Arte: Sonja Wimmer

Se dice a menudo que Miguel Ángel aseguraba que dentro de cada bloque de mármol habita una bella escultura, y sólo se precisa eliminar el material sobrante para que se revele el arte en su interior.

Si pudiéramos aplicar este concepto visionario a la educación, sería del todo inútil comparar a un estudiante con otro.
En su lugar, centraríamos toda la energía en deshacernos de los fragmentos sobrantes para eliminar aquellos aspectos que impidieran el desarrollo del estudiante, su capacidad de expresión y su pericia.

A esta pauta la llamamos «poner una “A”».

Es una forma atractiva y vital de acercarse a los demás, con la promesa de transformación mutua.

Es también un cambio de actitud que permite hablar libremente acerca de los pensamientos y sentimientos que alberga en su interior y, al mismo tiempo, apoyar al prójimo para propiciar la realización de sus sueños.
«Poner una “A”» quiere decir aprender a trasladar nuestra relación con el mundo de las medidas al universo de lo posible.
Se puede recibir una «A» en cualquier situación y en cualquier ámbito.
En efecto, podemos «ponérsela» al camarero, al jefe, a la suegra, al contrincante y a los que conducen a nuestro lado por cualquier carretera.
Cuando usted «pone una “A”», se da cuenta de que no está hablando con la gente desde una posición comparativa, sino desde el respeto que les deja espacio para comprenderla y comprenderse.

Su mirada está puesta en la estatua que hay en ese bloque de mármol, en la masa de piedra por tallar.

Esa «A» no es la expectativa de alcanzar nada, sino de profundizar en algo.

Futuros prometedores
Treinta alumnos de posgrado están reunidos en el conservatorio de Nueva Inglaterra para recibir su primera clase del curso.
Es un viernes por la tarde del mes de septiembre.
Todos tocan algún instrumento, saben cantar y están a punto de dar comienzo a una aventura personal que durará dos semestres.
El objetivo es que se sumerjan de lleno en el arte de la ejecución musical, incluyendo los factores psicológicos y emocionales que pueden entorpecer su desarrollo y crecimiento como músicos.

Mi promesa a todos los allí presentes consiste en que, siempre que asistan regularmente a mis clases y se empleen a fondo para comprender y hacer suyos los matices que forman parte del curso, se producirá un notable cambio tanto en sus vidas como en su forma de interpretar música.
Pero después de veinticinco años como profesor de música, cada año seguía tropezando con los mismos obstáculos.
Clase tras clase, los alumnos entraban en tal estado de ansiedad crónica acerca de la evaluación de su trabajo, que se negaban a asumir cualquier riesgo al tocar.

Una noche rogué a Roz que me ayudara a reflexionar, para ver si entre los dos lográbamos dar con un método que disipara el temor de mis pupilos al fracaso.

¿Qué sucedería si les diera a todos una «A» desde el principio?

Convinimos con Roz que abolir todas las notas no sería una buena solución, aun en el caso improbable de que el conservatorio aceptara la propuesta.
Los alumnos se sentirían defraudados, pues ello les privaría de la ocasión de destacar e igualmente seguirían preocupados por su lugar en la clasificación académica.
Decidimos darles a todos la única nota que les tranquilizase desde el principio, no como una herramienta de evaluación,sino como instrumento para abrirles las puertas del universo de lo posible.

«Todos los alumnos de esta clase recibirán una “A” durante el curso», les anuncié.

«No obstante, existe un solo requisito que deben cumplir para merecer esta nota: en algún momento durante las dos próximas semanas,cada uno de ustedes me escribirá una carta, fechada en mayo próximo, con la cabecera siguiente: “Apreciado señor Zander: he conseguido una A‟ porque…” y en esa carta me explicarán tan detalladamente como les sea posible lo que se habrá producido de aquí a mayo, el suceso que les hará merecedores de esta nota fuera de lo común.»

Al escribir sus cartas, les dije, debían proyectarse en el futuro, mirando al pasado de forma retroactiva, y detallar todo lo que creían haber aprendido durante ese período de tiempo; asimismo, tendrían que indicar qué progresos creían haber hecho.
No estaban permitidas las frases encabezadas con un «confío» o «espero» o «haré».
Es posible mencionar hitos alcanzados, objetivos cumplidos o concursos ganados.

Pero les reiteré que sobre todo estaba interesado por la persona que iban a ser el siguiente mes de mayo.

Me interesaba principalmente su actitud, sus sentimientos y el punto de vista de una persona que ha hecho o se ha convertido en todo aquello que deseaba.
Estaban autorizados, les dije, a enamorarse apasionadamente de aquella persona que iban a describir.

Un joven alumno que estaba aprendiendo a tocar el trombón y que se tomó mis palabras muy en serio, descubrió el poeta que llevaba dentro y me escribió la carta que sigue a continuación:

«Jueves noche, 15 de mayo
Apreciado señor Z.:
Hoy el mundo sabe quién soy.

Aquel empuje de energía, aquella intensa emoción que usted descubrió latente en mi interior y que, por desgracia, se resistía a aflorar tanto en mi música como en mis conversaciones, se ha desatado justamente esta noche en el transcurso de una composición nueva, escrita para mí. (…)

Cuando se ha terminado el concierto, en la sala se ha producido un terrible silencio; nadie se movía.

Una calma desbordante.

Se han oído suspiros, y luego unos aplausos atronadores que han acallado los latidos de mi corazón.

Es posible que haya hecho una reverencia pero no lo recuerdo.

Mi ovación ha sido tan larga, que he pensado en hacer mi debut completo y por eso estoy celebrando la caída de la máscara y piel que había creado, en las que ocultarme, tras las que improvisaba mi propia melodía y bises solitarios.
Y no recuerdo aquello, ni tampoco la técnica empleada, pretensión, tradición, oficio, historia… ni siquiera la audiencia.
Lo que salió de mi trombón, creo firmemente, fue mi propia voz.
Risas, sonrisas, una mueca y lágrimas.
El espíritu de Tucker cantó.»

-Tucker Dulin

Otra de las cartas «A» la escribió una joven coreana estudiante de flauta, la cual participó plenamente en la propuesta y supo captar a la perfección su espíritu juguetón aunque, al mismo tiempo, escribió un texto muy reflexivo acerca de los contratiempos que acechan a los músicos en la cultura de la competición y de las medidas:

«Mayo próximo
Mi muy apreciado profesor Zander:
He recibido una «A» porque he trabajado mucho y he pensado mucho sobre mí misma al asistir a sus clases y el resultado es totalmente asombroso.

Me he convertido en una persona nueva.

Solía tener una actitud muy negativa ante casi todo, incluso antes de intentarlo.

Ahora me siento una persona más feliz.

Hace un año, aproximadamente, era incapaz de aceptar mis fallos y, cuando inevitablemente cometía un error, siempre me sentía culpable.

Pero hora disfruto con los errores, porque así aprendo más.

Hay más profundidad en la música que ahora toco.

Antes sólo eran notas, pero he descubierto que existe un significado real en cada pieza, y mi música tiene más imaginación.

También he descubierto mi propio valor.

Comprendo que soy especial, puedo hacerlo todo porque creo en mí.

Muchas gracias por sus clases y conferencias porque me han ayudado a entender que soy importante y a comprender la razón de que quiera ser músico. Gracias.»

En esta carta vemos que la joven intérprete está concentrada en la persona que desea ser, y momentáneamente acalla la vocecita interior que le repetía que estaba destinada al fracaso.

Esther emerge como la bella estatua en el interior del bloque de mármol de Miguel Ángel.

La persona a quien doy clases cada viernes por la tarde es la misma que se describe en la carta.

La alumna revela su ser real y verdadero y sabe identificar esa piedra sobrante que bloquea su expresión. Nuestra misión en las clases es eliminar este material superfluo que la separan del mundo exterior:

«Mayo siguiente
Querido señor Zander:
Me han puesto una «A» porque tuve el valor de examinar mis temores y me di cuenta de que no tienen lugar en mi existencia.
He pasado de ser una persona que temía el fracaso, porque no quería que nadie se percatara de sus errores, a alguien que ahora sabe que debe hacer una contribución al mundo en el que vive. (…) tanto en lo que se refiere a la música como en mi vida personal.
Toda la inseguridad y falta de confianza que sentía han desaparecido.

Tampoco creo que ya sólo exista como un reflejo en el ojo del otro, ni que mi objetivo en la vida sea complacer a los demás. (…) Ahora comprendo que intentar y conseguir son una misma cosa cuando uno toma sus propias decisiones.

Soy dueña de mí misma.

He descubierto en mi interior el deseo de hacer partícipe a otros de mi música, un deseo más fuerte que los temores que tenía acerca de mis aptitudes.

He pasado de desear el anonimato y la mediocridad a aceptar la alegría que proviene de saber que mi
música puede cambiar el mundo.»

-Giselle Hillyer

No es de extrañar que acuda a dar mis clases con tanto entusiasmo, puesto que todos son alumnos con notas «A», ¡y además no siempre pasa uno toda la tarde rodeado de notables profesionales de la música!

Creo que casi todos comparten mi pasión y no pocos me han confesado que cuando van por el pasillo camino del aula donde nos reunimos cada viernes, sienten que los nubarrones de su angustia se disipan y dan paso a la alegre academia de música que formamos:

«Ben, cuando asisto a sus clases siento que me invade la alegría y a medida que me acerco al aula, por los pasillos, crece mi felicidad y mi entusiasmo.»

-Carina

Los profesionales de la música nos empeñamos en enseñar a nuestros alumnos con el máximo esmero. Desde su infancia les instamos a que lleguen a unos niveles de técnica extraordinaria, a que se acostumbren a las repeticiones y comprendan el valor de la actuación.

Les apoyamos para que su ánimo no decaiga e incluso para que, en verano, se matriculen en cursos especializados, para que viajen y adquieran experiencia de primera mano, conozcan otras culturas… Y después, estos jóvenes se ven catapultados a un infierno de supervivencia, de «sálvese quien pueda», de
conductas bajas y rastreras y llenas de envidia.

Ante este panorama, ¿cómo se puede esperar que nuestros pupilos compongan grandes obras de arte musical, que derrochen nobleza, generosidad, reverencia, sensibilidad y amor?

El gran Gaspar Cassadó fue mi maestro de violoncelo y solía decirnos:

«Me dais lástima, vuestras vidas han sido tan fáciles… Sólo podréis tocar bien cuando os destrocen el corazón…».


«Apreciado señor Zander:
He conseguido una «A» porque me he convertido en un gran jardinero, y soy capaz de construir mi propio jardín de la vida.
Hasta el año pasado tenía miedo, lo criticaba todo, era negativo, estaba perdido, solo, sin energía, sin amor, sin alma, sin esperanza, sin emoción, decaído… no parecía que hubiera luz al final del túnel.

Pero todo aquello que creía que me hacía tan infeliz es lo que me ha convertido en la persona que soy.

Me quiero, y ello me hace amar la música, a la gente y a mi trabajo e incluso a mis defectos.

Amo las rosas de mi jardín aunque no hayan florecido, e incluso las malas hierbas que brotan aquí y allá.

No puedo esperar hasta mañana porque estoy enamorado del ahora, del trabajo duro y de la recompensa.

¿Qué más se puede pedir?
Sinceramente, «

-Soyan Kim

-Benjamin Zander

Arte: Toshio Ebine

4 Replies to “.el arte de lo posible”

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: