«Santa clara es el primer punto que enseñan al comenzar a tejer con dos agujas. Debería llamarse “ Santa claridad ”.
Por lo menos esto es lo que me aporta cada vez que la aguja pareciera perforar un pensamiento esquivo y doloroso: eso es un punto.

La aguja lo eleva y lo acomoda en un hilera de mayor resolución.
Ese entrelazamiento de puntos que parecen una u se unen como una fortaleza y se convierten en una trama irrompible que puede proteger, abrigar, sostener o contener.
El tejido es una creación y por lo tanto se lo relaciona con lo maternal o lo natural (¿o divino?).
Surge de un gesto, como un niño del amor, como una planta de una semilla.
Lo pienso femenino aunque tenga artículo masculino.
Una imagen más común a todos es la del trenzado del largo cabello de las mujeres, sobre todo en culturas menos globalizadas.
En la mitología de las civilizaciones más antiguas quienes tejían lo hacían para controlar sus pasiones y no devenir en seres patéticos.
Era un reto, un desafío.
Nunca una labor liviana para personas desvalidas.
El “santa clara” o “derecho” puede complementarse con el revés en donde la aguja, que puede variar de grosor, toma el punto desde un ángulo distinto, como a las ideas que van surgiendo.
Y así acomodando los derechos y reveses se complejiza el entramado.
Anoche, como casi todas las noches, la ansiedad que en algún momento fue pánico, asomó cabeza.
Hice lo que hace ya tres años descubrí, como un apaciguador natural: tomé un ovillo y lo observé.
Vi su calidad, su grosor, la posibilidad de elasticidad y sobre todo el color.
Me proyecté en él.
Podía devenir en algo ornamental o en abrigo.
Pensé que mejor era empezar y que el propio tejido me hablara como si me ayudara a contar mi propia historia, la que yo no podía narrar sola.
Ahora era el turno de elegir las agujas con las que iba a escribir mi cuento.
Busqué las número ocho (mis preferidas) en el canasto de lanas, dentro de un estuche. No estaban y recordé que había dejado pendiente una labor del último instante de ansiedad de unos días atrás.
Puesto que la trama me pareció poco elaborada, decidí soltar los puntos y así disolver en el tiempo los pensamientos que en ese momento se habían entrelazado.
Simplemente me senté en la cama, con las almohadas acomodadas, para que los brazos imitasen las alas de un pájaro, y así comencé a volar a través de esas hileras hechas de derechos y reveses.

Como la vida misma…»


-Dominique Besanson

(Tejo hace casi diez años como una práctica meditativa.
Es un momento íntimo de aquietar pensamientos, pausar preocupaciones y simplemente fluir entre el

hilo, las agujas y el tiempo..)

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