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Arte:  Mariona Cabassa©

 

«Apoyo la mano derecha sobre mi pecho,
tomo conciencia de cómo late mi corazón.
Es un tambor lejano que me llama y me guía.
Dejo que mis pies sigan el rumbo
que va marcando ese tam-tam.

Escucho a mi corazón.
Su vibración me envuelve desde dentro.
Siento la contracción y la dilatación que me hacen nacer en cada instante.
Cada latido me abre una puerta a la vida.
Deposito toda mi confianza en el tambor de mis venas.

Clausuro los oídos a cualquier sonido que llegue del mundo.
Centro mi atención en la música de mi sangre.
Cada latido de mi corazón es el puerto último,
definitivo,
y es el camino.

Al fin, abro los ojos.
Miro el cielo despejado.
Observo el paso de las aves en su eterna migración.
Soy, ahora, un ave más,
un viajero más,
un navegante más del aire cristalino.

Me dejo conducir por las corrientes de la vida.
Abro mis alas, para deslizarme mejor sobre las olas del destino.
Soy parte de un viaje innumerable.
Todas las alas,
de todos los viajeros,
me abren camino.

(…)

LA MANO DERECHA BUSCA SU ALMA
-y la encuentra-
EN LA MANO IZQUIERDA

La mano derecha, en su afán de conocerse plenamente, busca su esencia fuera de sí misma, en la mano izquierda, su opuesta complementaria.
La mano izquierda, movida por idéntico afán de conocimiento, también busca su alma fuera de sí misma y la encuentra en su opuesta complementaria, la mano derecha.

Es en su relación con la otra mano -y gracias a ese vínculo- donde ambas hallan su esencia individual más profunda, su verdadero Yo.
Las manos –a través de su a veces armónica y a veces conflictiva relación entre diferentes- me enseñan que buscarme a mí mismo desde el aislamiento y la desconexión con los otros es tiempo perdido.
Parecen afirmar: es gracias a la presencia del otro, gracias al contacto con “el diferente”, con el extraño, que la conciencia de sí mismo produce un movimiento de dilatación, apertura e integración.

¿Dónde yo -y cada uno de nosotros-, en tanto individuo, iré a buscar el pleno conocimiento de mí mismo?
Pues… donde las manos: fuera de mí, en los otros, en los diferentes a mí, especialmente en aquellos con quienes tengo más dificultad en establecer una relación satisfactoria.

Si acepto este principio y reconozco a esas personas en su calidad de “maestros” -encargados de echar luz sobre mi más profunda y esencial identidad, al revelarme la dinámica de opuestos complementarios que me constituye- sin duda mejorará radicalmente la calidad de la experiencia al vincularme con ellos.

Con toda naturalidad -ante la presencia del otro, del diferente- nacerá en mi corazón un sentimiento de aceptación, gratitud y respeto que ocupará el lugar donde hasta ahora sólo encontraba rechazo, miedo y rabia.

(…)

AL CORAZÓN LO ABRIGA
UNA MANO
DESNUDA

Desnuda, la mano manifiesta su esencia.
Su desnudez es, también, su transparencia: se muestra tal como es, expresa lo que es, sin simular ni ocultar nada.
Cerrada -formando un puño-, la mano indica el tamaño y la fuerza del corazón.
Abierta -extendida, generosa- deja traslucir su naturaleza sutil, su infinita capacidad de aceptación, amor, agradecimiento y compasión.

Meditar –sea en quietud y silencio, sea danzando, cantando o pintando- no es una práctica que se realiza “para sí mismo” o en busca de un beneficio personal.
Entrenar la atención, aprender a estar presente, obtener cierto grado de calma interior con el único objetivo de “sentirme mejor” implica devaluar cualquier práctica y transformarla en mera técnica.
No hay verdadera meditación sin una consciencia que trascienda las estrechas fronteras del “Yo”.
No la hay, si olvidamos que -cuando dedicamos unos minutos a la práctica- lo hacemos en nombre y beneficio de toda la humanidad y de todas las formas en que la vida se manifiesta.
Meditar es, sí, profundizar en sí mismo.
Pero profundizar en sí mismo es, sobre todo, ir en dirección de los otros, caminar hacia la esencia que compartimos, abrirnos a la consciencia de unidad.

(…)

JUNTAMOS LAS MANOS
PARA TOCAR
EL ESPACIO
SAGRADO

Juntamos las manos para rezar, pedir, agradecer, disculparnos, mostrarnos humildes.
Para aceptar y decir “sí”, con el corazón abierto a lo que la vida nos da o nos quita.
Para mostrar que en ese instante renunciamos a identificarnos con un Yo fraguado en la dualidad, reconociendo así nuestra unidad con todo lo que existe.
Para intentar tocar lo que -por intangible- es seguramente lo más real en nosotros mismos, y que bien podemos denominar “sagrado”.»

-Jorge Zentner

 

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Arte:  Mariona Cabassa©

 

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