
Henri Matisse, agosto de 1949 (Foto: Robert Capa)
Pero, ¿por qué? ¿Cómo hizo este hombre, hijo de comerciantes, trabajador administrativo y estudiante de leyes, para transformarse en uno de los grandes genios del arte occidental? Su historia en la pintura empieza cuando tenía 20 años. Contrajo apendicitis y, para pasar el rato y soportar los dolores, su madre le llevó elementos para pintar. «En ese momento descubrí una especie de Paraíso», dijo años después.
En París asistió a cursos en la Académie Julian e ingresó en la École des Beaux-Arts, recibiendo clases del pintor simbolista Gustave Moreau. Empezó perfeccionando su dibujo desde lo más tradicional, luego pasó a pintar paisajes luminosos, y más tarde practicó esporádicamente el divisionismo. En 1896 expuso en la Société Nationale des Beaux Arts con notable aceptación, aunque la primera muestra individual la realizó en la galería Ambroise Vollard en 1904 con poco éxito. Sin embargo eso no le impidió seguir explorando en lo que finalmente entendió que era su habilidad, su fuerte, su genio: el uso del color.
Lujo, calma y voluptuosidad (1904) de Henri Matisse

Carmelita (1904) de Henri Matisse

La alegría de vivir (1906) de Henri Matisse

La habitación roja (1908) de Henri Matisse

Henri Matisse murió en 1954. Nueve años después se abrió en Niza el Museo Matisse, que reúne gran parte de su obra. Allí hoy se puede ver de cerca sus trazos, los tonos, las iluminaciones. Allí se ve su habilidad, su ruptura con las tradiciones. Eso fue Matisse, un rupturista: esa fue su genialidad.
La danza (1909) de Henri Matisse
