Arte:Chamo San

“Quizás exista una nostalgia del alma,
la certeza inexplicable de provenir,
de haber arribado a una vida,

de no ser de aquí,
de no ser del tiempo ni del espacio.
.
No es nostalgia de un lugar
ni de afectos perdidos.
No es lamento.
Se trata de una verdad y de una amnesia,
de un estado de existencia sin ilusiones
y que promueve, no obstante,
una acción incomprensible:
darse a una forma humana.

.
La decisión (si es una decisión) no surge de consulta.
El gesto no tuvo opción.
Es simple hecho.

.
El sentido de ese arrojo
no puede prescindir de la especulación,
obliga a misterio.
Quien lo habita no decide su origen ni su posteridad.
Fuera de dramatismo,
conmueve con sabia mansedumbre,
con la serenidad de quien no se ve sorprendido.
Algo en nosotros ya lo sabe,
en el corazón del silencio,
en el elocuente cese
de la ignorancia y la palabra. “

/

“Todos somos sobrevivientes.
Todos podríamos haber muerto.
Todos despertamos de alguna pesadilla.
Todos hemos emergido desde escombros.
Todos hemos vuelto a respirar.
Todos somos refugiados con esperanza de vida, a la espera de alcanzar

(o que nos adjudiquen)

una tierra prometida.

Todos hemos lavado el rostro luego del llanto.
Todos quedamos con vida luego de un reto de la muerte.

Nuestro nacimiento, el primero de ellos.
¿Por qué estamos con vida? O, mejor aún, para que nacimos?,

¿Cuál es el sentido de permanecer vivos?
Dado que nadie sabe morir, de qué modo honrar esa vida que

(nuestra mera existencia es su testimonio)

hemos merecido?
Al fin y al cabo, no parece tan cierto que

 “con mi balsa yo me iré a naufragar”

(o quizás apenas sea una bella imagen libertaria de nuestra adolescencia).
Náufragos, remamos a la espera de orillas amables en las que cese nuestra
intemperie, y la angustia de la carencia dé paso a abrazos de abundancia,

o al desierto de incertidumbres se convierta en jardín de verdades seguras.
No buscamos naufragar:

nos descubrimos náufragos anhelando costas de calma.
No huimos de nuestros victimarios en búsqueda de libertad, sino que,

como apiñados balseros arrojados a altamar,

buscamos sentido escapando de la muerte y el dolor.
Ya no resulta suficiente revelarnos a las injustas autoridades del mundo,
sino sobrevivir al espanto inevitable en nuestra alma

animados en un para qué.
Sobrevivientes del horror, nos devolvemos a la vida expuestos a un sentido.
Depositar ese sentido en un objeto (u objetivo) es propiciar cataclismos,
anuncia el fatal naufragio de tener como meta el horizonte:

 el sentido siempre está más allá del que creíamos.
Y allí somos desafiados por la paradójica creatividad del doble vinculo”:

no podemos eludir ser convocados por un sentido que no podemos alcanzar.
A pesar de todas las tormentas, la vida insiste en que seamos dignas de ella.

Y cuando creíamos caer, nos descubrimos de pie.
Otra vez erguidos.
Respondiendo, contundentes, a la más tibia insinuación de que

vale la pena.
El valor de la pena.
La riqueza del dolor.
El único combustible para nuestra persistencia es el amor
Que es lo mismo que descubrirse con otros.
El dolor activa el talento curativo propio de la misma psiquis que lo padece.
El amor, de la pesadilla del apego.
La maravilla, desde lo siniestro.
No hay nada que hacer:

como ya sabían en Babilonia,

Sagitario brota de Escorpio…”

-Alejandro Lodi (de “Quiron y el Don de la herida”)

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