
«Al despertar, lo primero que percibimos es el tacto de nuestras sábanas, la luz con la que nos envuelve la lámpara que encendemos, la forma y color de la vajilla del desayuno…
Desde ese momento y hasta terminar el día, cuando cerramos de nuevo los ojos sobre el textil de la almohada, nuestro cuerpo se habrá topado y desenvuelto con una infinidad de objetos diversos.
Se trata de cosas modestas, comunes y ordinarias, que usamos constantemente sin prestarles apenas atención.
Pero los objetos son también unos compañeros constantes en nuestra vida y, como tales, afirma Soetsu Yanagi, deben hacerse con cuidado y fabricarse para que duren.
Deben ser tratados con respeto e incluso afecto.
Y deben aunar perfectamente belleza y utilidad.
Soetsu Yanagi es un pensador imprescindible hasta ahora inédito en castellano, y una de las voces clave del siglo XX en llamar la atención sobre el valor de los objetos cotidianos y la artesanía anónima.
Yanagi nos enseña a mirar con nuevos ojos a nuestro alrededor y a admirar el increíble valor material e intangible de las creaciones anónimas, siempre bellas y honestas, que forman parte de nuestra vida cotidiana.
Mira. Oh, mira.
Todo está claro, revelado a la vista.
Este rostro, este porte.
«El 1 de noviembre yo había dejado de comer y estaba postrado en la cama, debido a una diarrea que llevaba padeciendo desde la noche anterior. Fue entonces cuando trajeron una pequeña vasija a la habitación y sentí cómo mi corazón saltaba con renovada energía.
Era una cerámica de Karatsu. La superficie estaba trabajada con mucho gusto. La ejecución de la mancha circular, similar a un blasón, y de las hiervas salvajes que había pintadas con pincel sobre ella era excelente; el sombreado en negro hierro, impecable.
Con todo, lo que más llamó mi atención fue el trabajo de reparación del que la pieza había sido objeto, pues resultaba asombroso hasta qué punto realzaba la belleza de la vasija. Una vez leí un artículo de un eminente coleccionista en el que afirmaba, con orgullo, que nunca adquiría piezas que hubieran sufrido reparaciones.
Quiero creer que, confrontado con esta vasija de Karatsu, su estrechez mental desaparecería en un instante. La grieta de la pieza se había producido claramente en el horno. La vasija se había quebrado durante la cocción, dejando una oquedad disjunta en la superficie. No se trataba de una grieta producida por un golpe, sino una fisura causada por la acción de las fuerzas naturales. Probablemente de debiera al excesivo grosor de la base, algo habitual.
La grieta estaba allí, no cabía ninguna duda, pero lo cierto es que la forma hendida de la vasija parecía ser su forma natural. No se había hecho ningún intento por ocultarla, sino que se había aplicado un lacado y polvo de oro para repararla. Sin la menor vacilación, la laca había sido insertada en la fisura y después se había aplicado polvo de oro con la misma espontaneidad.
En el budismo zen existen dichos del tipo “Todo está claro, abiertamente revelado”, y es esa noción la que confiere a esta vasija esa vivacidad intensa, con su forma redondeada, rolliza pero armónica, y a las fluidas pinceladas oscuras que trazan los blasones del dibujo. Aun así, la pieza no aspira a esa elegancia armoniosa. Aquí se rompe esa dualidad entre lo bello y lo feo y se alcanza el mayor grado de belleza espontánea. Y he aquí un vivo ejemplo de la exhortación de la “Sutra del diamante”, a “despertar la mente sin fijarla en ninguna parte”.
Recientemente, en el arte se ha impuesto una tendencia a la distorsión, pero en el caso de esta vasija, la deformación natural ha elevado la distorsión al nivel de belleza espontánea. La cerámica de Karatsu cuenta ya con un gran prestigio, y esta pieza constituye una preciosa muestra de esa forma de artesanía. En términos monetarios, está completamente fuera del alcance de alguien como yo. La palabra inglesa priceless (“incalculable”) constituye una definición adecuada de su valor. El valor absoluto de la belleza hace que su valor monetario relativo no signifique nada. Con todo, tenía un precio que hacía interesante su adquisición para el Museo de las Artesanías populares de Japón. Quería exponerla al público para que la gente tuviera la oportunidad de apreciar su profundidad con sus propios ojos.
Aun así, no se puede tratar un objeto como este como un pasatiempo para el deleite de la propia vista ni como una mera adquisición o un medio de satisfacer el deseo de posesión. Hay pocos objetos que proporcionen a artesanos de toda condición tanto que pensar. ¿Acaso alguien puede no perderse en sus propios pensamientos contemplando esta obra? En mi caso, ha nutrido tanto mi corazón.
He escrito este ensayo como forma de reconocimiento reverente y quisiera añadir unos breves versos como forma también de expresar mi gratitud…»
-Soetsu Yanagi
Como una estrella fugaz, como una burbuja en un torrente,
Como una llama al viento, como la escarcha bajo el sol,
Como un destello de luz o un sueño fugaz,
Así debemos entender el mundo del ego.