Samanea saman – Arbol espectacular- Colombia

«Desde siempre  y hasta donde alcanza mi memoria, El Samán era el árbol más grande que había visto en mi vida. Yo era muy pequeña,  el grueso tronco me hacía el  favor de esconderme muy bien durante el juego de las escondidas con mis primos,  incluso bajo su fortaleza podían esconderse dos o tres juguetones niños que le pedían al árbol refugio durante sus inocentes juegos. Yo creo que El samán jugaba a ser niño con nosotros.

Crecimos a su lado,bajo su sombra vigilante y silenciosa.  Yo crecí y él siguió siendo un árbol gigante para mi.  Vi el pasar del tiempo al amparo de  su abrigo,  era como un reloj de estación y solía vestirse para cada ocasión. 

Un día,  con  los vientos de agosto el Samán ya había perdido muchas hojas, eran tan fuertes los vientos que quedó convertido en un esqueleto, los troncos leñosos se mecian al compás del señor viento,  lo vi entregado en ese vaivén.

La imagen seca de árbol desnudo aún la recuerdo, el samán sucumbido tal vez cansado de tanto retorcerse por cuenta   de los apabullantes soplos de vientos que amenazaba dejando caer   leños y arroyos de hojas y vainas  secas al patio.

La verdad,  ese no era el mejor semblante ni el mejor vestido para el samán ni era el mejor tiempo para jugar con su compañía.  El  patio y la casa eran mucho más claros , los rayos de luz atravesaban ventanales sin piedad, el árbol nos contagiaba de su desnudez  incluso una sensación de desprotección, por estos meses entre julio hasta casi finalizando septiembre el paisaje escueto perdía complicidad para nuestros juegos de niños en el patio.

Mis ojos inquietos exploraban y hacían que brotasen preguntas alrededor del árbol mientras me entretenía como una ardilla despellejando la rugosa corteza seca de su tronco y viendo correr despavoridas familias de hormigas que luego ayudaba para que no perdieran su rítmico caminar, ahí podría pasar horas, le daba la vuelta al tronco explorando cada centímetro de corteza y si tenía suerte encontraba unos agujeros que supuraban una resina pegajosa color ámbar parecía miel, creo que alcance a llevarme un dedado a mi boca. La resina,  si era fresca recién llorada del alma de la corteza era pegajosa y  al secarse se cristalizaba,  todo esto hacía parte de mi mundo. El gigante y noble árbol  daba mucho y daba tanto hasta  flores me regalaba.  Eran unas frágiles y hermosas flores rojizas en forma de paraguas con muchos estambres expuestos parecían barbas, me gustaba pasar esos pelillos  por mis mejillas, no era la típica flor, en el pico de su floración podían caer miles al suelo y se convertían en pelos  rizados difíciles de barrer sobre el adoquín.

Es que era un árbol bendecido no le faltaban los halagos, todo visitante de la gran casa y negocio  familiar  de los abuelos, tenía que ver con él, con su altura, con su porte,  con su imponencia. Muchas veces escuché preguntar sobre su edad, también de quién fue su progenitor, qué si mi abuelo  lo había sembrado con sus manos , qué si él ya existía cuando construyeron la casa. La más común de las preguntas era qué clase de árbol era o mejor cuál era su nombre. Todos sabíamos que era un Samán y la verdad no recuerdo o nunca supe las demás respuestas.  Después de tantas bondades, de fiel compañía, de copiar  su silencio, de crecer a la par, de secretos,  que saber su longevidad es lo de menos. Me imagino que la suficiente para mantenerse  erguido  viendo pasar el tiempo como un reloj de estación  y ver envejecer a los humanos que se sientan bajo su sombra.

El esplendor y majestuosidad  era de verse,  un impresionante verde oscuro color fango, era y aún es un verde penetrante  que tupia su envergadura, su elegante copa era visible si uno lograba trepar algún árbol vecino de las fronteras de la casa o de la azotea en el mejor de los casos.  Desde allí se visualizaban ínfimos  detalles, otros colores , los grises de su tallos, las formas de sus hojas y los nidos tejidos  por muchas aves y pájaros que vivían allí. Según mi abuelo en su cima vivía un aguilucho  que  jamás vi.

Toda esta belleza era apreciable en temporadas. De febrero a junio el árbol de lluvia como también le decía mi bisabuela. Ella a manera de cuento le atribuía poderes premonitorios, nos platicaba que el Saman cerraba sus hojas y se tornaba de un verde más oscuro si se venían lluvias y tempestades . Siempre creí todos los cuentos de la nona Geronima así se llamaba mi bisabuela, de ella aprendí por cierto a barrer las hojas del patio sin levantar polvo.

Por esta misma temporada  entre verdes ocurría la floración y el brote de frutos y todo su ciclo vital en efervescencia,  no pasaba en vano la vida del gigante Samán que además de sombra  fue  testigo de tantas vicisitudes que como toda familia suelen pasar.

A lo largo de días y años, bajo el  Samán se concretaban negocios, se hacían acuerdos, se contaban secretos, se hacía una reunión matutina a manera de buenos días, se hablaba de todo y de todos, se daban y pedían consejos al abuelo quien era el jefe de la casa y este a su vez  descargaba sus tensiones diarias al final del día respirando el aire fresco recién limpiado por el Samán.

Había un espacio privilegiado a la sombra del Samán,  era un pórtico techado, un recibidor, un resguardo,  allí se acampaba como primer filtro hacia la entrada de la casa.  Habían unas sillas forjadas en hierro con sentadera y espaldar de hierro poco cómodas, habían otras tejidas con  cuerdas de rattan, mi abuelo con el tiempo y ya diestro en el arte de la carpintería fue incorporando nuevos diseños hechos en madera de cañaguate producto de su total invención y fabricación. El abuelo hacía sus  sillas de acuerdo a las necesidades  para estudios y lecturas, la última silla que fabricó  tenía incorporada un soporte  o mesa corrediza   para poner  la santa Biblia que pesaba unos tres kilos,  descansa brazos, y había espacio para colocar algún vaso o jarrón de sus bebidas preferidas. Mi  abuelo tenía una genialidad increíble con una capacidad de invención fuera de borda.

Sobre el techo del pórtico se escuchaban caer del Samán  sus frutos en temporada reproductiva.  Eran unos frutos en forma de vainas de color café rojizo con  cascaron duro  con semillas envueltas en  un mucílago dulce. No se si al día de hoy el gran Samán produce la misma cantidad de frutos como lo hacía hace 40 años.»

-Los escritos de Gina

4 Replies to “.el saman”

  1. Que amanecer más hermoso, un sol respla deciente y cielo despejado despues de la furia de la naturaleza con mi pais y hermanos de Colombia solo me resta decir. Que DIOS en su infinita misericordia y amor nos enseña que la naturaleza y madre tierra es unica y obra de sus manos. Pues con este relato que sevez sin ningún esfuerzo sobre mis mejillas se han idó resbalando mis lagrimas . Se que con amor una familia como dice en su historia crecio y fortalecio bajo su sombra y metamorfosis del tiempo . Que permitio crecer junto con el una familia. Gracias prima olguita.por traer los más hermosos recuerdos de mi niñes en la casa del nono y señor patriarca de la familia y si MAGESTUOSO SAMAN. Dios bendiga tus recuerdos para dar vida a quien lo pudo vivir. Que orgullosa me siento de ser parte de la historia del SR. SAMAN. de la familia ORTEGA GARCIA Y SU DECENDENCIA.
    ATT. Milanyela Nayitt Ortega MArtinez.

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    1. Hola Milanyela! Que nombre más bello (Nayitt tambien!!).
      Conozco a tu prima por un taller de escritura creativa y me encanta cómo escribe. Me parece hermoso que un árbol haya sido el testigo de la vida de una familia. Me emocioné mucho cuando lo lei.
      Abrazo grande!
      Gabi

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