
.esencia
«¿Para qué? -gritó-. ¿Para qué?.»
Y la espesa niebla, una confusión de sal, lo envolvió.
Lo abrazó como una araña abraza a su presa.
Y él sintió, en el centro de su ser, a otro ser, que rezó por él en vano.
Pues estaba experimentando una sumisión deliciosa, maléfica, preñada de amor, lejos del alcance y el cáliz de los mortales.
Y vio a un niño arrancando a los puntos del cielo meriodional y metiéndolos en una urna de plata.
Vió a un río de hojas y a un niño, agachándose para quitarse las hojas de los zapatos.
Y, de golpe, fué consciente de las lágrimas que le manchaban los propios zapatos.
¿Para qué? -susurró-. ¿Para qué?.
Se quitó la camisa.
Y sintió una libertad infinita.
La espesa niebla lo rodeó hasta rebosarle por los poros cuando por fin cayó en la cuenta.
«Por usted, señor»
«Por usted, señor»
.
Extendió los brazos desnudos hacia el sol como un salvaje.
Los extendió hacia el amanecer, hacia el calor.
Y creyó que podía adaptarse a cualquier cosa.
Su fiebre alta le obsequiaría con una movilidad ilimitada.
Luego, nutrido, refrescado, se endurecería, se expandería.
Y todos los músculos se le contraían.
y lo veía venir, pero lo único que podía hacer era aferrarse a lo aprovechable y despojarse de lo desagradable.
Y todos los músculos se le contraían.
Pasaron imágenes con la fuerza del Amazonas.
Algunas gratas, otras líquidas.
Un panal luminoso, un casco de piel.
Y podía sentirlo todo.
La pureza en cuyo seno se desenmascaran todas las fórmulas de la luz y la muerte.
Y todos los músculos se le contraían.
Y estaba emergiendo
empapado, rosa
y vibrante,
la piel estirada
por la mano de Dios
.
.Imago
Y, con brusquedad, como si tiraran de ella, la razón se vió obligada a surgir en forma de yugo hercúleo que presidió el cielo como una señal de la victoria.
El espectáculo, dorado, monstruoso, atravesó una cortina de párpados; de ciertos ojos.
y el capitán, en la cubierta de proa, se maravilló, igual que su segundo de a bordo.
Pues M había abandonado los brazos del mar de Coral y había investido al destino rodeándolo con sus esplendorosas alas y encomendándose a él, dejándose envolver por los amorosos brazos de la diaconisa de su alma…»
-Patti Smith (de «El Mar de Coral»)





