
«Ese día se despertó muy temprano.
Era una mañana en extremo calurosa, algo común en esa época de enero.
Y ahí estaba, bajo la frondosa parra, con su pantalón liviano, su musculosa de algodón blanca y el repasador en la cintura.
Dejó todo preparado minuciosamente el día anterior: los pimientos rojos, los calabacines, las cebollas, la albahaca, los tomates, las espinacas pequeñas y los ajos bien tiernos.
El sartén enorme, los seis huevos y el queso.
Cerró los ojos y, por un instante,
recordó a su abuela iniciando el año con el mismo ritual: cocinar.
Podía oír a lo lejos los ruidos a cacharros, el andar cansino de la nonna,
las manos chiquitas y tibias, sintió su calor.
El ambiente olía a infancia, a risa de niños alrededor de la comida, esperando ansiosos ese bocado delicioso.
Lo primero que hizo fue rehogar las verduras en dos cucharadas de aceite de oliva. Tenían que estar bien frescas y cuidadosamente lavadas.
Había que cortar el pimiento en tiras, la cebolla en pluma y los ajos bien troceados.
Agregó dos cucharadas de cebolla caramelizada, unas hojas de albahaca partida, los tomates y un puñado de espinacas.
Apagó el fuego y dejó que el calor marchitara ligeramente los últimos ingredientes.
Después batió los huevos con el queso. Lo ideal sería el perfumado queso pecorino, pero no lo conseguía desde hacía mucho tiempo.
Salpimentó todo. Luego vertió la preparación lentamente sobre la sartén, asegurando que los ingredientes quedaran cubiertos y se fueran cuajando. Algunos hacían este proceso en el horno pero a él le gustaba hacerlo ahí, en la sartén enorme que había heredado de su abuela. Entre todos los nietos había logrado conseguir ese precioso tesoro.
Cortó en rodajas finas el calabacín y lo extendió por toda la superficie.
De nuevo vendría una espesa lluvia de queso y el toque final: unas rodajas finas de tomate.
Le encantaba oír el ruido que hacían los huevos al cuajarse con las verduras. Y el penetrante aroma que salía del sartén cuando se fundía con el queso.
¡Era algo exquisito…!
Lo que seguía era despertar a la familia que aún seguía dormida por la resaca del fin de año. Y a veces no hacía falta llamarlos: el aroma recorría toda la casa , cosquilleaba sus narices y los llevaba a la mesa, donde él
ya estaba emplatando esa delicia, con unas hojas de perejil fresco esparcidas por encima.
Grandiosa y colorida frittata.
Un pedacito de Italia y de mi querido abuelo José, en la boca..»
-Gabi Dakoff

Gracias, muy bello
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Gracias a vos, por leer. Abrazote!!
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Hermoso relato gabi querida !!! Me trajo recuerdos de mis abuelos italianos en especial una de mis abuelas q amasaba una pasta riquísima!!! Gracias amiga ♥️
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Que lindo Martita querida evocar esos recuerdos tan lindos!
Mi abuela Maria (paterna) era descendientes de Venecianos.
Algunos domingos se levantaba antes que salieran el alba y hacia a mano unos tallarines tan finitos y ricos que se deshacian en la boca!
Abrazo!
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Recuerdos de una niñez feliz. Te amo
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Gracias Mamina! Te amo tambien!
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Yo tambien!
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Que bello relato de tu abuelo Gabi!!!
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Gracias Merce! Fuimos tan afortunados de tenerlo!
Te envio un gran abrazo querida!
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