
Todo el problema reside ahí. Ser trovador sin ser bruto. Ser ideal.
Hacer belleza sin que deje de ser verdad.
—Gustave Flaubert
«La contemplación de las cosas bellas siempre lo pone a uno triste por cierto tiempo.
Pareciera que no estamos hechos más que para soportar cierta dosis de belleza, una poca más nos cansa.
He ahí por qué los temperamentos mediocres prefieren la vista de un río que la del Océano, y por qué hay tanta gente que proclama que Béranger es el primer poeta francés.
No confundamos por lo demás el bostezo del burgués ante Homero con la meditación profunda, con la ensoñación intensa y casi dolorosa que llega al corazón del poeta cuando mide los colosos y se dice afligido: ¡Oh, Altura!
(…)
Admiro tanto el oropel como el oro.
La poesía del oropel es incluso superior en cuanto es triste.
Para mí en el mundo no hay más que los versos bellos, las frases bien hechas, armoniosas, melodiosas, las bellas puestas de sol, los claros de luna, los cuadros coloridos, los mármoles antiguos y las cabezas en relieve.
Más allá no hay nada.
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Me encanta la basura, sí, y cuando es lírica, como en Rabelais, que no es en absoluto un hombre de basura.
Pero la basura es francesa.
Para complacer el gusto de los franceses, hay que esconder la poesía casi como píldoras en un polvo incoloro, y hacer que se la traguen sin sospecharlo.»
(…)
«Lo que a mí me parece de mayor altura en el Arte (y de mayor dificultad), no es ni hacer reír, ni hacer llorar ni ponerlos cachondos o furibundos, sino actuar como la naturaleza; es decir, hacer soñar. Las obras más hermosas tienen ese carácter. Son de aspecto sereno y de procedimientos incomprensibles, son inmóviles como acantilados, tempestuosas como el Océano, llenas de fronda, de vegetaciones y murmullos como bosques, tristes como el desierto, azules como el cielo.
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De cómo escribí Madame Bovary
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Estoy en otro mundo ahora. El de la observación atenta de los detalles más planos. Tengo la mirada inclinada sobre las espumas del musgo del alma. Muy lejos de ahí los resplandores mitológicos y teológicos de San Antonio. Y así como el tema es diferente escribo en un proceso contrario. No quiero que haya en mi libro ni un solo movimiento ni una sola reflexión del autor. Creo que será menos elevado que San Antonio en cuanto a las ideas (a lo cual le hago poco caso), pero será quizás más rígido y más raro, sin que lo parezca.
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A ratos me siento estéril como un tronco viejo. Tengo una narración que hacer. Pero el relato es algo que me resulta muy fastidioso. Debo poner a mi heroína en un baile. Hace tanto que no veo uno que me exige enormes esfuerzos de imaginación. ¡Y además todo es tan común, tan fácil de decir! Sería una maravilla evitar lo vulgar, y quiero hacerlo.
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Otra proximidad: mi madre me mostró (lo descubrió ayer) en Un médico rural de Balzac la misma escena que en mi Bovary: una visita a una nodriza (yo nunca leí ese libro, y tampoco L. L. [Louis Lambert]). Son los mismos detalles, los mismos efectos, la misma intención, como para creer que le copié, si no fuera porque mi página está infinitamente mejor escrita, sin presumir.
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Cada párrafo es bueno en sí y hay páginas, estoy seguro de ello, perfectas. Pero precisamente por eso no funciona. Es una serie de párrafos entornados, detenidos, que no desembocan unos en otros. Hará falta desenroscarlos, soltar las juntas, como se hace con los mástiles de los barcos cuando se busca que las velas tomen más viento. Me canso en llevar a cabo un ideal acaso absurdo. Mi tema tal vez no contiene ese estilo.
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Pienso en tu lámpara de alabastro mientras observo su luz mortecina ondeando en el techo. Entendiste, esa noche, que me había dado ese término porque no me atrevía, soy tímido, a pesar de mi cinismo, acaso gracias a él. Me dije que esperaría hasta que la vela se apagara. Oh, qué olvido de todo, qué exclusión del resto del mundo… qué suave era la piel de tu cuerpo desnudo, …y qué alegría hipócrita saboreaba, en mi despecho, mientras los otros estaban allí y no se iban. Siempre recordaré la expresión de tu cara cuando estabas de rodillas en el suelo, y tu sonrisa de borracha cuando abriste la puerta y nos separamos. Bajé de puntillas a la oscuridad como un ladrón. ¿No era yo uno de ellos? Y todos son tan felices cuando huyen con su botín.
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Esta mañana cuando me acosté soñé con el estremecimiento que viví en Mantes cuando sentí en la cama tu muslo sobre mi vientre y tu cintura en mis brazos, y la impresión de esa meditación se me quedó todo el día.
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» Ayer estaba tan bien, confiado, sereno, feliz como un sol de verano entre dos aguaceros. El mitón está aquí. Huele bien, me parece que todavía respiro tu hombro y el dulce calor de tu brazo desnudo. ¡Vamos! Aquí van algunas ideas sobre el placer y las caricias que me poseen, mi corazón pega brincos pensando en ti. Deseo todo tu ser, evoco tu recuerdo para que apacigüe esta necesidad que grita al fondo de mis entrañas, ¡que no estás aquí!
(…)
El río brilla bajo la luna, son negras las islas, el pasto verde esmeralda. ¿Quieres venir aquí, heroína mía? En una noche semejante llegaría la dicha de recibirte. Me imagino tu rostro y tu cuello al desnudo iluminados por el astro pálido. Veo tus ojos brillar en la sombra azulada. ¿Sabes que esto sería genial y magníficamente hermoso?
(..)
Tu imagen llega siempre como una bruma ligera —ya sabes, uno de esos vapores matinales que danzan y ascienden, luminosos, aéreos, rosados— entre mis ojos y las líneas que recorren.
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Te envío, querida amiga mía, una flor que recogí ayer —al sol poniente sobre la tumba de Chateaubriand—, el mar estaba hermoso, el cielo rosado, el aire plácido. Era una de esas grandes noches de verano llameantes de colores, de un esplendor tan inmenso que así se vuelve melancólica —una de esas noches ardientes y tristes como un primer amor.
-Cartas a A Louise Colet, Croisset, de «La historia de los Sentidos»
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«Madame Bovary no tiene nada verdadero. Es una historia totalmente inventada. No le puse nada ni de mis sentimientos ni de mi existencia. Por lo contrario, la ilusión (si es que la hay) viene de la impersonalidad de la obra. Es uno de mis principios, que uno no debe escribirse. El artista debe ser en su obra como Dios en la creación: invisible y todopoderoso, que podamos sentirlo en todas partes, pero sin verlo.»
-Carta a A M. S. Leroyer de Chantepie,5 Paris, 18 de marzo 1857, De «Cómo escribí La educación sentimental»
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«Es usted una de esas altas cumbres que azotan todos los vientos, y que ninguno abate. Está mi corazón profundamente con usted.»
-Carta de De Victor Hugo a Flaubert, París, 12 de abril 1872
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«Usted es un guerrero de verdad.
Merecería ser del batallón sagrado.
Tiene usted la ciega fe de la amistad, que implica la verdadera política.»
-Carta de De Charles Baudelaire a Flaubert, Paris, 31 de enero de 1862
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«Queda la historia de los Sentidos. Siempre han sido mis sirvientes. Incluso en tiempos de mi juventud más verde, hacía con ellos lo que quería. Me acerco a los cincuenta; ¡y no es su fuga lo que me disgusta! Semejante régimen no es chistoso, ¡lo admito! Tenemos momentos de vacío y de horrendo aburrimiento, pero se vuelven cada vez más raros a medida que envejecemos. En fin, ¡vivir me parece un oficio para el que no estoy hecho! ¡Y aun así!…»
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«No vaya usted a creer que cuento con la posteridad para vengarme de la indiferencia de mis contemporáneos. Solamente quise decir esto: cuando uno no se dirige a las masas, es justo que las masas no paguen a cambio. Esto es economía política. Sin embargo, sostengo que una obra de arte (digna de ser llamada así y hecha con consciencia) no puede pagarse. Conclusión: si el artista no tiene rentas, ¡deberá morirse de hambre! Lo cual es encantador.
-Carta a A George Sand, Croisset, 1 de enero de 1869, de «Los escritores nos sirven para vivir»
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«Era de mañana, se elevaba el sol frente a mí, todo el valle del Nilo bañado en la bruma parecía un mar blanco, inmóvil, y el desierto atrás con sus montículos de arena de un negruzco violeta, como otro océano de un violeta sombrío y del cual cada ola se hubiera petrificado.
Entretanto, el sol ascendía por detrás de la cordillera arábiga, la bruma se deshacía en grandes gasas ligeras, los prados que recortaban canales eran como verdes tapices, de arabescas cintas bordadas, de manera que no había más que tres colores: un verde inmenso a mis pies, en el primer plano; el cielo rubio rojizo como corladura gastada, detrás, y, por un costado, otra extensión punteada de un tono enrojecido y terso; luego los blancos minaretes del Cairo al fondo, y las pangas que pasaban por el Nilo, con ambas velas extendidas (como las alas de una golondrina si se observan de cerca); y aquí y allá en el campo algunas matas de palmeras…»
(…)
«Al día siguiente de mi llegada me bañé en el mar Rojo. Fue uno de los placeres más voluptuosos de mi vida, me enrollé entre las aguas como sobre mil pezones líquidos que hubieran rozado todo mi cuerpo.»
-Carta A Louis Bouilhet, El Cairo, 15 de enero 1850
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«Es singular cómo estoy alejado de la mujer. Estoy saciado como deben estarlo aquellos que han amado demasiado. Tal vez soy yo el que he amado demasiado. La masturbación es la causa, masturbación moral, quiero decir. Todo se ha ido de mí, todo ha entrado ahí. Me volví impotente por estos efluvios magníficos que sentí borbotear demasiado para nunca verlos derramarse.»
-Carta a A Alfred Le Poittevin, Genève, 26 de mayo de 1845.
“He intentado vivir siempre en una torre de marfil. Pero una marea de mierda rompe contra sus muros y la está derribando. No se trata ya de la política; se trata del estado mental de Francia”, le escribe a su amigo ruso Iván Turguénev.
La carta está fechada el 13 de noviembre de 1872 y el período es bastante peculiar.
Francia atraviesa su Tercera República, el régimen más duradero —de 1870 a 1940— después del hito de 1789.
Desde la Revolución Francesa, el país tuvo ochenta años de inestabilidad política —tres monarquías constitucionales, dos repúblicas breves y dos imperios— y allí, en el crepúsculo de este nuevo período— Flaubert ve todo negro.
En la misma carta le dice a Turguénev que “¡lo que sucederá en el futuro es todavía peor!” y asegura ver cómo “emerge del fondo de la tierra una Barbarie irremediable”. Flaubert odia a la burguesía, la clase protagonista de su tiempo, porque, asegura, “desprecia a lo Bello”.
Tokio in Blue…

Maravilloso me mostras un mundo literario desde que estoy alejada hace muuucho tiempo revive en mí muchos sentimientos emociones esos.maravilloso todo lo queme BRINDAS GRACIAS!
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Que lindo Juana!
Me emociona tus palabras!
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