.nahui Olin, la sensualidad volcánica mexicana que murió de amor

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Carmen Mondragón

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Carmen Mondragón

«En la década de los años veinte fueron múltiples voces las que se expresaron y dieron esplendor a la cultura nacional: Vasconcelos, Diego Rivera, Frida Khalo, Antonieta Rivas Mercado, Tina Modotti, María Izquierdo, Orozco, etc. Una de esas voces fue motivo de escándalo y admiración, de amor y olvido.

En los años sesentas, en la ciudad de México, deambulaba por la Alameda, en los alrededores del Palacio de Bellas Artes y del viejo edificio del Palacio Postal una mujer madura, vestida estrafalariamente, hablándole en francés a numerosos gatos que la seguían o deteniendo a algún joven para ofrecer unas viejas fotografías que mostraban la belleza esplendorosa de una mujer desnuda.
Detrás de los pasos de la mujer haraposa, se extendían también ciertos rumores que hablaban de su locura; de que dormía cobijada con la piel de sus queridos gatos muertos, que la oían decir que era la dueña del sol y que cada mañana lo hacia salir con su mirada y al anochecer lo devolvía al ocaso; que era “el fantasma del correo” o una decadente prostituta orgullosa de lo que fue su cuerpo. Pocos sabían que detrás de esa imagen había una apasionada historia de amor y pasión, atisbándose en algún detalle de los murales de grandes artistas o escrita en alguna pared del exconvento de la Merced del centro de la ciudad.

Esa mujer decrepita y cansada era Carmen Mondragón.

Las fotografías que ofrecía eran de ella, de quien fuera, en los años veinte, la mujer más bella de México. Era Nahui Olin la artista de una vida intensa y sensual como la mirada de sus ojos verdes.

Gracias a los trabajos de investigación y rescate cultural de Tomás Zurián, Elena Poniatowska, Adriana Malvido y Pino Cacucci, en las últimas décadas, ha sido revalorado el trabajo literario y pictórico de Nahui Olin, incorporando su nombre al de figuras reconocidas de aquella época en la cultura mexicana.

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Malgré Tout

Carmen Mondragón nació el 8 de julio de 1893 en la capital del país, en el seno de una familia acaudalada del Porfiriato por lo que tuvo la oportunidad de vivir en Francia y donde transcurrieron sus primeros años y estudios.
Sus padres fueron Mercedes Valseca, y Manuel Mondragón, importante militar diseñador de artillería, quien por su colaboración con el usurpador Victoriano Huerta y participación en la Decena Trágica fue desterrado.

Al regresar a México la familia Mondragón vivió en Tacubaya y la adolescente ingresó al Colegio Francés de San Cosme, institución que dirigía Madame Marie Louise Cresence. Allí escribió varios textos, recopilados posteriormente en el libro A los diez años, en mi pupitre.(1923).
La joven Carmen al cumplir veinte años se enamoró del cadete Manuel Rodríguez Lozano con quien contrajo matrimonio El país vivía la lucha revolucionaria y la pareja decidió partir a Europa. Se instalaron primero en París, donde se relacionaron con personajes importantes de la cultura como Picasso y Diego Rivera.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Manuel Rodríguez Lozano dejó su carrera militar para dedicarse a la pintura, logrando destacar en esa disciplina. La relación de la pareja comenzó a deteriorarse aunado a perversos rumores en ese periodo de la vida de Carmen; uno de ello expresaba que la joven resultó embarazada, y el niño murió a los pocos días, el propio Rodríguez Lozano afirmó que fue ella quien lo asfixió en un momento de locura.
Esta estancia en Europa sirve a Carmen para proyectar sus inquietudes artísticas y habrá de manifestarse la personalidad que habría de distinguirla al romper con ciertas normas sociales de la época y desafiar con su pensamiento feminista.

Al regresar a México la relación del matrimonio es ya insostenible por varias causas, una de ellas es por Rodríguez Lozano y su aprendiz de pintor Abraham Ángel.

Por cartas escritas del propio Manuel a Antonieta Rivas Mercado, se menciona un idilio sentimental que termina en tragedia: Abraham Ángel se suicida con una sobredosis de heroína

Fue en 1921 cuando Carmen Mondragón conoció, en una fiesta, al pintor y vulcanólogo Gerardo Murillo, llamado el Doctor Atl, quien con el apoyo de Vasconcelos vivió en el exconvento de la Merced, por defender este espacio de gran lujo y riqueza cultural, y cuya terraza fue adaptada como estudio y vivienda.

De ese encuentro él escribió:

“Entre el vaivén de la multitud que llenaba los salones se abrió ante mí un abismo verde como el mar, profundo como el mar: los ojos de una mujer. Yo caí en ese abismo instantáneamente”.

Poco tiempo después Carmen decide divorciarse de Rodríguez Lozano, provocando el escándalo por ser un hecho poco común y comienza una relación impetuosa con el Dr. Atl quien a partir de ese momento la llama “Nahui Olin”, término náhuatl que significa “cuarto movimiento” y está relacionado con los ciclos vitales del Sol y el universo: “Las palabras más cercanas para nombrarme son Nahui Olin –escribió ella misma en 1927-. Nombre cosmogónico, la fuerza, el poder de movimiento que irradia luz. En azteca, el poder que tiene el Sol de mover el conjunto que abarca sus sistema.

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De esa relación desinhibida y violenta, que se mantuvo por casi cinco años que dan cuenta cientos de cartas escritas por ella y varias obras que la retratan firmadas por él.

Nahui enamorada expresó entre otras líneas:

“Se que mi belleza es superior a todas las bellezas que pudieras encontrar. Tus sentimientos de estelas los arrastró la belleza de mi cuerpo, el esplendor de mis ojos, la cadencia de mi ritmo al andar, el oro de mi cabellera, la furia de mi sexo y ninguna otra belleza podría alejarte de mí»

Durante estos años emerge la mujer, la artista, la amante y se observa su momento de mayor producción en la poesía y pintura. Su pintura la identifican con una corriente “Naif”, caracterizada por recrear escenas de la vida cotidiana de lo social y cultural del México en aquel entonces pleno de múltiples personajes y escenarios como azoteas, parques, mercados y pulquerías.

Su poesía rompe con formalidades y además de un aire vanguardista, se advierte una inocencia erótica. Óptica cerebral. Poemas dinámicos (México Moderno, 1922), Calinement. Je suis dedans (Librería Guillot, 1923), Nahui Olin. A dix ans sur mon pupitre (Cvltvra, 1924), Nahui Olin (Imprenta Moderna, 1927), Energía cósmica (Botas, 1937.

En 1927 escandalizó México con una muestra de sus desnudos para el fotógrafo Antonio Garduño, causando gran escándalo por mostrar decenas de imágenes en las que aparecía completamente desnuda, en poses voluptuosas que fueron calificadas por algunos de “perversas”.

También posó para el gran retratista norteamericano Edward Weston, pareja de Tina Modotti, Como modelo de Diego Rivera aparece en su mural “la Creación” como la Poesía Erótica, en San Indelfonso.

Ya separada de su tormentosa unión con el Dr. Atl, quien dijo en alguna ocasión que la vida le había regalado dos volcanes: Nahui Olin y El Paricutin, tiene otras relaciones sentimentales: con el pintor y caricaturista Matías Santoyo y después se enamoró del capitán, Eugenio Agacino, el cual durante un viaje, en 1934,, se intoxicó y falleció en Cuba.

Es con este acontecimiento cuando se enfatiza una etapa de desequilibrio en Nahui; inexplicablemente pasaba días frente al muelle de Veracruz esperando el regreso de su amado, tanto que se le conocía como “la loca del muelle”. Los escritores List Arzubide y Carlos Pellicer logran trasladarla a la ciudad de México pese a su renuente regreso.

Crepúsculo

Luego de la muerte de su último amor.

Nahui optó por la soledad que, al mismo tiempo, le permitió dedicarse a la escritura y la pintura, donde el erotismo y la sexualidad se manifiestan recurrentemente, lo mismo que el autoelogio y el recuerdo de sus amores.

En 1945 Nahui Olín, expone cuatro pinturas en una exposición colectiva en Bellas Artes, junto con otros pintores como José Clemente Orozco y Pablo O´Higgins. Después de esta exposición Nahui enfatiza su silencio.

Los últimos años de su vida los pasó en la casa de la calle que heredara de sus padres, acompañada tan sólo por sus gatos

Nunca pudo olvidar a Eugenio: colgó en su casa una sábana donde había pintado a su amado capitán y dormía abrazada a ella. Fue maestra de pintura en una escuela primaria y sostenida por una beca que le proporcionaba Bellas Artes Los días de quincena compraba carne para el tumulto de gatos que vivían con ella y, despilfarraba el resto en el “Casino Español”. El silencio, la vejez, la insólita realidad, y la soledad estuvieron presentes el día de su muerte, el 23 de enero de 1978 a los ochenta y cinco años.

Destellos

Pino Cauccuci, en su libro Nahui (2008), describe un dialogo con el joven poeta Ardijis: “Mientras atraviesan los jardines de la Alameda , pasan junto a una estatua que representa a una muchacha desnuda recogida en si misma.

Nahui la señala con con un movimiento de la barbilla: -¿Sabes cómo se llama? Malgré tout. Porque el artista la modelo con el único brazo que le había quedado y, Malgré tout, la hizo muy bella. Yo a él lo conocía”

Tomás Zurian, quien realizó una investigación de doce años sobre la vida y obra de Nahui Olin, expresó: “Se la puede abordar desde los más diferentes ángulos y todos resultan fascinantes: la época, la obra, su carácter rebelde, el estallido de la pasión por Atl, comparable a Romeo y Julieta, Eloísa y Abelardo, Henry y June.

Ella entiende, aporta y nutre a su época de un sentido de libertad entonces inconcebible. Es una verdadera feminista.

Sabe, porque ha viajado, que la mujer juega un papel importante en la cultura, y no como compañera o apoyo de un hombre sino con potencial propio.

Agrega el investigador que su pintura es una biografía permanente, porque salvo los elementos cotidianos que contiene y la revalorización del indigenismo que intenta, la mayoría de sus pinturas son una representación de ella y sus circunstancias, un eterno autorretrato, producto de una necesidad interna y profunda por afirmar los valores que la sociedad no ve.

En páginas del libro de Adriana Malvido se rescata el recuerdo del escritor Andrés Henestrosa:

“Nahui era de esas personas, como Frida, que se desconocen, que no se encuentran, que no saben quiénes son, que se fotografían y autorretratan para verse a sí mismas. Hizo su vida como le dio la gana. Yo le tenía miedo. Por su físico, sus tremendos ojos, su mirada. No era una persona normal. Era extrañísima”.

Cuando recorremos la Alameda y vemos la replica de la escultura de Malgré Tout o caminamos cerca del Palacio de Bellas Artes y las calles cercanas del exconvento de la Merced, en nuestra hermosa ciudad de México podemos recordar unas palabras de Elena Poniatowska

“De que Nahui Olin tenía el mar en los ojos no cabe la menor duda. El agua salada se movía dentro de las dos cuencas, y adquiría la placidez del lago o se encrespaba furiosa tormenta verde, ola inmensa, amenazante. Vivir con dos olas del mar dentro de la cabeza no ha de ser fácil”

ANTONIO ESQUIVEL RIVERA

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.nahui Ollin: La mujer del Sol.

«Caótica.

Colérica.

Enérgica.

Alucinante.

Bella.

Intempestiva.

Magistral.

Moderna.

Sensual.

Sexual.

Semi erótica.

Delicada.

Sin duda alguna Carmen Mondragón se ajusta a cada uno de los adjetivos utilizados en este párrafo, pero hay uno en particular que engloba todos: Musa.

Nahui Ollin con ese cuerpo salvaje lleno de pulsiones y fuerzas, que la quemaban desde las entrañas, con esos ojos que como bien describió Elena Poniatowska tenían el mar adentro, y sobre todo sus modos desenfadados, logró destacarse de las demás mujeres de su época (fue la primer mujer en México que usó la infame minifalda y se dice la primera niña de sociedad en divorciarse).

Su desenfado le ganó la atención del selecto círculo de intelectuales conocido como “Los Contemporáneos”, convivió también con Diego Rivera, para quien posó y se rumora fue este mismo personaje quien le presentó a Gerardo Murillo, mejor conocido como Dr. Atl. Murillo y Mondragón compartirían una visión del mundo un tanto caótica, dos temperamentos explosivos que se unirían para crearse y destruirse mutuamente, una y otra vez, tal cual como sucedía en la Leyenda del Quinto Sol (de aquí se desprende el sobrenombre de Carmen). Nahui inspiró a Atl, Atl inspiró a Nahui, ambos tomaron lo que pudieron del otro y tomaron rumbos separados.

La relación de Carmen Mondragón con Gerardo Murillo, no sólo los inspiró a ellos, sino que aquellos pertenecientes su círculo de amigos, se vieron tentados a reproducirles ya fuera en palabras o en imágenes, particularmente a ella.

Entre su fila de admiradores se encontraban: Tina Modotti, quien no se cansaba de alabar la belleza e ímpetu de Carmen; Edward Weston, quien le prometió hacerla una gran estrella en Hollywood; Matías Santoyo, su eterno enamorado y más fiel retratista; Antonio Garduño, quien en más de una ocasión retrató su cuerpo desnudo, por mencionar algunos.

Estos artistas se apropiaron de la imagen de Carmen, la hicieron suya a través de la cámara o del pincel, captaron lo que las palabras no son capaces de describir, pareciera como si la esencia misma del quinto sol fuese a desbordar de las reproducciones, la musa nos habla a través de las imágenes con su rostro, su cuerpo y un millón de afecciones que en ella se conjugan.

Pareciera que Nahui Ollin está en constante línea de fuga, casi como si intentara huir de un mundo tridimensional, para adentrarse en la bidimensionalidad de lo etéreo…»

Nahui Olin bajo la lente de Antonio Garduño

Pinturas….

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«Si la Ciudad de México pudiera simbolizarse en una mujer la elegida sería Carmen Mondragón (Nahui Ollin, 1893-1978). Carmen Mondragón en la casa de los espejos que multiplican sus imágenes al infinito, en los extremos del inmenso placer y el supremo dolor, en la contradicción insalvable entre la belleza sin límites y la fealdad esperpéntica, en el contraste entre lo más público y lo más misterioso, la intimidad secreta que ya nadie descifrará…»

(…)

«Para iniciar los años veinte mexicanos, el imperio de la juventud y el talento, la era de la revolución estética y sexual, la orgía perpetua y la danza que gira sobre los cadáveres acumulados por la primera Guerra y la lucha armada que no terminó aquí hasta 1929, Carmen Mondragón y Gerardo Murillo se unen en el fuego de una pasión que no es lugar común llamar volcánica si se trata de un hombre que consagró gran parte de su vida y su pintura a los volcanes.

Se adueñan del convento de La Merced, devastada joya entre muladares. Tan intensos como los actos sexuales son los pleitos y las escenas. Nahui es en boca de Atl el amor de su vida y al mismo tiempo mon dragon, “mi dragón”.

La niña inteligente y sensitiva que había sido Carmen se convierte bajo el estímulo de Atl en pintora y escritora. Sus poemas delirantes rompen con todo, constituyen verdadera antipoesía y deben formar parte del vanguardismo mexicano. P. R. Lopátegui pone ahora a nuestra disposición lo que nadie había visto en casi un siglo. Al mismo tiempo, otro enigma, Nahui Ollin insiste en estudiar taquigrafía y mecanografía como cualquier muchacha pobre de la época.

Elogio de la desnudez

Metafórica o literalmente, Nahui Ollin está siempre desnuda. Con la efímera gloria de su cuerpo va por el mundo, posa para Rivera y para el fotógrafo Garduño. Se atreve a montar la primera exposición hecha aquí en que reta a todos con esa desnudez que en las fotos la voracidad del tiempo no ha marchitado.

Tiene amores con uno y otro hombre sucesiva o simultánemente.

Por fin encuentra la estabilidad en Eugenio Agacino, un capitán de la Compañía Trasatlántica Española. Se aman apasionadamente en el barco, en La Habana, en Nueva York. El hechizo dura un año. En la navidad de 1934 Agacino sufre la menos poética de las muertes: intoxicación por mariscos. Nahui se queda esperándolo en el muelle de Veracruz. Allí la ve Germán Lizst Arzubide: deshecha, demente, sucia, sin un centavo, caída para ya no levantarse jamás.»

(…)

(Parentesis de Gabi:  ¿Será esta historia la inspiración de la canción de Maná «En el muelle de San Blas»?)

«Murió en la miseria, en la locura, en el dolor y en el olvido. Pero ha regresado, joven de nuevo, otra vez desafiante. Al terminarse la restauración el convento de La Merced, el más hermoso claustro de nuestra arquitectura colonial, será el cenotafio en que cada noche se unirán para siempre las sombras de los amantes…»

-Un ensayo de José Emilio Pacheco

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