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Angelina Beloff, la otra Frida Kahlo

«15 de noviembre de 1921
Hoy como nunca te extraño y te deseo, Diego. Tu gran corpachón llenaba todo el estudio. No quise descolgar tu blusón del clavo en la entrada; conserva aún la forma de tus brazos, la de uno de tus costados.

No he podido doblarlo ni quitarle el polvo por miedo a que no recupere su forma inicial y me quedo yo con un hilacho entre las manos.

Entonces sí, me sentaría a llorar.

La tela rugosa me acompaña, le hablo.

¡Cuántas mañanas he regresado al estudio y gritado! :

“ ¡Diego! ¡Diego!” como solía llamarte, simplemente porque desde la escalera atisbo ese saco colgado cerca de la puerta y pienso que estás sentado frente a la estufa o miras curioso por la ventana.

En la noche es cuando me desmorono, todo puedo inventarlo por la mañana  e incluso hacerles frente a los amigos que me encuentro en el atelier y me preguntan qué pasa contigo y a quienes no me atrevo a decir que no he recibido una línea tuya.

Contesto con evasivas, estás bien, trabajas, en realidad me averguenza no poder comunicarles nada.

Jacobsen quiere ir a México y te envió tres cables dirigidos al cuidado de la Universidad Nacional con la respuesta pagada y ninguno ha sido contestado.

Elie Faure estuvo un poco enfermo y se queja de tu silencio.

Todos preguntan por ti, bueno, al principio, ahora cada vez menos y esto es lo que me duele, querido Diego, su silencio aunado al tuyo, un silencio cómplice terrible, aún más evidente cuando nuestro único tema de conversación has sido siempre tú o la pintura o México.

Tratamos de hablar de otra cosa, veo cómo lo intentan y al rato se despiden y yo me voy metida de nuevo en mi esfera de silencio que eres tú, tú y el silencio, yo adentro del silencio, yo dentro de ti que eres la ausencia, camino por las calles dentro de la caparazón de tu silencio.

El otro día vi claramente a María Zetín y estoy segura de que ella me vio, sin embargo agachó la cabeza y pasó a un extremo de la acera para no saludarme.

Quizá es por Dieguito, quizá es porque me tiene lástima o quizá simplemente porque, llevaba prisa y yo me he vuelto susceptible hasta la exacerbación.

Ahora que ya no estás tú, pienso que nuestros amigos se han quedado a la expectativa.

Me tratan entre temps, mientras regreses y entre tanto no me buscan sino para que les dé noticias.

Yo acepto que no lo hagan por mí misma, después de todo, sin ti, soy bien poca cosa, mi valor lo determina el amor que me tengas y existo para los demás en la medida en que tú me quieras. Si dejas de hacerlo, ni yo ni los demás podremos quererme.

Te amo Diego, ahora mismo siento un dolor casi insoportable en el pecho.
En la calle, así me ha sucedido, me golpea tu recuerdo y ya no puedo caminar y algo me duele tanto que tengo que recargarme contra la pared.
El otro día un gendarme se acercó: “Madame, vous êtes malade? ”
Moví de un lado a otro la cabeza, iba a responderle que era el amor, ya lo ves, soy rusa, soy sentimental y soy mujer pero pensé que mi acento medelataría y los funcionarios franceses no quieren a los extranjeros.
Seguí adelante, todos los días sigo adelante, salgo de la cama y pienso que cada paso que doy me acerca a ti, que pronto pasarán los meses ¡ay cuántos! de tu instalación, que dentro de poco enviarás por mí para que esté siempre a tu lado.
Te cubre de besos tu,
Quiela»
«2 de diciembre de 1921
Ayer pasé la mañana en el Louvre, chatito, (me gusta mucho llamarte chatito, me hace pensar en tus padres, siento que soy de la familia) y estoy deslumbrada.
Cuando iba antes contigo, Diego, escuchaba admirativamente, compartía tu apasionamiento porque todo lo que viene de ti suscita mi entusiasmo, pero ayer fue distinto, sentí Diego y esto me dio una gran felicidad.
Al salir del Louvre me dirigí a la Galería Vollard a ver los Cezanne y permanecí tres horas en su contemplación.
Monsieur Vollard  me dijo: “Je vous laisse seule” y se lo agradecí.
Lloré mientras veía los cuadros, lloré también por estar sola, lloré por tí y por mí, pero me alivió llorar porque comprender, finalmente es un embelesamiento y me estaba proporcionando una de las grandes alegrías de mi vida.
Al llegar a la casa me puse a pintar, estaba carburada y hoy amanecí con la cabeza caliente y me senté frente a tu caballete, bajé la tela que dejaste a la mitad -perdóname chatito, luego volveré a ponerla- y tomé una blanca y comencé.
Es imposible no llegar a tener talento cuando se tiene revelaciones como la que experimenté ayer.
Pinté con ahinco una cabeza de mujer que sorprendí en la calle ayer de regreso del Louvre, una mujer con ojos admirables, y, ahora que se ha ido la luz te escribo mi conmoción y mi alegría.
Por primera vez a lo largo de estos cuatro largos años siento que no estás lejos, estoy llena de ti, es decir de pintura.
Dentro de algunos días pienso ir al Louvre de nuevo; veré otra sala, la de los flamencos que a ti tanto te atraen; los veré contigo, asida de tu mano y volveré también a la galería de los Cezanne.
El dueño fue muy amable y comprensivo conmigo y esto le dio alas a mi corazón.
Siento que he vuelto a nacer, tantos años de entregarme a la pintura, tantas academias, tantas horas en el taller, tanto ir y venir contigo y sólo ayer tuve la revelación.
Te escribo todavía con el temblor de la emoción, chatito adorado, y espero que al tomar esta hoja blanca percibas esta vibración entre tus dedos  y me veas conmocionada y agradecida y como siempre tuya,
Quiela «
«17 de diciembre de 1921
No te escribí durante más de quince días, Diego, porque he estado enferma.
A consecuencia de mi visita al Louvre, en medio de la mayor exaltación me puse a manchar una tela, agitada y con dolor de cabeza.
Desatendiendo la tela, al poco rato tomé un lápiz y deseché un boceto tras otro y como se me había acabado el papel recogí las hojas para dibujar tras de ellas, nada me satisfizo.
Me levanté a las cuatro de la mañana como tú lo hacías y traté de organizar la composición y seguí haciéndolo todo el día, luché como no te imaginas, ni siquiera me levanté para cocinarme algo y recordé nuestros caldos de huesos y unas cuantas legumbres,“pucheros” los llamabas, sonreí para mí misma al pensar que ojalá y hubiera una Angelina que cuidara de mí y me rogara interrumpir tan sólo un momento para comer un poco y continué hasta la noche convulsivamente, empezando una y otra vez.
Pensé que tu espíritu se había posesionado de mí, que eras tú y no yo el que estaba dentro de mí, que este deseo febril de pintar provenía de ti y no quise perder un segundo de tu posesión.
Me volví hasta gorda Diego, me desbordaba, no cabía en el estudio, era alta como tú, combatía en contra de los espíritus -tú me dijiste alguna vez que tenías tratos con el diablo- y lo recordé en esos momentos porque mi caja toráxica se expandió a tal grado que  los pechos se me hincharon, los cachetes, la papada; era yo una sola llanta, busqué un espejo y en efecto, allí estaba mi cara abotagada y ancha, palpitante como si la soplaran con un fuelle desde adentro ¡cómo me latían las sienes!¡Y los ojos! ¡qué enrojecidos!
Sólo entonces me toqué la frente y me dí cuenta que tenía fiebre ¡bendita fiebre! había que aprovecharla, vivir esta hora hasta el fondo, te sentía sobre de mí, Diego, eran tus manos y no las mías las que se movían.
Después no supe lo que pasó.
Debo haber perdido el conocimiento porque amanecí tirada junto al caballete con un frío atroz.
La ventana estaba abierta.
Seguramente la abrí en la noche como tú solías hacerlo cuando sentías que tu cuerpo se agigantaba hasta cubrir paredes, rincones, abarcaba una mayor extensión sobre la tierra, iba más allá de sus límites, los rompía.
Naturalmente pesqué una angina de pecho y si no es por la solicitud de la  concierge, sus bouillons de poule diarios, ahora mismo estarías despidiendote de tu Quiela.
Me he debilitado mucho, no he salido y salvo Zadkin que vino a preguntar una tarde si tenía yo noticias tuyas, mi contacto con el mundo exterior es nulo.
Mi mayor alegría sería ver entre mi escasa correspondencia una carta con un timbre de México pero éste sería un milagro y tú no crees en los milagros.
He estado muy excitada; la pintura es el tema central de mis meditaciones.
Hace ya muchos años que pinto; asombraba yo a los profesores en la Academia Imperial de Bellas Artes de San Petersburgo, decían que estaba yo muy por encima de la moyenne, que debería continuar en París, y creí en mis disposiciones extraordinarias.
Pensaba: todavía soy una extranjera en el país de la pintura pero puedo algún día tomar residencia. Cuando gané la beca para ir a la Academia Imperial de San Petersburgo ¡ay Diego, entonces pensé que yo tenía en mí algo maravilloso, algo que a toda costa, tendría que proteger y salvaguardar!
Mi meta final sería Paris, l’Academie des Beaux Arts,  Ahora sé que se necesita otra cosa.
Darme cuenta de ello, Diego, ha sido un mazazo en la cabeza y no puedo tocarlo con el pensamiento sin que me duela horriblemente.
Claro, prometo, prometo pero ¿prometo desde hace cuánto?
Soy todavía una promesa.
A veces me consuela tu propio sufrimiento a la hora de la creación y pienso: “Si para él era tan duro, cuantimás yo” pero el consuelo dura poco porque sé que tú eres ya un gran pintor y llegarás a serlo extraordinario, y yo tengo la absoluta conciencia de que no llegaré mucho más lejos de lo que soy.
Necesitaría mucha libertad de espíritu, mucha tranquilidad para iniciar la obra maestra y tu recuerdo me atenaza constantemente además de los problemas que te sabes de memoria y no enumero para no aburrirte; nuestra pobreza, el frío, la soledad.
Podrías decirme como lo has hecho antes, que cualquiera envidiaría mi soledad, que tengo todo el tiempo del mundo para planear y llevar a cabo una buena obra pero en estos días me he removido en mi cama torturada por el recuerdo de la muerte de mi hijo (y no envuelta como tú por las llamaradas del fuego sagrado).
Sé que tú no piensas ya en Dieguito; cortaste sanamente, la rama reverdece, tú mundo es otro, y mi mundo es el de mi hijo.
Lo busco, chatito, físicamente me hace falta.
Si el estuviera vivo, si compartiera conmigo este estudio, tendría que levantarme por más mal que me sintiera, atenderlo, darle de comer, cambiarlo y el solo hecho de hacerle falta a alguien me aliviaría.
Pero ahora él está muerto y yo no le haga falta a nadie.
Tú me has olvidado allá en tu México que tanto deseé conocer, nos separa el Atlántico, aquí el cielo es grís y allá en tu país siempre azul y yo me debato sola sin tener siquiera el consuelo de haber trazado en estos días, una línea que valga la pena.
Se despide de tí y te besa tristemente,
Tu Quiela»
-Elena Poniatowska (de «Querido Diego, te abraza Quiela». México, 1978)
Elena Poniatowska Amor es una escritora, activista y periodista mexicana cuya obra literaria ha sido distinguida con numerosos galardones, entre ellos el Premio Cervantes 2013
Octubre de 1921. Angelina Beloff, pintora rusa exiliada en París, envía una carta tras otra a su amado Diego Rivera, su compañero desde hace diez años, que la ha dejado abandonada y se ha marchado a México sin ella. Angelina, a quien Diego se dirige con el diminutivo de Quiela, fue la primera esposa del muralista mexicano y una excelente pintora, eclipsada por el genio de su marido. Su relación, marcada por la pobreza y por la tiranía de Rivera, fue tormentosa, y la adoración de Quiela, incondicional.
Brutal, ególatra, irresistible, Rivera se nos dibuja como un monstruo que hace su voluntad en el arte y el amor.
«Ella me dio todo lo que una mujer puede dar a un hombre» diría Rivera.
«En cambio, recibió de mí todo el dolor en el corazón y la miseria que un hombre puede causarle a una mujer.»

La amante olvidada de Diego Rivera que era mejor artista que Frida Kahlo

Los muralistas mexicanos fueron uno de los primeros grupos que implementaron el acrílico como técnica pictórica. Ese material fue comercializado con fines artísticos a comienzos del siglo XX y a diferencia del óleo, permite crear obras con colores más vivos. Lo que aún causa desconcierto sobre este material, es la duración de los colores y resistencia del tiempo de los cuadros que son realizados con este .

Puede que los lienzos al óleo resistirán más que los trazos en murales; es algo que sólo en algunos cientos de años se sabrá. Lo que sí resistirá serán las palabras. Escribimos para recordar, como sentenció en la primera línea de sus memorias Angelina Beloff (1879-1969).

El amor es más tenaz que la memoria.

Eran los años 20 y antes de su triunfal regreso a la academia de pintura mexicana, Diego Rivera (1886-1957) se enamoró de una pintora rusa que había sido alumna de Henri Matisse, para quien también traducía tratados de pintura al francés.

En 1909, ella tenía 29 y él 23. Estaban en Brujas cuando fueron presentados por una de sus amigas en común. Diego Rivera no hablaba francés y Angelina Beloff entendía poco el español, aún así comenzaron a verse, y junto a algunos amigos, recorrieron parte de Europa estudiando y ensayando obras. Al regresar a París, comenzaron la relación formal.

Beloff escribió en sus memorias, refiriéndose a Rivera: “En aquel entonces era un pobre estudiante de 23 años que no sabía mucho del mundo de
París, pero yo ya empezaba a amarlo en serio”.

Comenzaron a trabajar y pintar juntos; actualmente se expone en el Museo de Arte Moderno de México, un retrato de la rusa hecho por Diego Rivera.

“Cuando nos reuníamos hablábamos de nuestro porvenir, del matrimonio. Diego argüía que sentía temor, en caso de que nos casáramos, de que por falta de trabajo tuviéramos que vernos obligados a vivir en un taller, y que si tuviéramos un hijo tendríamos que tener los pañales dentro”.

Aunque el trabajo de Diego Rivera destacó más que el de ningún otro artista mexicano de la época, el de Beloff, igual que el de muchas de las compañeras de los grandes pintores, quedó en el olvido. La rusa sobrepuso la obra artística de Diego a la suya, por lo que su obra no es tan reconocida en México, ni Rusia, ni el resto del mundo.

En 1910, Diego Rivera regresó a México durante un año y al volver a París, se casaron y comenzaron a vivir juntos en diferentes países europeos. Juntos se unieron al cubismo de Picasso, quien los visitaba de vez en cuando en su pequeño departamento.

En 1914, Angelina comenzó una relación amistosa con el escritor y político Alfonso Reyes, que años más tarde sería la persona que posibilitaría su traslado para vivir en México, en 1932; aceptando el puesto de maestra de artes plásticas en escuelas oficiales de la que es parte hasta el años de 1945.

Su trabajo no sólo se basó en el óleo, Angelina realizaba acuarelas y serigrafia para componer bodegones, autorretratos y paisajes. Buscando a través de su obra la reflexión y observación paciente del mundo.

Diariamente, Angelina realizó cuadros para representar el México urbano, los edificios modernos y las olvidadas montañas de las zonas aún rurales. Creó personajes como “la muñeca pastillita” para los niños de este país e incursionó en el teatro guiñol.

Sin embargo, muchos inviernos antes de venir a México, en el crudo frío parisino de 1917, murió de una bronquitis, que después se volvió bronconeumonía, Miguel Ángel, el bebé de Angelina y Diego. Había nacido en el verano de agosto de 1916. Este hecho lo cambió todo ya que el futuro muralista se fue separando de su mujer, abandonó el cubismo y ella se fue sumergiendo en sí misma.

En agosto de 1921, Rivera rompe su vida en París, y decide regresar a México, donde realiza su primer mural al siguiente año.

Del amor que los unió sólo queda registro por las memorias de Angelina Beloff y el entusiasmo de Poniatowska al escribir “Querido Diego, te abraza Quiela”.

Fuente: Proceso

Angelina_Beloff,_1917

Angelina Beloff, 1917

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Diego Riveras -Retrato de Angelina-Beloff

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Obra de Angelina Beloff

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