Elena Pancorbo©
El miedo no liberado nos aprieta la garganta,
el cuello y la zona inferior de la espalda,
nos levanta los hombros,
nos tensa la mandíbula y contrae el ceño,
inmoviliza la pelvis y traba las rodillas.
El miedo estampa su firma por todo el cuerpo,
pero nos hemos acostumbrado tanto a él que nos hemos insensibilizado
al mensaje claro y fuerte de nuestro lenguaje corporal.
Este miedo generalizado se agrava solo,
paraliza nuestra energía vital y agarrota nuestros sentimientos.
Nos asusta tanto lo que podemos perder,
estamos tan dolorosamente apegados a lo que tenemos,
que nos congelamos en una muerte en vida
para protegernos del dolor de la vida real.
Por aferrarnos a la vida tal cual la tenemos,
nos negamos un presente y un futuro vibrantes.»
-Gabrielle Roth