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Era un dia de carnaval, el que se conocieron.
Plena calle San Pedrito del barrio porteño de Flores, donde pasò parte de su juventud, mi abuela.
Como era habitual en esa època la gente iba vestida con su mejor traje, para un festejo que tenia algo de magia.
Y las mujeres iban como en troupe, de la mano, caminando.
A pesar de no ser la màs grande de las hermanas, llevaba el mando.
Y hay que decirlo sin pudor: era la màs hermosa.
Piel blanca, cabello negro ondulado al viento.
La ùnica de cabello negro de la familia, por eso el mote de «Negrita».Èl venia con su grupo de amigos.
Y vaya a saber por què o si era costumbre de la època, al verla, se deslumbrò y al presentarse sòlo gesticulò el nombre que siempre hubiera querido tener: «Rogelio» y no el que le habian puesto sus padres y que èl destestaba, Josè.
Josè era Josè sòlo para su sobrino adorado Robertito que cuando lo visitaba le decia «Yeye»
Para el resto, se habia transformado en «Roge».
Sentia en su ser que con ella y su nuevo bautizo comenzaba una nueva historia.
Y el carnaval trajo algo màs.
Dos hijas que amò y una historia de amor que durò 60 años hasta que ella se fuè tempranamente, de improviso.
Pero antes de eso hubo nietos. Y la mano dulce de ella, siempre.Dicen que el dia que nacì fuè el dia màs caluroso de la dècada.
Demasiado calor.
Demasiado prematura.
Demasiado pequeña.
Mi abuelo tuvo para conmigo un gesto de amor que jamàs olvidarè.
Està calado en mì como un pequeño tesoro.
Cuando me vio tan chiquita,cabiendo en la palma de la mano de mi viejo, llorò.
Era la primera nieta mujer y algùna fibra de su acorde ìntimo, debe de haber sonado en su interior.
Puedo verlo.
Era vehemente en las cosas que hacia como todo descendiente de tanos.
Estoy segura que debe de haber puesto su mano en su corazòn gigante, cuando se prometiò a si mismo:
«Si Gabi vive, nunca màs en mi vida tomo una gota de alcohol».
No que tomara demasiado, quizà lo suficiente para molestar a mi abuela.
Y yo vivi.
Y èl, por los 32 años de vida siguientes que transcurrieron, jamàs volviò a probar alcohol alguno.
Y era un rito sagrado que en la cabecera que presidia en cada mesa familiar estuviera siempre fresca una botella de 7up que degustaba como una criatura. Y lo era!Pero habia algo màs…
Mi abuelo me iniciò en el màgico aroma del almizcle oriental de los jazmines. Y de las pequeñas rositas rococò rosadas, que trepaban desenfrenadamente en su jardin.
Crecian como habichuelas màgicas hacia el cielo.
Yo las recuerdo. Recorren mi memoria como un aroma delicado y único.
Distinto.
Como un màgico artesano de las flores, venìa todas las tardes a mi casa, mientras yo estudiaba, y simplemente tocaba el vidrio de mi ventana (cuando aùn no viviamos enrejados) y con un «Buenas tardes Principessa…», me entregaba en mis manos un suave capullo de su jardin.
Que yo enseguida ponia en un copòn de agua.
Y asì fuè hasta que mi abuela partiò.
Y a èl se le hizo tan dura la pèrdida que comenzò a apartarse del mundo y entrar en una espiral de duelo que nunca pudo salir.
Pero me dejò impregnado ese aroma.
Y una lecciòn de vida y entrega por el ser amado que llevo conmigo.
Profundo aroma.
Inmenso gesto de ternura.
Caricia al alma que cuando te recuerdo, me hace sonreir.
Porque asi te recuerdo. Con jazmines en la mano y con tu nariz gigante que miraba extasiada y tocaba con mis manitas pequeñas de niña.Gracias abuelo
Hoy huele a jazmin en mi corazón.
Gabi


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9 Replies to “.huele a Jazmin”

  1. Ha sido muy hermoso leer este escrito. Los abuelos tienen ese poder especial que nos roban el corazón…. Tan poético… Y admirable su decisión.
    También quiero decir aquí que me hizo sonreir cuando leí lo de Rogelio… ya que mi padre y mi hermano se llaman así. Además a mi hermano mi padre siempre lo llama Roge. Muchos besos Gabi!! 😉

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