«Una mañana en lo alto del precipicio al este de Loowit
después del café en el campamento
mirando al joven y antiguo volcán
respirando vapor y azufre
lava al amanecer
cuencos de nieve
subí tras la cicuta de montaña
pregunté a mis viejos consejeros dónde yacían
¿qué está pasando?
dicen
“Nuevos amigos y queridos espíritus de los antiguos árboles
aquí estamos otra vez. Disfruta del día”….»
[…]
«Un precipicio de granito
un árbol, sería suficiente,
o incluso una roca, un pequeño arroyo,
un trozo de corteza en un estanque.
Colina tras colina, plegadas y retorcidas
robustos árboles apilados
en delgadas fracturas de la piedra
una enorme luna sobre todo, es demasiado.
La mente vaga. Un millón
de veranos, el tranquilo aire nocturno y las tibias
rocas. El cielo sobre montañas interminables.
Toda la porquería que viene con el ser humano
disminuye, la roca firme ahora tiembla,
incluso el intenso presente parece obviar
este espejismo de corazón.
Libros y palabras
como el pequeño arroyo de una alta cornisa
desapareciendo en el aire seco.
Una mente clara, atenta,
sólo tiene sentido si
lo que ve es realmente visto.
Nadie ama a la piedra, pero aquí estamos.
Los fríos de la noche. Algo que se mueve
rápido a la luz de la luna
se desliza en la sombra del Enebro:
allí atrás invisibles
orgullosos ojos fríos
de un Puma o Coyote
me observan levantarme y partir…»
[…]
«Anoche mirando las Pléyades,
con el aliento humeante a la luz de la luna,
un recuerdo amargo como vómito
me atragantó.
Desenrollé la bolsa de dormir
sobre el tapete de un porche
bajo la espesura de las estrellas de otoño.
Te me apareciste en sueños
(en nueve años, tres veces)
Salvaje, fría y acusadora.
Me desperté con vergüenza, enojado:
Las guerras sin sentido del corazón.
Ya casi amanecía. Venus y Júpiter.
La primera vez que los vi
tan cerca.»
[…]
«Ese octubre,
cuando elegiste ser libre
en el pasto alto y seco junto al huerto,
dijiste “algún día, quizás en diez años”.
Después de la universidad te vi
una sola vez. Estabas rara.
Y yo, obsesionado con un plan.
Ahora pasaron diez años
y más: yo siempre supe
dónde estabas—
Tendría que haber ido a verte
con la esperanza de recuperar tu amor.
Todavía seguís soltera.
No lo hice.
Pensé que tenía que estar solo.
Hice eso.
Solamente en sueños, como esta madrugada,
la intensidad abrumadora
de nuestro amor de juventud
me vuelve a la mente, a la carne.
Tuvimos lo que todos
se esfuerzan por tener;
y lo dejamos atrás a los diecinueve.
Me siento milenario, como si hubiera
vivido muchas vidas.
Y es posible que nunca sepa
si soy un tonto
o hice lo que me exige
mi karma.»
[…]
«Las colinas nacientes, las pendientes
de las estadísticas
están ante nosotros.
la cuesta escarpada
de todo lo que sube
y sube, mientras todos
bajamos.
En el
siglo que viene
o el que le sigue,
dicen que
va a haber praderas y valles
donde encontrarnos en paz,
si lo logramos.
Para escalar estas cimas por venir
una palabra para vos, para
vos y tus hijos:
quédense juntos
apréndanse las flores
viajen livianos.»
-Gary Snyder
Cada mañana, el poeta de la generación beat Gary Snyder se despierta en su predio de cincuenta hectáreas al pie de Sierra Nevada y medita. A sus 87 años, usa plumas de buitre para lograr una caligrafía pulcra y cena ranas de su estanque; algunas noches se lleva una manta, un termo con sake y un mapa estelar, camina y, bajo la luz de su antorcha, juega a identificar las constelaciones