Foto: Fernando de la Orden

Este tiempo es un catálogo de prisas, un sitio de sirenas y estallidos.

Tan hondo es el ruido, tan firme la noche, tan temible que nos pesque la lluvia sin techo o cobijo, que vamos por las calles con mandato de resistir y nos peinamos el alma cada día, más por deporte que por convicción, recordando cómo, allá lejos en la infancia, fueron reales y nuestros la sopa caliente, el cuento antes de dormir y la cabeza felíz sobre la almohada. Había una vez la ternura…

Será por eso, porque el mundo de hoy -Buenos Aires, principios de siglo- es todo menos una fruta madura o un parque de diversiones o un silencio de pradera -benefactor y puro-, que agradezco estos días con Lola.

Cinco años, me dicen, llevó recogerlos en formato de libro, pintarles la cara de papel fotográfico, vestir las luces y asombros de sus malabares y milagros de mujer, madre y abuela. Seguirla con tretas de voyeur y cámara al hombro hacia la cocina, el cuarto y los cansancios o al patio a tender la ropa, a colgar al viento desvelos y sueños, y tejer con forma de bufanda o de pulóver la posible alegría.

Han valido la curiosidad y la paciencia: el pago es este manojo de fotos que desnudan queridos rincones y queribles espejos en los que nos reconocemos humanos y pacientes, sedientos de abrigo, nietos por melancolía y adopción.

No hay neutralidad en las imágenes de Fernando ni objetividad fotográfica ni pretendida distancia.

Más bien, un homenaje de orgullo y afecto, la nostalgia de cierto reino (¿el del pan con manteca, los abrazos, el rin-raje?) y la certeza íntima, secreta, corajuda de que existe todavía en algún punto del mapa un lugar que podemos llamar hogar, mientras soñamos con volver a casa…

(Del prólogo de Raquel Garzón del libro «Pan y Manteca», de Fernando de la Orden)

Foto: Fernando de la Orden

Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
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Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden
Foto: Fernando de la Orden

La abuela Lola
Nace en Logroño, España en 1916.

Hija de un militar, pasa su infancia recorriendo su país, mudándose cada dos años.

A los dieciocho se casa con el abuelo Gerardo (suboficial de artillería de montaña).

Dos años más tarde, estando ella embarazada, la Guerra Civil los separará durante tres años.

En 1950 vienen a la Argentina ya con tres hijas y tiempo después nace la cuarta.

En 1977 recibe su golpe más duro: muere el abuelo.

Hoy, a sus ochenta y cinco años, cuenta orgullosa con nueve nietos, diecisiete bisnietos, y dos tatara-
nietos, a los que no para de abuelear.

Fernando de la Orden
Nace en la Ciudad de Buenos Aires en 1976.

A los diecisiete años descubre, con su primer cámara réflex, su pasión por la fotografía.

Después de un curso básico, hace el de fotoperiodismo en la Asociación de Reporteros Gráficos
(A.R.G.R.A.), donde comienza este proyecto.

Desde 1997 se desempeña como fotógrafo en los suplementos del diario Clarín de Buenos Aires.

Participa de varias muestras grupales, las fotos que integran este libro se exponen en el Centro Cultural Recoleta, siendo esta su primer muestra individual.

Las fotos de tu abuela

En el fondo, todas las abuelas son iguales.
Todas tienen sus añejos portarretratos, todas hacen la cama, todas andan agachadas en la cocina aunque les digas que les va a hacer mal a la espalda, todas tejen (o cosen, o bordan), todas usan anteojos, todas cocinan algo y te lo dejan en un táper y todas tienen en su dormitorio una cómoda, mueble inherente a la condición abuelar.
Esta clase de escenas de la vida abuelosa fueron retratadas entre 1996 y 2001 por el fotógrafo Fernando de la Orden, de 25 años, y compiladas en el libro Pan y manteca –de la colección de libros dedicados a la imagen Orbital– y presentadas en una muestra del mismo nombre.

“Yo tenía que sacar fotos para un ejercicio –cuenta Fernando– y como no sabía bien qué hacer, empecé a sacarle fotos a mi abuela, que vivía conmigo. La muestra se fue armando sola.”
Pero eso no significa quitarle méritos a la modelo que se llama Lola, española, de 85 años, cabello corto, protagonista de una rica serie de fotos en las que lleva sábanas a la terraza, dobla un pulóver, baila con un sobrino o hijo o nieto, hace tiempo en un aeropuerto, duerme una siesta o sirve una ensalada.

“Mi abuela está obviamente muy contenta –revela el autor y nieto– y, como abuela que es, no para de preocuparse porque todo lo de la muestra y los libros me salga bien.”

-Javier Aguirre

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