
«Ayer mi papá vino a casa y me pidió un botón. Me compré esta camisa pero le falta el de abajo, tendrás alguno parecido, gracias. Me pregunto por qué compró una camisa en ese estado, pero prefiero no decirle nada, así que busco entre los elementos de costura. Tengo muchos botones en una caja redonda de plástico; creo que antes contenía crema facial. Hacía mucho que no los miraba.
La caja tiene botones de los más variados. Son todos distintos y bellos a su manera, de nácar, de madera, de metal, redondos, con forma de corazón, de moño, de flor, alargados, minúsculos, dorados, plateados, negros. Pienso en que seguramente sean únicos. ¿Cómo es que hay tanta variedad? Me encanta guardar los que vienen de repuesto con las camisas, aunque jamás se me perdió ninguno. ¿Alguien los usa? ¿Para qué los guardo? Me dan seguridad. Por las dudas. Por si acaso. Just in case. ¿Por si acaso qué? ¿En qué ocasión perdería un botón? ¿Son tan especiales que el fabricante siente la responsabilidad moral de sumar otro?
Hay muchos huérfanos, de prendas que seguramente ya no están entre nosotros, pero aun así no me animo a deshacerme de ellos. ¿Alguien tira los botones? Algunos eran de mis abuelos, de mis padres, de mis tíos o de algún familiar lejano. ¿Habrán estado cerca de sus cuerpos? ¿Habrán participado de fiestas familiares, de reuniones laborales, de sábados de sol, de vacaciones en Europa, de encuentros furtivos, de primeras citas, habrán chocado con otros botones en algún abrazo? O quizás fueron parte de mundanos viajes al supermercado, de noches en vela cuidando un familiar enfermo, de discusiones maritales, de días en piloto automático, de vueltas en tren desde el trabajo pensando qué estoy haciendo con mi vida.
¿Cuántas veces habrán girado en el lavarropas? ¿Y en el secarropas? Tal vez nunca fueron usados. Probablemente sean de esos botones de repuesto que nadie usa pero tampoco tira. Algunos vienen en una bolsita de plástico o de tela, adjunta a alguna etiqueta. Pregunté si alguien les dio algún uso, pero todos me dijeron que no. Están ahí, a la espera, y alguien hasta los comparó con un jugador suplente en un partido de fútbol aguardando la lesión de un titular. Siento tristeza. No quiero pensar en eso. Elijo creer que tuvieron una vida bonita antes de llegar a este purgatorio, a medio camino entre una blusa de seda y el tacho de basura.
Siento el impulso de contarlos, de tenerlos entre mis dedos y transmitirles un poco de vida. De elegir mis favoritos antes de devolverlos a su caja, donde pertenecen. Por las dudas. Por si acaso.»
-Maria Florencia Melo