.
Para un hombre así siempre hay misterio, pero es un misterio sin misterio,es lógico,natural, ordenado y aceptado implícitamente.
El entendimiento no es un acto de penetrar en el misterio, sino una aceptación de él,una gozosa convivencia con él, en él, a través de él y por él.
Me gustaría que mis palabras fluyeran del mismo modo que fluye el mundo, un movimiento serpenteante a través de incalculables dimensiones, ejes, latitudes, climas, condiciones.
Acepto a priori mi incapacidad para realizar tal ideal, pero no me cuesta en lo más mínimo.
En última instancia,el mundo está imbuido de fracaso,es la perfecta manifestación de la imperfección,de la conciencia del fracaso.
Una vez se comprende esto, el fracaso desaparece.
(…)
Uno se acerca al corazón de la verdad,que supongo es el fin supremo del escritor, en la medida en que cesa de luchar,en la medida en que abandona la voluntad.
El gran escritor es el símbolo mismo de la vida,de lo no perfecto.
Se mueve sin esfuerzo, dando la ilusión de perfección,desde algún centro desconocido que ciertamente no es el centro del cerebro pero que sin lugar a dudas es un centro, un centro conectado con el ritmo de todo el universo y, en consecuencia, tan fuerte, sólido, inquebrantable, como perdurable, desafiante, anárquico, sin propósito, como el universo mismo.
El arte no enseña nada salvo el significado de la vida.
La gran obra tiene que ser inevitablemente oscura, excepto para unos pocos, para aquellos que como el propio autor están iniciados en los misterios; que comunique, por tanto, es secundario, lo importante es que logre perpetuarse; es por esto que basta con que halle un buen lector.
Considero que uno tiene que ir más allá del ámbito exclusivo del arte.
El arte es sólo un medio para vivir, para una vida más plena.
(…)
Francamente había probado todos los otros caminos que conducen a la libertad.
Fui un fracasado obstinado en el así llamado mundo de la realidad,pero no por falta de talento.
La escritura no fue un “escape”, un medio para evadir la realidad de cada día; por el contrario, significó una inmersión aún más profunda en el estanque salobre, una inmersión hacia la fuente en la que las aguas se estaban renovando constantemente, donde había agitación y movimiento perpetuo.
Cuando miro mi carrera hacia atrás, me veo como una persona capaz de asumir casi cualquier tarea, cualquier vocación.
Fue la monotonía y la esterilidad de las otras salidas lo que me condujo a la desesperación.
Exigía un ámbito en el que pudiera ser el señor y el esclavo al mismo tiempo, y el mundo del arte es el único que puede permitido.
Entré en él aparentemente sin ningún talento, como un completo neófito, incapaz, cobarde, con la lengua trabada, casi paralizado por el temor y la prensión.
Tuve que colocar los ladrillos uno tras otro, poner sobre el papel millones de palabras antes de escribir alguna palabra verdadera, auténtica, arrancada de mis vísceras.
Mi facilidad de expresión fue una limitación.
Tenía todos los vicios de un hombre educado.
Tuve que aprender a pensar, a sentir y a ver en una forma completamente nueva, sin educación, a mi manera, que es la cosa más difícil en el mundo. Tuve que arrojarme a la corriente, a sabiendas de que lo más probable era que me hundiera.
La gran mayoría de artistas se tiran con salvavidas, y a menudo es el propio salvavidas el que los hunde.
Nadie puede ahogarse en el océano de la realidad si se rinde voluntariamente a la experiencia.
Cualquier progreso en la vida es fruto no de la adaptación sino de la osadía, de la obediencia al impulso ciego.
“Ningún atrevimiento es fatal” decía René Crevel, una frase que nunca olvidaré.
Toda la lógica del universo se resume en la osadía, esto es, en crear a partir del apoyo más frágil.
Al principio uno confunde este atrevimiento con la voluntad; pero con el tiempo la voluntad vuela lejos y el proceso automático se desencadena, el que a su vez tiene que romperse o destruirse para que una nueva certeza se establezca, que nada tiene que ver con el conocimiento, la habilidad, la técnica o la fe.
Por medio de la osadía se llega a aquella posición X del artista que constituye el ancladero que nadie puede describir con palabras pero que, sin embargo, subsiste y rezuma en cada línea escrita.»

-Henry Miller

 

2 Replies to “.sobre la escritura”

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