«El sol de mediodía ha desatado fieros vientos
y entre el verde mar y la bóveda azul
ha encendido feroz guerra: al retumbante trueno…»
-William Shakespeare («La Tempestad, Acto V, escena 1)

«El frío invernal ha llegado pronto a Europa este año y hay un hedor penetrante en el aire vespertino.
Enterrado en lo más recóndito de la mente de una joven hembra de petirrojo, un sentido de propósito y determinación, que hasta ahora había sido vago, se hace más intenso.
El pájaro ha pasado las últimas semanas devorando muchos más insectos, arañas, gusanos y bayas de lo que solía ser su ingesta normal, y ahora su peso es casi el doble del que tenía cuando su pollada salió del nido, en agosto.
Este peso adicional es, en su mayor parte, reservas de grasa, que necesitará como combustible para el arduo viaje en el que está a punto de embarcarse.
Ésta será su primera migración lejos del bosque de abetos del centro de Suecia en el que ha vivido a lo largo de su corta vida y donde crió a sus polluelos hace solo unos meses.
Por suerte para ella, el invierno anterior no fue muy severo,porque hace un año no había llegado todavía a la edad adulta y, por lo tanto, no era lo bastante fuerte para emprender un viaje tan largo.
Pero ahora, liberada de sus responsabilidades maternales hasta la próxima primavera, solo tiene que pensar en sí misma, y está lista para huir del invierno que se acerca, dirigiéndose hacia el sur para buscar un clima más cálido.
Han pasado dos horas desde la puesta de sol.
En lugar de instalarse para pasar la noche, salta en la penumbra creciente hasta la punta de una rama cercana a la base del enorme árbol que ha considerado su hogar desde la primavera.
Se sacude rápidamente, como si fuera un corredor de maratón que relaja los músculos antes de una carrera.
Su pecho anaranjado brilla a la luz de la luna.
El esmerado esfuerzo y cuidado que puso en la construcción de su nido (que está apenas a unos pocos metros de distancia, parcialmente escondido sobre la corteza cubierta de musgo del tronco del árbol) es ahora un tenue recuerdo.
No es el único pájaro que se prepara para la marcha, pues otros petirrojos, tanto machos como hembras, han decidido también que esta es la noche adecuada para iniciar su larga migración hacia el sur.
En los árboles que la rodean, la hembra de petirrojo oye cantos fuertes y penetrantes que ahogan los sonidos usuales de otros animales forestales nocturnos.
Es como si las aves se sintieran obligadas a anunciar su partida al enviar a los demás habitantes del bosque el mensaje de que deberían pensárselo dos veces antes de plantearse invadir el territorio de los pájaros y los nidos vacíos mientras estén fuera.
Porque estos petirrojos, con toda seguridad, planean volver en primavera.
Con una rápida inclinación de la cabeza a uno y otro lado, para asegurarse de que no hay moros en la costa, la hembra de petirrojo echa a volar hacia el cielo vespertino.
Las noches se han ido haciendo más largas a medida que avanzaba el invierno, y tiene por delante unas diez horas bien buenas de vuelo antes de que pueda volver a descansar.
Emprende un rumbo de 195° (15° al oeste en dirección sur).
A lo largo de los días siguientes, seguirá volando, más o menos, en la misma dirección, y en un día bueno recorrerá trescientos kilómetros.
No tiene ni idea de lo que le espera a lo largo del viaje, ni sensación alguna del tiempo que le tomará.
El terreno que rodea su bosque de abetos le es familiar, pero pasados unos cuantos kilómetros está volando sobre un paisaje iluminado por la luna y extraño, de lagos, valles y pueblos.
En algún punto cercano al mar Mediterráneo, la hembra de petirrojo alcanzará su destino; aunque no se dirige a ninguna ubicación específica, cuando llegue a un punto favorable se detendrá y memorizará los hitos locales para poder retornar allí en los años siguientes.
Si tiene la fuerza suficiente, puede incluso llegar a volar directamente hasta la costa septentrional de África.
Pero esta es su primera migración, y ahora su única prioridad es escapar del frío penetrante del invierno nórdico que se avecina.
La hembra no parece reparar en los petirrojos que la rodean y que vuelan todos, aproximadamente, en la misma dirección; algunos de ellos ya deben de haber hecho este viaje muchas veces.
Su visión nocturna es magnífica, pero no busca ningún hito en el terreno (como haríamos nosotros si emprendiéramos un viaje de este cariz), ni resigue el patrón de las estrellas en el claro cielo nocturno al tiempo que consulta su mapa celeste interno, como hacen otras muchas aves que migran por la noche.
En lugar de ello, posee una habilidad muy notable y varios millones de años de evolución a los que agradecerles su capacidad de hacer lo que se convertirá en una migración otoñal anual, un trayecto de más de tres mil kilómetros.
Desde luego, la migración es algo común en el reino animal.
Por ejemplo, cada invierno, los salmones frezan en los ríos y lagos de Europa septentrional, dejando alevines que, una vez que han hecho eclosión, siguen el curso de su río hasta el mar y hacia el Atlántico Norte, donde crecen y maduran; tres años después, estos salmones jóvenes retornan para reproducirse en los mismos ríos y lagos en los que salieron del huevo.
Las mariposas monarca del Nuevo Mundo migran miles de kilómetros hacia el sur y atraviesan todo Estados Unidos en otoño.
Ellas, o sus descendientes (porque se reproducen en ruta), retornan luego al norte, a los mismos árboles en los que se convirtieron en ninfas en primavera.
Las tortugas verdes que salen del huevo en la isla de Ascensión, en el Atlántico Sur, nadan a lo largo de miles de kilómetros de océano antes de volver, cada tres años, a reproducirse en exactamente la misma playa de la que surgieron, cubierta de cáscaras de huevos.
Y la lista sigue: muchas especies de aves, ballenas, caribúes, langostas de mar, ranas, salamandras e incluso abejas son capaces de emprender viajes que pondrían en un aprieto a los mayores exploradores humanos.
Durante siglos ha sido un misterio la manera en que los animales consiguen encontrar su camino alrededor del globo.
Ahora sabemos que utilizan métodos de lo más variado: algunos emplean la navegación solar durante el día y la navegación celeste durante la noche; algunos memorizan hitos en el terreno; otros pueden incluso oler su camino por el planeta.
Pero el sentido de navegación más misterioso de todos es el que posee el petirrojo: la capacidad de detectar la dirección e intensidad del campo magnético de la Tierra, lo que se conoce como magnetorrecepción o magnetocepción.
Y aunque ahora sabemos de otros muchos animales que poseen esta capacidad, la manera en que el petirrojo (Erithacus rubecula ) encuentra su camino a través del globo es del mayor interés para nuestro relato.El mecanismo que permite a nuestra hembra de petirrojo saber lo lejos que ha de volar y en qué dirección está codificado en el ADN que heredó de sus padres.
Esta capacidad es refinada e insólita: un «sexto sentido» que utiliza para trazar su rumbo.
Porque, como muchas otras aves, y de hecho insectos y animales marinos, la hembra de petirrojo tiene la capacidad de sentir el débil campo magnético de la Tierra y de extraer de él información direccional mediante un sentido de navegación innato, que en su caso necesita un nuevo tipo de brújula química.
La magnetocepción es un enigma.
En un momento u otro se ha propuesto toda suerte de exóticas explicaciones de los mecanismos que emplean las aves migratorias para guiarse a lo largo de sus rutas, desde la telepatía hasta antiguos alineamientos (rutas invisibles que conectan varias ubicaciones arqueológicas o geográficas supuestamente dotadas de energía espiritual), por no hablar del concepto de«resonancia mórfica» que se inventó el polémico parapsicólogo Rupert Sheldrake.
No parecía que hubiera ningún mecanismo molecular que permitiera que un animal lo hiciera… o, al menos, ninguno dentro del ámbito de la bioquímica convencional.
El equipo de ornitólogos alemanes radicado en Fráncfort compuesto por el matrimonio Wolfgang y Roswitha Wiltschko publicó en Science , una de las principales revistas académicas mundiales, un importantísimo artículo que estableció, sin ningún género de dudas, que, en efecto, los petirrojos pueden detectar el campo magnético de la Tierra.
Y, todavía más notable, demostraron que el sentido de las aves no parece funcionar de la manera en que lo hace una brújula normal.
Porque mientras que las brújulas indican la diferencia entre el polo norte y el polo sur magnéticos, un petirrojo solo puede distinguir entre polo y ecuador.
Una vez que la hembra de petirrojo ha pasado satisfactoriamente el invierno al sol del Mediterráneo, y ahora está dando saltitos
por el bosque ralo y las antiguas piedras de Cártago, en Túnez, engordando a base de moscas, escarabajos, gusanos y semillas, todos ellos compuestos de biomasa tejida a partir del aire y la luz por las máquinas fotosintéticas accionadas cuánticamente que denominamos plantas y microbios.
Pero ahora el sol está alto en el cielo del mediodía, y su intenso calor ha secado los arroyos someros que serpentean a través del bosque.
Éste se está volviendo reseco e inhóspito para nuestro pájaro europeo.
Ya es hora de que emprenda la marcha.
Son las últimas horas del día, y el diminuto pájaro vuela para posarse en una rama situada en lo alto de un cedro.
Se acicala primorosamente, al igual que hizo muchos meses antes, al tiempo que escucha los cantos de otros petirrojos que han sentido de manera parecida una necesidad aviar para prepararse en vistas a un vuelo prolongado.
Cuando los últimos rayos del sol se hunden tras el horizonte, la hembra de petirrojo dirige su pico hacia el norte, extiende sus alas y se lanza al cielo del atardecer.
La hembra de petirrojo vuela hacia la costa de África del Norte y continúa a través del Mediterráneo, siguiendo exactamente la misma ruta (pero en dirección opuesta) que tomó hace seis meses, guiada de nuevo por su brújula aviar con su enmarañada aguja cuántica.
Cada batir de alas está impulsado por la contracción de fibras musculares cuya energía ha producido el efecto de túnel cuántico de electrones y protones a través de enzimas respiratorias.
Después de muchas horas alcanza la costa de España y desciende hasta un valle fluvial boscoso de Andalucía, donde descansa rodeada por abundante vegetación que incluye sauces, arces, olmos y alisos, árboles frutales y arbustos en flor, como adelfas, cada uno de ellos producto de la fotosíntesis, alimentada cuánticamente.
Hasta sus conductos nasales llegan flotando moléculas odorantes, que se instalan sobre moléculas receptoras de olor y desencadenan acontecimientos de efecto de túnel cuántico que envían señales nerviosas, a través de canales iónicos cuánticamente coherentes, hasta su cerebro, y que le dicen que cerca hay flores de azahar, atendidas por abejas y otros insectos polinizadores que le proporcionarán un
sustento adicional para la siguiente fase de su viaje.
Después de muchos días de vuelo, la hembra petirrojo acaba encontrando el camino de vuelta al bosque de abetos de Escandinavia desde el que emprendió el viaje hace muchos meses.
Su primera tarea será buscar una pareja.
Los machos de petirrojo ya han llegado hace unos días, y la mayoría de ellos han encontrado lugares de anidación adecuados, de los que informan a las hembras con su canto.
A nuestra hembra de petirrojo le atrae un pájaro particularmente melodioso y, como parte de su ritual de cortejo, disfruta de varias larvas que el macho ha recolectado.
Después de una breve cópula, los espermatozoides del macho se unen con los óvulos de la hembra y la información genética de base cuántica, que codifica la forma, estructura, bioquímica, fisiología, anatomía e incluso el canto de cada par de aves se copia casi sin error en una nueva generación de petirrojos.
Los pocos errores de efecto de túnel cuántico proporcionarán la materia prima para la futura evolución de la especie.
Todavía no podemos estar seguros de que todas las características que acabamos de describir correspondan a una mecánica cuántica.
Pero no cabe duda de que gran parte de lo que es (o era) maravilloso y único en los petirrojos, los peces payaso, las bacterias que sobreviven bajo el hielo antártico, los dinosaurios que deambulaban por las selvas del Jurásico, las mariposas monarca, las moscas del vinagre, las plantas y los microbios deriva del hecho de que, como nosotros, están basados en el mundo cuántico.
Queda mucho por descubrir; pero la belleza de cualquier nueva área de investigación es lo totalmente desconocido.
Tal como dijo Isaac Newton:
«No sé qué es lo que puedo parecerle al mundo, pero a mí me parece que solo he sido como un muchacho que jugaba en la orilla del mar, y que de vez en cuando me he divertido al encontrar un guijarro más liso o una concha más bonita que de ordinario, mientras que el gran océano de la verdad se encuentra ante mí, todo por descubrir»
-Johnjoe McFadden
Más de esta maravilla aquí
Aunque los petirrojos migran de noche, teniendo esta proteína del ojo sensible a la luz, las aves vuelan normalmente por encima del nivel de las nubes y, por tanto, tienen acceso a la luz de las estrellas
Es muy lindo!!!
Gracias Gracias, gracias
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A vós! Siempre estás ahí amiga (y es hermoso)
Te quiero Eddita
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Tan pequeña, tan audaz nuestra vuelacaminos narsnja
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Viste qué increible!
Me encantan estas historias.
Me deleito.
Te paso otra muy muy interesante: https://mariposadel67.com/2020/03/19/de-mariposas-plantas-y-hormigas/
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