Honoré de Balzac fue un ferviente bebedor de café. Llegó a tomar hasta 50 tazas de café al día para mantener sus largas jornadas de escritura.

Comenzó bebiendo café turco, luego distintas mezclas de granos y cuando eso ya no le estimulaba, pasó a ingerir directamente los granos.

Afirmaba que se trataba de «un método horrible y brutal» que recomendaba sólo a hombres de «vigor excesivo» como él.

En 1839, celebrando sus 40 años y la publicación de «Tratado de excitantes modernos», Balzac estrenó su propia mezcla de café: «Honoré de Balzac, Paris 1839».

Escribió Bazac:
«El café acaricia la boca y la garganta y pone todas las fuerzas en movimiento: las ideas se precipitan como batallones en un gran ejército de batalla… Las frases ingeniosas parten como balas certeras. Los personajes toman forma y se destacan.»

Cuenta Galeano, que unos estudiantes le pidieron que les consiga una entrevista con el siempre difícil Onetti.
Tras mucho insitir, por fin lo convence. «Que vengan a las cuatro», le dice Onetti.

Los chicos llegan en punto, tocan, nada. Dan una vueltita. Cinco de la tarde, nada.
Por debajo de la puerta asoma un papelito que dice: “Onetti no está”.

Los chicos se desesperan, golpean nuevamente. De pronto, aparece Onetti “desnudo de la cabeza hasta el ombligo, con un pantalón de pijama atado a la cintura con una cuerda, y los hace pasar.

La casa está a oscuras. En la mesa hay platos con comida de hace cinco días, en los ceniceros torres de puchos.

Onetti les dice: “Me van a perdonar que los reciba sólo con dos dientes, pero los demás se los presté al Vargas Llosa”.

George Simenon, autor del comisario Maigret, fue un escritor tan popular como prolífico.

En una ocasión, para aprovechar su talento, su editor lo sentó a escribir en un escaparate de las Galerías Lafayette en París.
Cada página que terminaba Simenon era pegada en el vidrio para que pudiera ser leída por sus seguidores.

Escribió 191 libros sin contar lo escrito bajo unos 30 pseudónimos.
Relata Simenon en sus memorias: «A veces, escribía ocho relatos en un día» y en otro pasaje: «A las seis de la mañana en punto, yo me sentaba ante la máquina de escribir para llenar mis 80 páginas diarias».

Sólo superior a su capacidad de escribir fue su capacidad de amar. Según le confesó a Federico Fellini en un encuentro en 1977, a lo largo de su vida se acostó con unas 10.000 mujeres.

En una ocasión, Francisco de Quevedo apostó con sus amigos que se animaría a llamar “coja” a la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, que tenía ese problema de forma muy evidente. Así, en una muestra de ingenio y osadía, Quevedo se acercó a la reina con un clavel blanco en una mano y una rosa roja en la otra y le dio a elegir entre las dos flores: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”. De esta manera, ganó la apuesta y llamó a la reina “coja” sin que se ofendiera.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Ian Fleming, el creador de James Bond, era periodista para la agencia Reuters.

Su vida cambió drásticamente cuando el responsable del Servicio de Inteligencia Naval, el almirante John Henry Godfrey, lo reclutó como analista. Fleming, fue rápidamente ascendido y trasladado al área de servicios de información y luego a la unidad de operaciones encubiertas con el nombre clave de “Agente 17F”.

Ya en la unidad de operaciones encubiertas, Fleming redactó el llamado “Memorando de la trucha”, una guía con propuestas destinadas a engañar a los alemanes y a las potencias del Eje.

Entre las propuestas se encontraba una que consistía en lanzar al mar un cadáver con documentación falsa, lo que dio lugar a la “Operación Mincemeat”, que pretendía hacer creer a los alemanes que los aliados planeaban invadir Grecia en lugar de Sicilia.

En 1941, Fleming dirigió la búsqueda de fábricas de armamento de Hitler y entre 1941 y 1942 estuvo a cargo de la “Operación Goldeneye”, que buscaba mantener una estructura de inteligencia en España en caso de una invasión alemana.

Una vez finalizada la guerra y ya instalado en su mansión en Jamaica, llamada Goldeneye, Fleming se dedicó a escribir novelas de lo que más conocía: espías.

Su protagonista al que inicialmente había llamado James Secretan pasó a llamarse James Bond y el 13 de abril de 1953 apareció su primera novela: Casino Royale.

El resultado fue el éxito conocido por todos.

En 1820 una ballena gigante de 26 metros atacó y hundió un barco estadounidense llamado Essex. De los 21 tripulantes sólo 8 sobrevivieron.

Herman Melville escuchó la historia mientras servía en el barco ballenero Acushnet, lo que le sirvió de inspiración para escribir Moby Dick.

Herman Melville publicó la novela bajo el título «La ballena» en 1851, pero no tuvo éxito.

Los editores le recomiendaron cambiar el título a Mocha Dick, una conocida y temida ballena albina que habitaba en el Pacífico Sur, frente a las costas de Chile.

Melville aceptó, pero le hizo un último cambio. Mocha pasó a Moby, mezcla del nombre de esta ballena legendaria y el de un amigo suyo, Tobias «Toby» Green.

Desde entonces, la obra pasó a llamarse «Moby Dick o La ballena», y cambió para siempre la forma de ver a estos animales.

H.P. Lovecraft y su madre Sarah Susan.

Lovecraft fue el hijo único de la pareja conformada por Winfield Scott y Sarah Susan.

Cuando tenía tres años internaron a su padre por problemas psiquiátricos a causa de la neurosífilis y fallecería cinco años después.

Howard vivió desde entonces junto a su madre, sus tías y abuelos maternos.

Su madre Susie fue educada en el puritanismo y era una madre fría y cruel. Solía decirle a su hijo que era feo y que estaba desfigurado. En ocasiones, contaba a sus vecinos que solía esconderlo para que la gente no pudiera verlo.

Sin embargo, era una madre sobreprotectora y la relación entre ambos era claustrofóbica.
Susan, creía que su hijo era incapaz de valerse por sí mismo o desenvolverse solo en el mundo, por lo que no le permitía salir a la calle o tener amigos.

A los 28 años, Lovecraft escribió: «Sólo estoy vivo a medias… me estoy haciendo demasiado viejo para el placer. La edad adulta es un infierno.”

Ese año internaron a su madre por problemas mentales, probablemente contagiada de sífilis por su marido. Cuando Susie murió dos años después a causa de una complicación de una cirugía de vesícula, Lovecraft escribió: “Mi madre era, con toda probabilidad, la única persona que me entendió completamente. No es probable que me vuelva a encontrar con una mente tan admirable.”

El 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway decidió sucuidarse pegándose un tiro en la cabeza con una escopeta Boss calibre 12.
Tenía 62 años.

Ernest no sería el primer ni último Hemingway en morir por mano propia.

Su padre, el Dr. Clarence Hemingway, se había suicidado con un revolver Smith & Wesson calibre 32 a los 57 años.

Ernest estaba escribiendo Por quién doblan las campanas, novela en la que el padre del protagonista se suicida, y profetizó: «Probablemente a mí me pase lo mismo».

Los dos hermanos de Ernest: Úrsula y Leicester, tendrían el mismo final.

Úrsula, enferma de cáncer, ingirió una dosis letal de estupefacientes en 1966, mientras que Leicester, temiendo perder ambas piernas a causa de la diabetes, pidió prestada una pistola y se pegó un balazo.

La última de la lista fue Margaux Hemingway, nieta de Ernest. El 1 de julio de 1996, un día antes del aniversario del suicidio de su abuelo, Margaux fue encontrada muerta producto de una sobredosis de fenobarbital a los 42 años.

Foto de 1905. De izquierda a derecha: Marcelline, Sunny, Clarence, Grace, Úrsula y Ernest.

Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, viajó en una ocasión a Suiza.

Al llegar tomó un taxi y el taxista le dijo que no le cobraría si le dedicaba un libro.
Conan Doyle, sorprendido, le preguntó al taxista cómo sabía que era escritor, y el taxista le respondió:

Fácil, sus zapatos están cubiertos de un polvo que no es de aquí. Por el diseño de los zapatos, veo que son ingleses. Luego, es polvo inglés. Tiene una mancha de tinta en los dedos, luego, es usted escritor y escritor británico.

Alucinado, Conan Doyle le respondió:

Es usted más listo que Sherlock Holmes.

A esto el taxista le contestó:

Sí señor, además en sus maletas está escrito claramente Arthur Conan Doyle.

William Burroughs, una de las principales figuras de la Generación Beat, tuvo un inicio agitado.

En 1951, escapando de la policía de EEUU por narcotráfico, se radicó en México con su esposa Joan Vollmer.

En una noche de fiesta, alcohol y drogas, quiso imitar a Guillermo Tell. El arco fue una pistola y la manzana un vaso sobre la cabeza de Joan.
Burroughs no tuvo tanta puntería, y el disparo dió en la frente de su esposa que murió unos minutos después.

Estuvo 2 semanas detenido hasta que su hermano pagó la fianza y escapó nuevamente a Estados Unidos.

Declararía Burroughs años después: “Mi pasado fue un río envenenado, del que tuve la fortuna de escapar y cuya amenaza aún siento años después”.

«Todo me lleva a la atroz conclusión de que jamás habría sido escritor sin la muerte de Joan” se puede leer en el prólogo de su libro Queer.

Rayuela no se iba a llamar así, sino Mandala.

Cortazar: «De golpe comprendí que no hay derecho a exigirle a los lectores que conozcan el esoterismo búdico o tibetano. Rayuela, título modesto y que cualquiera entiende era lo mismo; porque una rayuela es un mandala desacralizado».

«Creo que esto debe llamarse RAYUELA
(Mandala es pedante)»

Cuaderno de bitácora de Rayuela

Cuando falleció Umberto Eco en 2016, su biblioteca contaba con más de 30.000 libros contemporáneos y 1.500 libros antiguos.
En una aparente paradoja, Eco se enorgullecía de no haber leído la mayoría de esos libros porque eran la posibilidad de conocer lo que no conocía.

En palabras del propio Eco:
«Es una tontería pensar que tienes que leer todos los libros que compras, ya que es una tontería criticar a aquellos que compran más libros de lo que nunca podrán leer. Hay cosas en la vida que necesitamos tener siempre un montón, incluso si sólo usaremos una pequeña porción. Si, por ejemplo, consideramos los libros como medicina, entendemos que es bueno tener muchos en casa en lugar de pocos: cuando quieres sentirte mejor, entonces vas al ‘armario de medicina’ y eliges un libro. No uno al azar, sino el libro correcto para ese momento. ¡Es por eso que siempre debes tener una elección de nutrición! Los que compran un sólo libro, lean sólo ese y luego se deshacen de él. Simplemente aplican la mentalidad de consumidor a los libros, es decir, los consideran un producto de consumo, un bien. Los que aman los libros saben que un libro es cualquier cosa menos una mercancía.»

Cuenta Eduardo Galeano sobre Albert Camus en su libro «El fútbol a sol y sombra».

«En 1930, Albert Camus era el San Pedro que custodiaba la puerta del equipo de fútbol de la Universidad de Argel. Se había acostumbrado a jugar de guardameta desde niño, porque ése era el puesto donde menos se gastaban los zapatos. Hijo de casa pobre, Camus no podía darse el lujo de correr por las canchas: cada noche, la abuela le revisaba las suelas y le pegaba una paliza si las encontraba gastadas.

Durante sus años de arquero, Camus aprendió muchas cosas:

-«Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser lo que se dice derecha».

También aprendió a ganar sin sentirse Dios y a perder sin sentirse basura, sabidurías difíciles, y aprendió algunos misterios del alma humana, en cuyos laberintos supo meterse después, en peligroso viaje, a lo largo de sus libros.»

Y la última anécdota es bellísima:

J. R. R. Tolkien escribió durante dos décadas una serie de cartas a sus hijos simulando ser escritas por Father Christmas (Papá Noel).

En la primera carta, su hijo mayor tenía 3 años, y en la última su hija menor tenía 14.

En las cartas, Papá Noel contaba las aventuras que vivía en el Polo Norte junto a su principal ayudante, un oso polar llamado Karhu, pero al que llamaba simplemente Oso Polar del Norte.
A lo largo de los años fueron apareciendo otros personajes como gnomos rojos, elfos, muñecos de nieve y los dos sobrinos de Karhu, llamados Paksu y Valkotukka.

En las cartas, Papá Noel les pedía perdón por su letra temblorosa, alegando ser un anciano de 1900 y tantos años y culpando al frío del Polo Norte.

En ocasiones, el Oso Polar intervenía con letras grandes y poderosas, y en otras, el elfo Ilbereth lo hacía con trazos elegantes y ligeros.

La cartas, además, estaban ilustradas por dibujos del autor que se incluian a modo de «fotografías».

Tolkien también diseñaba los sobres y estampillas del Polo Norte, y las cartas eran entregadas por el cartero o dejándolas junto a los regalos en la mañana de Navidad.

Una carta:

Casa del acantilado
La cima del mundo
Cerca del Polo Norte
Navidad de 1925

«Mis queridos niños:

Estoy terriblemente ocupado este año —mi mano está más débil que nunca— y no muy rico. De hecho, han ocurrido cosas horribles, y algunos de los regalos se han estropeado y no he conseguido que el Oso Polar del Norte me ayude y me he tenido que cambiar de casa justo antes de Navidad, así que pueden imaginar cómo está todo, y verán por qué tengo una nueva dirección, y por qué solo he podido escribir una carta para los dos. Todo fue así: un día muy ventoso de este noviembre mi gorro voló, se fue y se atascó en la cima del Polo Norte. Yo le dije que no lo haga, pero el Oso Polar del Norte subió a la delgada cima para traerlo de vuelta, y lo hizo. El polo se rompió por la mitad y cayó sobre el techo de mi casa, y el Oso Polar del Norte cayó por el agujero que hizo y apareció en el comedor con el gorro sobre su nariz, y toda la nieve se cayó del tejado a la casa y se fundió apagando todos los fuegos y bajando al sótano, donde yo tenía guardados los regalos de este año, y la pierna del Oso Polar del Norte se rompió. Él está bien ahora, pero yo estaba tan enfadado con él que dice que no quiere ayudarme más. Creo que herí sus sentimientos, pero estarán bien para la próxima Navidad. Envío una foto del accidente, y de mi nueva casa en los acantilados sobre el Polo Norte (con hermosas bodegas). Si John no puede leer mi vieja escritura temblorosa (tengo 1925 años), que se lo pida a su padre. ¿Cuándo aprenderá Michael a leer y escribir sus propias cartas? Mucho amor para los dos y para Christopher, cuyo nombre se parece al mío.

Eso es todo. Adiós.»

-Papá Noel

Una recopilación de estas cartas fue publicada por Edhasa en 1976, incluyendo las ilustraciones originales.

Bien por vós, al llegar hasta acá.

Te dejo «de yapa» estas dos perlitas

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