The Longing, Fletcher Sibthorp

«Pido peras al olmo. Las saboreo:

son deliciosas.

He pedido gato por liebre;

me lo han dado.

Me han costado historias libidinosas

a medianoche;

gozaba, con cada palabra,

con cada gesto.

He amado la noche

cuando amanecía,

amé la muerte. Y

soñé

con la realidad.

Quién me quita lo bailado.»

-Irene Gruss

«Creo que lo amé desde que lo vi.

Allí estaban los otros mirando mis piernas, mis pechos, invitándome a bailar, a tomar una copa con sus risas calientes, sus miradas oblicuas que los llevaba a darse recias palmadas en los hombros.

Me sopesaban.

Eran como tenderos que colocan sobre el mostrador un kilo de lentejas y otro de azúcar.

Mis dos pechos.

Él me miró a los ojos y hubiera querido acariciárselos con las manos.

Ni siquiera se acercó y sentí que debía irme.

Afuera lo tomé de la mano para caminar tantas, oh tantas calles.

Llegamos hasta la tierra.

Cayeron las primeras gotas y la tierra se hizo potente, más negra, húmeda, como que se llenaba de ganas.

Su mano era una raíz y la mía una semilla.

Yo no sabía que las raíces asfixian a las semillas y seguí caminando confiada.

Anduvimos varios años, oh tantos años.

Él me decía que la tierra sólo es buena cuando está herida y creí adivinar tras cada uno de sus gestos el cuchillo del hombre.

Ahora regresamos y ya no dormimos bajo la bóveda de nubes.

Volvimos después de la primavera, por encima de los árboles, trayendo a cuestas pedazos de la misma vida.

Ya nada sabemos de nosotros.

Hemos desandado el camino.»

-Elena Poniatowska

The Longing, Fletcher Sibthorp

«Me embriago pensando en cada una

de las partes de tu cuerpo.

Y cuanto me haces, me enamora,

me aterra,

me tortura,

me arrebata,

todo cuanto haces es perfecto.»

-Paul Eluard («Cartas a Cala»)

«Mi cuerpo me odia por no haber sabido retner al tuyo.

Lloro, desmadejadamente, hasta aprenderlo de nuevo,

a solas.»

-Marguerite Yourcenar «Fuegos»)

«No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible

no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?

¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres…
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
«¡María Luisa! ¡María Luisa!»… y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes…
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?

¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.»

-Oliverio Girondo

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