
«El trabajo es solitario.
Ser espectador es estar aislado.
Examinar la vida no es lo mismo que vivirla.
Una misión es una llamarada insaciable que lo devora todo a su paso.
Todo, incluida la vida familiar, los amigos y los amores.
Sólo queda el trabajo y la preocupación por conseguir la próxima fotografía.
La alegría, el pánico, el aburrimiento y el entusiasmo se suceden en la búsqueda de la efímera verdad que registra la película.
En 1991, Sarah Leen pasó cuatro meses en las yermas extensiones de Siberia para hacer un artículo sobre el lago Baikal.
Hacer un reportaje en Rusia es trabajar en un lugar donde nada funciona y en donde todo, incluso el sencillo acto de comprar el pan, puede convertirse en un laberinto logístico.
A todo esto se suman el aislamiento impuesto por la geografía, el idioma y unos sistemas de comunicación mediocres o inexistentes.
Durante los cuatro meses, Leen sólo pudo llamar una vez por teléfono a su casa.
Como antídoto, escribió un diario, una extensa carta para los suyos que a causa de la distancia y las dificultades nunca pudo enviar.
Leyendo sus páginas es posible entrever los constantes altibajos emocionales de que está hecha la vida del fotógrafo…

10 de marzo 1991, Irkusk:
«No había escalerilla para el avión.
Tuvimos que esperar media hora a que la trajeran.
Ya me parecía raro ser la única que se había levantado nada más aterrizar y que había recogido su abrigo y su equipaje.
Los demás se quedaron sentados, mirando al vacío, preparados para que no sucediera nada de lo que esperaban.
Yo estuve de pie unos minutos y finalmente me senté como los demás.
Tengo que perder mi impaciencia americana.»
13 de marzo, Listoyanka:
«Nublado.
Parece como si alguien hubiese volcado un cenicero sobre Listoyanka.
Llevo tres comidas seguidas consumiendo la misma carne de buey hervida y los mismos guisantes fríos.
Hice la colada en el lavabo del baño, tapando el desagüe con una bolsa de plástico.»
14 de marzo, Listoyanka:
«Nieve.
La depresión del día empeora.
Hoy tampoco podré irme.
El camión no está listo.
Necesito suministros.
Se me llenan los ojos de lágrimas.
No me siento capaz de quedarme un día más.
Me consiguen un hombre que se ofrece a llevarme por los alrededores en su coche por 5 dólares la hora.
A mí me parece un regalo; a ellos, un atraco a mano armada.
Abismo cultural.»
9 de abril, Nizhneangarsk:
«Frío ventoso y seco.
Hemos cruzado el hielo.
Esta mañana vi salir el sol y oí los secos crujidos del hielo agrietándose, los dolores de parto de un lago que intenta nacer.
«El Baikal te atrae», dicen los cazadores de focas.
Yo también lo estoy sintiendo.»
10 de abril, Nizhneangarsk:
«Seco, polvoriento, no demasiado frío.
El hielo se deteriora a ojos vista.
La delgada capa de hielo me da miedo.
Oigo historias de gente que se ha caído.
Tengo pesadillas»
22 de abril, campamento de cazadores de focas:
«Terriblemente frío y ventoso.
Hay seis cazadores, además de Sasha (el guía) y yo.
Dormimos como sardinas enlatadas sobre una plataforma a unos 50 centímetros por encima del hielo.
Hay una estufa de leña y el suelo de hielo está cubierto con tablones de madera.
Para hacer mis necesidades, me alejo andando por el hielo hasta que la tienda se convierte en un puntito.
Aquí no hay arbustos.
Ayer fue mi cumpleaños.
Sasha me dijo que con seguridad soy la primera mujer que celebra su cumpleaños en un campamento de cazadores de focas.
25 de abril, isla Ol’Khon:
«Frío, cielo despejado.
A medio escribir me interrumpió la llegada del helicóptero.
Tan repentinamente como nos había dejado en el hielo, nos recogió de la tienda y nos izó al frío cielo azul.
La abrupta partida me ha dejado una sensación de algo sin terminar; de trabajo inconcluso, de relaciones que habían empezado a cuajar y ahora se han disuelto.
Despedidas rápidas, un par de fotos con la Polaroid y agradecimientos lanzados a voz en grito.
Una mirada atrás, un saludo con la mano y los hombres no tardaron en convertirse en sombras diminutas sobre la extensión helada.»
29 de abril, Listvyanka:
«Muy ventoso, soleado.
¡Transformación!
Hacía varios días que el hielo se estaba resquebrajando, y ahora una tormenta de viento se lo ha llevado todo.
Todo es completamente diferente cuando el Baikal vuelve a ser un lago.
Pero tengo que irme y habré de esperar a mi regreso para poder explorar su alma líquida.
Es hora de regresar a casa.»
Más del enorme e increíble trabajo de Sarah Leen aquí



En lo más crudo del invierno, Natasha Shirobokova e Igor Karpov respetan la tradición, que exige un retrato de bodas con el lago Baikal de fondo.


Cinco veteranos de la Segunda Guerra Mundial disfrutan de un pícnic cerca del lago Baikal, en Siberia, después de un duro día de trabajo en 1991. Como es habitual en Rusia, la comida termina con una canción.


Una clínica en Pokróvskoye, Rusia, se transforma en una clase de cuarto curso tras la avería del sistema de calefacción de la escuela local. Para una localidad, ubicada frente a un lago en Siberia, el calor no es opcional.


En la grisura del alba, Slaba Basov lanza las redes al lago Baikal, mientras su hijo Tolya, de diez años, lidia con los remos.

Nativos de Koriak en la parte norte de la península de Kamchatka en el Lejano Oriente de Rusia tamborilean y cantan por la noche durante una cosecha dos veces al año de manada de renos en la tundra.
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Me impresionaron mucho las costumbres de los rusos , las duras batallas a las que se enfrentan cada día , y las tomas fotográficas que los retratan. Una forma de vida tan diferente a la nuestra !!!……………
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Hola! Así es. Un pueblo castigado, no sólo por las inclemencias del tiempo, sino porque además es tan vasto y distinto que ha atravesado muchas batallas y guerras… muchas culturas distintas conviven en la estepa Rusa… pensá que son 17 millones de kilómetros cuadrados… Impresiona decirlo!
Abrazo!
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El relato me ha transportado, gracias por compartir, gracias por abrir puentes culturales en lugares distantes.
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Que bueno Rafa!
La fotografia y los relatos tienen esa capacidad de llevarnos al ver el mundo sin movernos de nuestra casa. Buena semana!
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