(21 gramos de magia…)
«Rikyu observaba cómo su hijo Shoan barría y baldeaba el camino de baldosas que cruzaba el jardín.
Todavía no está lo suficientemente limpio», decía siempre. Y Shoan volvía a limpiarlo. Hasta que un día, tras varias horas de trabajo, el chico se le plantó:
-Padre, ya no puedo hacer nada más. He fregado tres veces los peldaños, he derramado agua sobre las baldosas y sobre los arbustos, el musgo y los líquenes están brillantes de tanto verdor; y no he dejado en el suelo ni una hoja ni una brizna de hierba. ¿Para qué quiere que siga?.
-Eres demasiado joven y precipitado-lo amonestó el padre-no es así como se limpia un camino de baldosas.
Y entonces bajó al jardín, sacudió un árbol y esparció sobre el suelo montones de hojas de oro y de púrpura, trozos de manto de brocado del otoño.
La leyenda está en El Libro del Té. de Okakura Kakuzo. No se trata de limpiar, barrer, picar cebollas, cocinar, lavar los platos: se trata de expresar la belleza, la elegancia y la naturalidad de la vida. Éstas son las certezas que hicieron desarrollar la ceremonia del té entre los monjes budistas zen del siglo XIII. Y son las que pueden inspirar todas nuestras ceremonias cotidianas en torno a la cocina y las tareas del hogar.
Se dice que la ceremonia del té fue introducida en Japón, procedente de China, por el maestro Eisai, de la escuela Rinzai. El té era originalmente cosechado en presencia de una estatua de Daruma o Bodhidharma, el legendario patriarca que exportó el budismo de la India a China, y luego bebido en grupo en un tazón único, con todo el recogimiento formal de un sacramento.
Con el tiempo, la ceremonia del té se expandió de los monasterios a los diferentes estratos de la sociedad japonesa, convirtiéndose en un pretexto para el culto de la pureza y del refinamiento, un rito en el que el anfitrión y su invitado se unen para manifestar la gracia de la vida compartida.
La ceremonia es como un drama improvisado, cuya trama se desarrolla alrededor de la bebida, las flores, las sedas pintadas, los movimientos de quién sirve, la disposicion de quién sirve, la disposición de los cuerpos.
Ningún gesto puede destruir el ritmo de las cosas, ni una palabra romper la unidad del entorno: todo se lleva a cabo simple y naturalmente. Y la preparación debe ser tan cuidadosa como la misma manera de servirlo. Cada modo de preparar las hojas posee su individualidad, sus afinidades especiales con el agua y el calor, sus recuerdos heredados, su propia manera de narrar la historia…»
-Ana Zabuki («Todas las mujeres somos Zen»)
Un gran álbum! (lo tengo)
He sido transportado a esos lugares.
Gracias Gabi
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qué lindo lindo lindo!
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